Lo reconozco: estoy obsesionado. Ese es el efecto de 'Saltburn', el nuevo largometraje como directora de Emerald Fennell, quien ganara el Oscar a Mejor Guion Original por su potente ópera prima, 'Una joven prometedora'. La cineasta y actriz británica cumple a rajatabla una de las reglas no escritas de las segundas películas, construyendo algo más grande, más ambicioso y más provocador; un trabajo con el que se reafirma en su sofisticación punk y sus ganas de fiesta.
Con 'Saltburn', Fennell construye un universo propio a partir de clarísimos referentes como 'Retorno a Brideshead', 'Teorema' y 'El talento de Mr. Ripley', para levantar un relato de deseo enfermizo y fijación en clave de thriller psicológico y comedia negra, que tiene el poder (aunque suene a topicazo) de no dejar indiferente a quien se anime a zambullirse en sus viscosas aguas. Utilizando la sátira del privilegio y el sistema de clases como marco para la historia, Fennell nos invita a perdernos en un laberinto de escándalo, opulencia y depravación en el que hay en entrar con muchas ganas de jugar al juego.
Seguimos -o mejor dicho, nos ponemos en el lugar de- Oliver Quick (Barry Keoghan), un estudiante universitario que deambula como cervatillo extraviado mientras trata de encontrar su lugar en la Universidad de Oxford a mediados de la década de los 2000. Tímido y observador, Oliver conoce a Felix Catton (Jacob Elordi), un aristócrata carismático y encantador que le invita a pasar un verano inolvidable en Saltburn, la finca de su excéntrica familia. Allí descubrirá un mundo apartado de la realidad, donde su obsesión por Felix y lo que simboliza su familia continuará creciendo hasta devorarlo por completo.
Si 'Saltburn' ha sido una de las películas más comentadas en Internet de la temporada es por algo. Pese a estrenarse de forma limitada en cines (en Norteamérica, Reino Unido y Australia), ha generado numerosos titulares y ha encendido la conversación pre-Oscars por las sorpresas de su argumento y la naturaleza explícita y escandalosa de algunas de sus escenas.
Fennell decide lanzar la sutilidad por el retrete para dar forma a su sátira de la forma más exquisitamente burda posible. Un festival de sordidez, lascivia, crueldad y fluidos corporales que contrasta a las mil maravillas con su cuidadísimo envoltorio. 'Saltburn' está filmada por alguien con un ojo privilegiado para lo estético, alguien que sabe equiparar lo bello y lo atroz para darnos, uno detrás de otro, planos hermosos, terribles o hermosamente terribles. Todos son cuadros en potencia gracias a su talento para enmarcar la imagen y la espléndida fotografía de Linus Sandgren. Te guste o no lo que cuenta y cómo lo cuenta, su valor artístico es innegable.
La bestia interpretativa de Barry Keoghan
Barry Keoghan no es ajeno a los proyectos excéntricos y las interpretaciones osadas, como ya vimos en 'El sacrificio de un ciervo sagrado', pero no cabe duda de que Oliver Quick es su personaje más al límite hasta la fecha. El actor irlandés se abandona por completo a esta suerte de Tom Ripley millennial, explorando sin ningún tipo de miedo los recovecos más oscuros de su psique y su cuerpo.
Si Fennell le propone algo demencial, él lo eleva con una convicción y una entrega que hace que las escenas más incómodas y delirantes (y hay unas cuantas) funcionen con una extraña y fascinante dignidad. Lo suyo no es valentía, es directamente una interpretación kamikaze. Cree en la visión de la directora y la ayuda a convertir la historia en algo que remueve, que impacta y que provoca el "WTF" constante. Todas las nominaciones que le caigan serán pocas.
Pero en el reparto de 'Saltburn' no hay eslabón débil. Elordi, actualmente en la cima de su popularidad, es todo carisma y presencia. Resulta tan creíble que alguien se pueda volver loco por él, y no es solo por su físico e interpretación, sino también por el control que tiene Fennell sobre la mirada queer y el deseo masculino, empapando toda la película de un palpitante homoerotismo y sensualidad que remiten a Luca Guadagnino, pero que también está claro que provienen de una mujer.
Por otro lado, Richard E. Grant y Carey Mulligan tienen papeles pequeños, pero les sacan todo el partido y se lo pasan genial con ellos. Y ojo a Alison Oliver y Archie Madekwe, las verdaderas revelaciones del film, que también van a por todas entregándose al frenesí. Pero la maestra de la función no es otra que Rosamund Pike, que da vida a un personaje instantáneamente icónico, reina de frases memorables y más divertida que nunca. A carcajadas con ella.
Todos ellos pululan en una fábula perversa y retorcida que invita a dejarse llevar con su humor autoconsciente (la selección de canciones es la señal definitiva de que no deberíamos tomarla demasiado en serio) y sus ganas de dejar con la boca abierta. Ya desde el póster nos avisa: "Todos estamos a punto de perder la cabeza". Y ese es el poder de 'Saltburn', horrorizar o fascinar, según se mire. Embriagar al espectador con una propuesta excesiva y obscena que tiene varias escenas que enmudecen y pueden poner a prueba la resistencia del espectador. Una película decadentemente sexy, cachonda (en ambos sentidos) y sobre todo, memorable, que no busca el realismo, sino la fantasía que surge de las pulsiones más oscuras.
Definitivamente, 'Saltburn' no es para todos los estómagos o sensibilidades. Desde su primera proyección en el Festival de Cine de Londres dejó claro que su destino era dividir profundamente a crítica y audiencia. Es una película que, dependiendo de quién la vea, puede ser tomada como una joya absoluta o como una grandísima tomadura de pelo. Y lo mejor es que, muy probablemente, sea ambas cosas.