En buena medida, el cine es el reflejo de nuestra sociedad. Por eso cuando vemos producciones ambientadas en épocas pasadas hay que comprender que lo verdaderamente importante no es lo conseguida que este la recreación del momento histórico de turno, sino la lección que se puede extrapolar de esas experiencias. El caso de la Reina Cristina de Suecia es realmente interesante: con cinco años fue coronada como monarca del país escandinavo tras la muerte de su padre en la Guerra de los Treinta Años y por si no fuera suficiente con ser una mujer en el trono en el siglo XVII, además era ilustrada. Sus ambiciones culturales e inquietudes artísticas distaban de lo que entendemos hoy en día por un gobernante, y entonces también. Así que de todo este fascinante material podría surgir una propuesta cinematográfica con el calado suficiente como para reivindicar la figura femenina. Por eso Mika Kaurismäki se puso manos a la cámara para narrar este relato. ¿El problema? Que esta historia ya ha sido contada, y considerablemente mejor.
Nadie tiene el monopolio de los sucesos históricos, por lo que no hay problema en mostrar diversos puntos de vista de un mismo personaje. Pero cuando uno aspira a recuperar ese personaje lo mejor que puede hacer es o distanciarse de lo ya contado o contarlo mejor. Y Kaurismäki se queda a medio camino entre esas dos posibilidades. Aquello de lo que tenía que distinguirse es de la película de Rouben Mamoulian estrenada en 1933, la cual se convirtió en un recital de la mítica Greta Garbo. La premisa era similar, sin ahondar en temas más polémicos para la época como la homosexualidad, pero el fondo es prácticamente el mismo, narrado de forma más sutil. En cambio, el trabajo de Kaurismäki es más abrupto, hace evidente lo que se intuía en el filme de Mamoulian. Una vez más nos encontramos con una reina que poco tiene que ver con lo habitual, con ansias de conocimiento y de no explotar a su pueblo impunemente. A pesar de su similitud, el mensaje de la clásica es mucho más fuerte, mientras que esta versión más reciente ve menguado su impacto.
En la visión actualizada del relato, nos encontramos con personajes y situaciones más impostados de lo asimilable como creíble. Con una protagonista demasiado hastiada de su vida, tan egocéntrica que no ve más allá de lo que desea. Ese aspecto pasional hace posible que su arrojo sea más convincente, sobre todo en cuanto a romper ciertos tabúes del momento. Pero el problema es que hoy en día esas situaciones ya son vistas como (más) habituales, al menos entre un público más progresista, consciente de la realidad o al menos lo suficientemente humano como para no castigar a otros compañeros de especie por sus respetables tendencias sexuales. Por momentos estamos más cerca del conflicto de Cristina, que quiere ser libre -aunque sea creativamente-, pero se muestra demasiado fría como para mantener el interés en sus periplos de forma estable. Las apariciones de Descartes juegan un papel determinante, y el enfrentamiento entre las mafias cristianas, desconcertando espiritualmente a la protagonista, es de lo que se mantiene más vigente hoy en día de la cinta. El poder de las religiones para crear falsa culpa y abonados.
Ni libre ni presa
Todo lo comentado resulta en una película que abre frentes que no llega a resolver, con un personaje tan conflictivo que no logra ser abarcado como sí lo fue en 1933. Kaurismäki prescinde de la necesaria sutileza al recurrir a flashbacks que rompen la narrativa y al contar la historia de manera escasamente impactante. Por lo que el mensaje queda irremediablemente diluido. Una pena teniendo en cuenta que el cine europeo es el verdadero megáfono para que las voces de las mujeres se escuchen a gran escala, pero habrá que escarbar en otras cinematografías para encontrarse con necesarias películas que no se tropiecen en el intento de manejar protagonistas femeninas en potentes historias.
Nota: 5
Lo mejor: La interpretación de la protagonista Malin Buska, a la que habrá que prestar atención a partir de ahora.
Lo peor: La escasa sutileza de Mika Kaurismäki a la hora de plantear la historia, la cual podría haber sido un grito de reivindicación al protagonismo femenino, pero queda a medio camino.