En 'Apocalypse Now', la obra magna de Francis Ford Coppola, el coronel Walter E. Kurtz, interpretado por Marlon Brando, dijo: "He visto horrores... horrores que tú has visto. Pero tú no tienes derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes derecho a hacer eso... pero no tienes derecho a juzgarme". Aunque el film de 1979 está ambientado en la Guerra de Vietnam, su frase bien puede aplicarse para una de las películas más ambiciosas de la cinematografía francesa de estos últimos años, con permiso de la magistral 'Las ilusiones perdidas'. Está hablándose de 'Onoda, 10.000 noches en la jungla', segundo largometraje como director del aplaudido guionista Arthur Harari.
Presentada en la sección Una Cierta Mirada en el 74 Festival de Cannes, galardonada con el Premio Especial del Jurado y el de mejor guion en el 18 Festival de Sevilla y ganadora del César al mejor guion original, 'Onoda, 10.000 noches en la jungla' narra el increíble hecho real del soldado japonés Hiro Onoda, quien fue enviado a defender las Islas Filipinas de la invasión estadounidense y que, junto con un reducido escuadrón, se adentró en lo más profunda de la selva insular, hasta el punto de que llegó a ignorar que su país capituló en 1945, continuando batallando en la región hasta 1974, fecha en la que el gobierno nipón le anunció formalmente que Japón perdió la guerra 29 años atrás y que depusiese los ataques violentos contra los lugareños, algo que solo hizo cuando se presentó delante suya el superior que le había encargado la misión.
Historia que demuestra que la realidad supera a la ficción y también recuerda que lo vivido por Onoda, así como por sus compañeros Kozuka, Akatsu y Shimada, no se ha relatado en la gran pantalla con un largometraje a su altura. Lo sorprendente es que sea un cineasta francés, alejado de la cultura japonesa, el que se haya atrevido a narrar la increíble odisea que vivió Onoda y con la que narra un film bélico de corte clásico, con un estilo de fotografía que evoca, precisamente, a las épicas narraciones cinematográficas de los años 60, con una fotografía (obra de Tom Harari) que recuerda al cine de John Ford o David Lean. A ello se suma que la producción está rodada en japonés y con actores de esta nacionalidad, lo que implica la sensación de estar viendo una cinta dirigida por Nagisa Ôshima (ejem, 'Feliz Navidad, Mr. Lawrence').
Un profundo retrato sobre el espíritu bélico japonés
Con esos referentes, Harari construye un relato épico con el que explora la psique que expone bien el carácter militar nipón, en el que la dignidad pasa por la entrega máxima y el sacrificio de la vida por la patria y el cumplimiento de dicho juramento hasta las últimas consecuencias. De ahí, el conocido rito del seppuku. Pero Onoda no tenía el alma de Yukio Mishima, pues era un soldado raso que sentía que cumplía con su deber y no intelectual revolucionario. En ese sentido, el cineasta opta por crear una odisea intimista, personal y reflexiva más que un largometraje que muestra la belleza del horror y el arte de la guerra.
Por ello, Harari rueda en exteriores reales (convierte Camboya en las Filipinas de entre los años 40 y 70), en una ambientación que le da ese espíritu de film bélico épico que se contrapone en unas situaciones que, poco a poco, van cercando el círculo de sus protagonistas, explorando sus mentes y cómo sus acciones terminan reflejando lo más primitivo del ser humano. De ahí, que 'Onoda, 10.000 noches en la jungla' pueda estar enlazada con Coppola, pero desde un enfoque más reducido, que no menos extraordinario.
En sus casi tres horas, la cinta puede dividirse en dos historias entrelazadas, cuya frontera las separa la madurez de Onoda, en la que sus dos actores (uno joven y otro mayor) se relevan. Inicialmente, se comienza con Yûya Endô, quien muestra el inicio de la misión, altamente secreta, y cómo esto forjó que su pequeño escuadrón de reclutas viviera aislado del mundo, oculto en los páramos de la selva, en sus cuevas y cascadas. Aquí, Harari forja los pilares de su largometraje, sus momentos más bélicos y épicos, aquellos que lo emparentan con Ford o Lean.
Una obra exquisita. Un milagro cinematográfico
Su segunda parte, en la que Kanji Tsuda toma el mando, es más mental y menos visceral. Harari, quien firma el guion con Vincent Poymiro, sabe pincelar esa sensación del paso de las décadas, con referencias como la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969. También se refleja cómo, del escuadrón inicial, solo quedan dos con vida, Onoda y Kozuka, quienes forman un tándem digno de Robinson Crusoe y Viernes de la icónica obra de Daniel Defoe, cuya amistad, forjada por decenios, evita que ambos caigan en la locura.
Puede considerarse que el film pasa a un tercer estado cuando Onoda quede absolutamente solo, aprovechando Harari para mostrar cómo el sentimiento de soledad provoca que las emociones más profundas salgan a relucir, dado que no hay nada ni nadie que impida que estas salgan a la luz. Es en ese punto donde Harari explora mucho más la odisea psicológica de un protagonista fascinante, que logra en los 173 minutos que dura la cinta es atrapar completamente al público. Aquí, se ve el trabajo magistral tanto de Endô como de Tsuda, quienes en sus hombros logran configurar el retrato de un hombre complejo que termina siendo la personificación del espíritu japonés del honor.
'Onoda, 10.000 noches en la jungla' es una joya cinematográfica, de esas que provoca solo congratulaciones, dado que es uno de esos milagros que vuelve a recordar el compromiso de la industria francesa con el espíritu autoral y artístico de sus autores. Tras la correcta 'Diamant noir', Harari se consagra como uno de los cineastas más fascinantes del panorama actual europeo, capaz de traer un relato épico lleno de lirismo y humanidad. Uno de los títulos imprescindibles de este 2022, aunque parezca pronto decirlo.
Nota: 9
Lo mejor: Su cuidada fotografía, capaz de trasladar al público a otra época, su atmósfera y las interpretaciones de sus actores, especialmente Endô y Tsuda.
Lo peor: Su limitada distribución debido a su temática.