En 1991 Jennie Livington conseguía alzarse con el Gran Premio del Jurado en Sundance y se metía la crítica de medio mundo (obtenía también el Teddy en la Berlinale del mismo año) en el bolsillo gracias a 'Paris is Burning', el documental de 1990 sobre el fenómeno de las 'Balls' y las 'Houses' del Harlem de finales de los años ochenta. El film no solo se convertía en un incontestable legado acerca de la escena drag de la denominada Gold Age de Nueva York, sino que daba voz a un colectivo que hasta entonces solo formaba parte del underground.
De forma paralela, corría también el año 1990 cuando se estrenaba el 'Vogue' de Madonna (con videoclip dirigido por David Fincher incluido), cuyas coreografías ideadas por Jose Xtravaganzza (uno de los miembros de la House of Xtravaganzza que podíamos ver el documental) convertían el voguing y el espíritu de las 'Balls' en algo mainstream. Como todas las veces que aquello underground ha acabado trascendiendo a las masas y ha sido absorbido por la cultura popular, parte de la esencia se pierde por el camino, es por ello que nunca viene mal hacer un poco de memoria y volver a los orígenes para llevar a cabo las reivindicaciones pertinentes.
Durante los últimos años, si ha habido alguien que se haya convertido en sello propio por aquello de venir a representar el mainstream más puro, ese ha sido Ryan Murphy. El showrunner, productor, director y guionista no solo nos dejaba claro su amor al musical americano en 'Glee' o acercaba al pueblo elementos del folclore oscuro y la crónica negra estadounidense a través de las antológicas 'American Horror Story' y 'American Crime Story'. Porque nadie mejor que él, claro abanderado de la representación del colectivo LGTB+ en televisión, para convertir historias que forman parte del arraigo de un país, en productos estilizados con clara tendencia pop.
Después de que en 2016 'Paris is Burning' pasase a formar parte del National Film Registry de los Estados Unidos por "su significado cultural, histórico y estético", y en un momento en el que Murphy se ha convertido en uno de los nombres clave de la televisión actual, suena lógico descubrir que su nuevo proyecto no solo llegaba destinado a batir récords en cuanto a la cuota de representación del colectivo transgénero en la pequeña pantalla, sino que volvería a indagar en aspectos de la cultura underground para presentárselos a las masas.
'Pose' llega enmarcada dentro de lo que un producto con el sello de Murphy podía darnos. Y no solo por ser una nueva muestra de que lo suyo es la representación de su espíritu queer, sino porque en ella (al menos en sus dos primeros episodios) todo apunta a que la estética se posicione por encima de la narrativa, la cual viene a estar dentro de los cánones clásicos del drama televisivo acerca del cumplimiento de los sueños, la superación y los líos amorosos.
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Tal y como viene siendo costumbre en todos los arranques de sus series, el piloto de 'Pose' (dirigido, como el segundo, 'Access', por el propio Ryan Murphy) pone toda la carne en el asador y consigue reducir a su quintaesencia lo que Livington presentaba en 'Paris is Burning'. Para ello, se sirve de una estrella de las que brillan por encima de las demás llamada Dominique Jackson, quien con su papel de Elektra, la Madre de la House of Abundance, se posiciona como figura a destacar en el drama, pese a encarnar un personaje que parece estar dibujado a raíz de retales de participante de 'RuPaul's Drag Race' y un poco de la Angela Bassett que vimos en 'Coven' como Marie Laveau.
La trama se nos presenta con la propia Elektra junto a los miembros de su House, quienes deciden saquear una exposición del museo de historia para presentarse en una ballroom ataviados como miembros de la realeza de la vieja Europa. La ostentación, el brilli y el glamour serán entonces parte del sello de 'Pose', que funciona a la perfección como representación frívola que pueda instruir a los espectadores de medio mundo en aquello que ha estado trascendiendo desde finales de los ochenta. Porque si no la vemos como una normalización de los valores del colectivo drag y transgénero (que en los últimos años, ha empezado a ver la luz al final del túnel en la popularidad del reality de RuPaul y en pequeñas joyas como 'Tangerine'), no hay mucho más que rascar en 'Pose', pese a los intentos de Murphy por querer hablar de la actualidad mediante símiles temporales.
El miedo a la era Trump se dibuja cuando el personaje de Stan (Evan Peters) acude a la Trump Tower de la Quinta Avenida, donde como si hubiese salido de la mente de Bret Easton Ellis, James Van Der Beek se convierte en un yuppie en la línea del Patrick Bateman de 'American Psycho' (por lo que a ideales se refiere). Como no podía ser de otra forma, Murphy también aprovecha para representar la problemática social que supuso la proliferación del VIH en ese momento, pese a que lo suyo pueda ser una representación un tanto banal e incluso tachada de cliché.
Pero, ¿cómo enlazar el mundo de Stan, hombre heterosexual con maravillosa esposa e hijos (interpretada por Kate Mara con el de las ballrooms? Fácil: mediante una aventura con Angel (Indya Moore), una magnética joven reclutada en la House of Evangelista, fundada por Blanca (MJ Rodriguez), la nueva rival de Elektra. El pastel está servido: rivalidad entre divas, aventuras extramatrimoniales y lo que mejor sabe hacer Murphy en uno de sus productos, una fascinación por la estética que acaba siendo diametralmente opuesta a la de la carga narrativa, la cual acaba siendo la enésima representación de los esquemas que hemos visto ya decenas de veces en pantalla.
Nota: 6
Lo mejor: Que vuelva a poner de moda (si es que alguna vez no lo estuvo) 'Paris is Burning' y lo grandiosa que está Dominique Jackson.
Lo peor: Pese a que sirva como nueva normalización LGTB+, una vez más Murphy se empeña en demostrar lo cool que es sirviéndose únicamente del envoltorio de un regalo que no aporta mucho al concepto de drama televisivo.