El cineasta franco-camboyano Davy Chou opta por salir de su zona de confort con su tercer largometraje. Si con 'Le sommeil d'or', exploraba los años dorados del cine de Camboya entre los 60 y los 70 antes del ascenso al poder de los Jemeres rojos y el posterior genocidio que perpetraron a tres millones de camboyanos y cómo destruyeron todo el legado cinematográfico del país; con 'Diamond Island', el realizador continuaba ahondando en sus raíces desde una perspectiva entre cine social y cine noir underground.
Ahora, cambia de tercio con 'Retorno a Seúl', mostrada en la sección Una Cierta Mirada del 75 Festival de Cannes y que representó a Camboya en la categoría al mejor film internacional en los 95 Premios Oscar, logrando entrar entre los 15 títulos que conformaron la shortlist. A pesar del país al que representaba, se trata de una producción internacional, producida en un 70% por Francia, mostrando así el poder de la industria gala en lo referente a coproducciones.
'Retorno a Seúl' surgió de las propias reflexiones de Chou como francés de origen asiático, en un contexto en el que la inmigración (especialmente aquella no caucásica) era un fenómeno mucho menor en la sociedad francesa, que anteriormente era étnicamente menos diversa. La sensación de no pertenencia al país, como tampoco al de origen de sus padres, fue uno de los motivos que llevaron a la concepción de este proyecto. Sin embargo, fueron las conversaciones con una amiga suya, coreana y que fue adoptada por un matrimonio francés, lo que le motivó a explorar esa reflexión desde un ámbito ajeno a su realidad como franco-camboyano.
A ello se suma la visión de su protagonista. Aunque el guion está escrito por Davy Chou, es la irrupción de Ji-min Park (no confundirla con el cantante de BTS) el factor esencial que convierte a 'Retorno a Seúl' en el largometraje más ambicioso del cineasta. Artista visual, alejada completamente de la interpretación, ella moldeó a Frédérique, la protagonista, dándole un retrato real y concreto a la situación de una mujer asiática criada como francesa y cómo su propio contexto le lleva a vivir una situación de barrera cultural, psicológica y lingüística con su país de origen.
Resulta fascinante cómo el film introduce a Freddie en una odisea personal inesperada (quizás como la vida misma). Amante de la cultura japonesa, se ve obligada a viajar a Corea del Sur por una cancelación de su vuelo. La veinteañera, realmente, no tenía intención de conocer su país de origen, al que ve como un ente extranjero. Comienza a entablar amistad con gente de su edad, que es la que provoca que Freddie abra la caja de Pandora y tenga curiosidad por saber de su pasado, de sus padres y lo que les motivó a darla en adopción.
Crisis existencial alrededor de la identidad
Comienza así el derrumbe personal de Freddie, cuyas certezas van cayendo cual castillo de naipes. Chou rompe el mito del final feliz de aquellos adoptados que conocen su pasado. Es más, el realizador expone un certero retrato de lo abstracto de la identidad como el sentir que no se pertenece a un mundo concreto, que se vive entre dos aguas, causa un tremendo desasosiego de difícil resolución. Se trata de una amarga emoción que refleja muy bien no solo el sentir de los adoptados (haciendo especial hincapié en aquellos que son de origen extranjero), sino también de aquellos hijos de extranjeros que son llamados inmigrantes de segunda o tercera generación (una forma de remarcar que, en el fondo, nunca se es del todo del país de acogida).
Fragmentado en varios episodios a lo largo de ocho años, Chou muestra un sublime dominio de las elipsis, conformando la difícil transición de Freddie a una incierta etapa adulta. La protagonista resulta una mujer fascinante, pues su supuesta seguridad en sí misma denota una personalidad con tendencia a la autodestrucción, creando un vínculo ambivalente y tóxico con Seúl, ciudad que es retratada desde una perspectiva hostil, además de remarcar la atmósfera machista (más remarcada que en la Francia en la que se crió la joven). Freddie llega a un punto en que no sabe qué quiere, entrando en una crisis personal a lo largo de ocho años. Ello, además, refleja otro de los aspectos que retrata certeramente Chou: la desoladora sensación de abandono y de rechazo. Un terrible sentimiento que se expresa en todo su sentido.
Con un primer episodio de lo más revelador (especialmente en lo referente a la contraposición individualista occidental con la colectiva oriental, en detalles tan aparentemente banales como decir que no y en cómo la falta de comprensión idiomática favorece una "traducción social" en la conversación), Chou va dejando de lado ese mundo de contrastes para ahondar más en el conflicto personal que tiene Freddie, convirtiendo la cinta en un fascinante viaje hacia el abismo y, a la par, al descubrimiento que, quizás, aceptar vivir entre dos aguas sea lo acertado. Al final, más que el destino, es el trayecto lo que forja el carácter de una persona.
'Retorno a Seúl' es un largometraje fascinante, capaz de seguir resonando varios días después de su visionado. Su protagonista es un auténtico torbellino de emociones que Park lleva a su terreno con suma dedicación, en una de las interpretaciones más hipnóticas del cine galo reciente (a pesar de representar a Camboya en los premios). Un reflejo de las contradicciones inherentes a una realidad del propio mestizaje. Chou mira con verdad a la cuestión, ofreciendo su trabajo más redondo hasta la fecha.