Después del éxito internacional de 'Intocable', mucho se esperaba de sus directores en su nueva cinta, 'Samba', con Omar Sy repitiendo como actor protagonista y acompañado de Charlotte Gainsbourg y un siempre diverso Tahar Rahim. En esta nueva producción, sin llegar a las bondades que su obra cumbre, sí se intuyen algunos detalles que hacen de su historia algo actual, cerrado, bien llevado y por momentos incluso inquietante, gracias a unos personajes que oscilan entre la luz y la oscuridad, entre lo que dejan ver y lo que esconden, y que hace de su ambigüedad un juego al que da gusto entrar.
La historia sigue a Samba, quién llegó a Francia desde Senegal hace 10 años y siempre ha tenido trabajos de supervivencia. En su vida se cruza Alice, una directora ejecutiva que lleva unos meses muy estresada. Él está dispuesto a hacer lo que haga falta para conseguir el permiso de trabajo, mientras ella intenta dejar atrás su vida anterior, trabajando como voluntaria en una ONG. Ambos luchan para salir del callejón sin salida que son sus vidas... hasta sus últimas consecuencias.
Un plano secuencia a través de un banquete de boda que va pasando entre sus alegres y opulentos comensales hasta la cocina, y entre fogones, comida entrando y saliendo, basura y estrés, nos sitúa a la zona de los fregaplatos, con nuestro protagonista como pieza angular. Este comienzo de la película da en resumen lo que veremos a lo largo del metraje: la diferencia entre los que tienen y los que no, y como estos últimos tratan de ganarse la vida como buenamente pueden. El tema del racismo será el más tocado en la historia, pero no el único, y en ocasiones lo que se ve en pantalla es un sálvese quien pueda entre personas con más o menos suerte dentro de su propia desgracia.
Está muy bien llevado todo el entramado de la vida de las personas sin papeles. Desde la constante angustia a ser cazado, su forma de esconderse, las injusticias raciales, la burocracia... El filme logra poner al espectador en un nivel muy cercano con el protagonista, hasta el punto de producir angustia cuando se cruza un coche policía, o cuando las cosas empiezan a ponerse algo tensas y puede entrar en juego la gendarmería.
Esta sensación de agobio que va ocurriendo intermitentemente a lo largo de la historia mantiene siempre la atención en su contar, logrando que no decaiga del todo el ritmo, que sí hay que admitir que tiene escenas demasiado dilatadas y estáticas por momentos, lo que rompe con el fluir de la cinta.
El personaje de Samba va adquiriendo poco a poco a lo largo del metraje una profundidad que no aparente en un comienzo, gracias sobre todo a la ambigüedad de su papel. Esto consigue que no se sepa del todo hasta dónde esta dispuesto a llegar, y que pese a ser bueno en su envoltorio, haya algo que hace dudar sobre su pureza en el fondo. Este modo de enfocarlo lo vuelve especialmente humano, y con ello también surge la duda de hasta donde estaría dispuesto a llegar el protagonista para mantenerse a duras penas en Francia.
Algo que esconder
Quiero destacar también el trabajo de Gainsbourg en la creación de su personaje, ya que consigue ser a la vez algo despistada, inocente en su fondo, cercana y, sobre todo, transparente. Una larga lista de sutilezas hace que su papel sea de los más destacables en la cinta, ya que se simpatiza con ella desde el minuto uno, y hace que queramos seguir viendo que ocurre con esa mujer tan tocada y real.
En definitiva, nos encontramos con una cinta que tiene un planteamiento bastante redondo, donde muchas de los flecos que va abriendo a lo largo del metraje encuentran una solución más o menos satisfactoria dependiendo del ojo del espectador, y el juego entre sus protagonistas y el no saber dónde va a ir a parar todo hace que el viaje que propone la obra sea bastante disfrutable.
Se echa en falta la frescura que sabemos que pueden ofrecer los directores, pero pese a ello se cuenta una historia que se adentra algo más en los problemas y tesituras de los inmigrantes ilegales, y que si bien no se profundiza todo lo que podría, tampoco es del todo light. Un divertimiento aceptable donde aún hay hueco para el humor y que se agradece que no deje cosas en el aire.