La cineasta estadounidense Eliza Hittman continúa con su mirada sobre las diferentes realidades que vive la adolescencia. Tras adentrarse en los peligros del despertar sexual en 'It Felt Like Love' y en la doble vida de un muchacho homosexual de barrio en 'Beach Rats', la directora da un paso más allá para retratar el aborto con 'Nunca, casi nunca, a veces, siempre', Premio Especial del Jurado en el Festival de Sundance y Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín.
Hittman continúa siendo fiel a su retrato de la adolescencia, en la que la figura parental está prácticamente ausente. En esta ocasión, la cineasta hace un ejercicio inmersivo, al tener, en la mayor parte de la película, primeros planos de la protagonista, dejando claro que, ante todo, es una historia personal. Desde el primer momento, Hittman va preparando al público para lo que va a narrar, con una fiesta de fin de curso, con la que estéticamente la autora dice más de lo que aparenta, en la que la joven protagonista comienza a cantar una canción en la que describe una relación sentimental tóxica y viciada.
Comienza así una odisea en la que la joven, llamada Autumn, embarazada de 10 semanas, busca abortar. La cineasta solo se centra en la búsqueda de la protagonista de interrumpir el embarazo, alejándose de cualquier explicación que condicione al espectador en los motivos por los que ha tomado esa decisión. Pues, al fin y al cabo, eso no debe importar, pues su determinación tiene que ser respetada. Es más, Hittman, en una desgarradora escena que explica el porqué del título del filme, deja entrever una situación personal, familiar y social desoladora, que podría vivir cualquier mujer joven que es y vive en un pueblo de provincias y que debe marcharse de su estado, Pensilvania, a otro, Nueva York, para poder parar la gestación.
La realizadora se desprende de cualquier trama secundaria, así como también de elementos innecesarios, para solo centrarse en la historia de Autumn, que acaba siendo acompañada por su prima Skylar, con la que trabaja como cajera en un supermercado. Centrado todo alrededor de Autumn, Hittman teje un relato con tintes neorrealistas y que está hermanado, de una forma u otra, con la espeluznante '4 meses, 3 semanas, 2 días', la obra maestra del rumano Cristian Mungiu.
Uno de los títulos imprescindibles de 2020. La madurez de una cineasta heredera de Mungiu y los Dardenne
Al igual, por la forma en la que está rodada, con primeros planos y planos secuencias, y su mensaje social, recuerda mucho a títulos europeos imprescindibles como 'Rosetta' o 'El niño', ambas de los hermanos Dardenne, recordando la magnífica interpretación de Sidney Flanigan (todo un descubrimiento que habrá seguir de cerca) a las de Émilie Dequenne y Déborah François en dichos filmes. Es más, puede decirse, sin temor a la exageración, que el tercer largometraje de Hittman no solo es más logrado de su filmografía hasta el momento, sino ya uno de los títulos imprescindibles del cine independiente estadounidense reciente, al convertir un relato personal en una experiencia colectiva sin renunciar a su mirada íntima e individual.
Pero, más allá de retratar la odisea que puede vivir una joven de origen humilde y de pueblo a la hora de abortar, Hittman expone el machismo imperante de la sociedad y de cómo emponzoña todo. Lo hace de diversas formas y en distintas magnitudes. Desde el propio sexo femenino, al enfrentarse Autumn a preguntas y comentarios de mujeres anti-abortistas que, más que ayudarle, le hunden más; al sexo masculino, que Hittman deja en evidencia en diferentes escalas, desde escenas sutiles a otras más crudas y directas, en las que refleja la violencia física, sexual y psicológica que sufren muchas mujeres ya desde la niñez y la adolescencia, tanto en la sociedad como en la propia familia. Ahí, la cineasta está muy certera en su relato, al dejar caer una realidad inhóspita que está lejos de ser una excepción.
Aunque sea un relato desgarrador, Hittman ofrece una mirada esperanzadora, en parte gracias al personaje de Skylar, la prima de Autumn, que interpreta estupendamente Talia Ryder. Ella también vive una realidad hostil. No obstante, eso no le impide ser el apoyo moral de la protagonista, una fiel escudera con la que la cineasta refuerza ese sentimiento de hermandad femenina que va viéndose más en la gran pantalla. Por otro lado, esa puerta a la esperanza está en que el filme es una larga travesía en el desierto que, finalmente, no llega a tener de recompensa un paraíso pero sí una sensación de alivio y, sobre todo, madurez.
'Nunca, casi nunca, a veces, siempre' es también el crecimiento de una directora que ha ido a más en cada nueva película que ha dirigido. Estrenada en una época complicada -pese a su éxito en Sundance y Berlín, su estreno en marzo en Estados Unidos, en pleno estallido de la pandemia del coronavirus, la ha dejado muy apartada de la carrera de premios- eso no debe deslucir este gran triunfo cinematográfico, que vuelve a demostrar que el talento de las nuevas generaciones está escrito en clave femenina y feminista.