La Enfermedad y el Cine siempre han sido una buena combinación para el lucimiento en la pantalla grande de un actor o actriz. A lo largo de la corta historia del séptimo arte, muchas grandes estrellas han recibido el favor de la crítica gracias a sus interpretaciones de personajes enfermos física o mentalmente en películas tan dispares como 'Alguien voló sobre el nido del cuco', 'Mi pie izquierdo', 'Rain Man' o la más reciente 'Dallas Buyers Club'. El Alzheimer no es ajeno a este vampírico y en muchas ocasiones interesado reto dramático, pero pocas películas han abordado el desarrollo de una enfermedad de una manera tan aséptica y al mismo tiempo efectiva como 'Siempre Alice'.
Richard Glatzer y Wash Westmoreland, pareja de directores cuyos inicios están unidos al queer cinema, adaptan con acierto el bestseller 'Siempre Alice', de Lisa Genova. Que la autora de esta novela de ficción sea una reconocida neurocientífica marca el tono de la producción, bien documentado y esquemático, mostrando el desarrollo de la enfermedad por medio de sus progresivos síntomas degenerativos. Más que una intención narrativa, en la película prevalece la expositiva, creando un retrato con ciertos aspectos casi documentales.
Esta distancia con respecto al material ayuda a que 'Siempre Alice' no se sienta nunca como una película que intenta generar la empatía con el espectador a través de escenas excesivamente dramáticas o sensibleras. Si que existen ciertas concesiones, aunque en su justa medida y sin desmerecer el trabajo neutral de dirección y guion. La lucha de Alice Howland contra la enfermedad se muestra a través de pequeñas pinceladas de escenas cotidianas, en las que tiene un papel importante las relaciones familiares, con diálogos sencillos y cercanos.
Desde el mismo título, 'Siempre Alice' nos habla de la omnipresente principal protagonista, la persona sobre la que recaerá todo el peso de la trama. Por tanto, la máxima responsabilidad del resultado final recae sobre su actuación femenina, que no podría haber caído en mejores manos. Julianne Moore ofrece una magnífica interpretación, que refleja sin tics ni excesos los diferentes estadios de la enfermedad: la duda, la negación, la ira, la frustración, el miedo, la lucha y la derrota. Independientemente de los premios que pueda recibir, su interpretación va un paso más allá; no es un simple esfuerzo por alcanzar la gloria, es una interpretación entregada y sincera que engrandece una profesión que maneja a la perfección.
Lejos de lo que suele ser habitual, la cámara nunca se cansa de Alice y ella nunca cansa a la cámara. Parece que la sola ausencia de la protagonista hace que carezca de sentido la historia, por lo que los personajes secundarios, interpretados por unos anecdóticos Alec Baldwin, Kristen Stewart, Kate Bosworth y Hunter Parrish, y sus forzados problemas personales no son más que meros adornos para hacer más comercial y llevadero el drama principal.
Adiós a los recuerdos
Para evitar estirar en exceso una fórmula limitada y que languidezca, Glatzer y Westmoreland ajustan el metraje al máximo, tiempo durante el cual somos testigos del miedo de una persona a dejar de ser lo que un día fue, de perder todo lo que ha ido acumulando a lo largo de los años a través del esfuerzo y el sacrificio. El efecto devastador de la pérdida de la capacidad de comunicarse con el mundo, de dejar de relacionarse con él, de dejar de pertenecer a él. Cierto es que Alice es un personaje alejado de la realidad más común debido a su posición social y cultivada formación, pero al mismo tiempo este status potencia al máximo la idea de la pérdida, de tenerlo todo a no tener nada.