Mucha expectación había alrededor del debut como director de Mario Casas. Consagrado ya como actor de prestigio desde que ganase el Goya por 'No matarás', la carrera del gallego fue perfilándose hacia papeles más serios que han sido la evolución natural de un intérprete que tampoco ha renegado de sus orígenes como ídolo adolescente y posterior sex symbol. Quizás experiencia de todo ello es lo que ha conformado 'Mi soledad tiene alas', su ópera prima.
'Mi soledad tiene alas' tiene alma de cinta de acción rebelde con toques de drama social propio del cine quinqui. Casas, quien escribió el guion durante la pandemia junto con la actriz belga Déborah François (quien ha trabajado con cineastas como los hermanos Dardenne, Rémi Bezançon, Emmanuel Mouret, Dominik Moll, Nicole Garcia o Emmanuelle Bercot), ha realizado una especie de vuelta a los orígenes, con una cinta que busca estar entre ese punto de cine que atraiga al público joven y, a la vez, ofrecer una propuesta propio de alguien maduro.
Por ello, parece que Casas ha tomado apuntes del cine de Paco Cabezas y Alberto Rodríguez, directores con los que ha trabajado en 'Carne de neón', 'Grupo 7' y 'Adiós', títulos con los que el intérprete demostraba que buscaba ser algo más que un sex symbol. Eso se ve en el estilo underground de su propuesta, de contar con un protagonista joven, de espíritu rebelde y que guarda una furia interna provocada por los traumas familiares relacionadas con su infancia y su padre.
Ahora bien, la cinta busca tener un lado social, que le acerque a ese toque propio del cine quinqui, que también supo explotar Daniel Monzón yéndose a la España de los 70 en 'Las leyes de la frontera'. El estilo de Casas, en ese sentido, es más cercano al de Daniel Guzmán en 'A cambio de nada', incluso al de Belén Funes en 'La hija de un ladrón'; pero con un toque estético y comercial más propio de 'Hasta el cielo' de Daniel Calparsoro.
Un correcto debut
Referencias que han servido para una película correcta, con la que Casas muestra que tiene madera dirigiendo. A nivel técnico, poco que reprocharle al actor reconvertido en director. Desde su plano secuencia inicial, toda una declaración de intenciones, a su frenética huida policial, pasando por secuencias íntimas en las que Casas busca transmitir esa gama de contradicciones de un protagonista atrapado en sus propios demonios. Su fotografía, obra de Edu Canet, es estética sin dejar de lado ese enfoque social; su diseño de producción, de Núria Guardia, acierta especialmente en las escenas ambientadas en los suburbios de Barcelona.
Eso sí, los que sorprenden son los actores no profesionales. Nadie diría que Candela González y Farid Bechara fuesen debutantes. Especialmente destaca González, ya una clara aspirante al Goya a la mejor actriz revelación. Eso sí, la guinda se la lleva Óscar Casas, notándose que su hermano ha dirigido y escrito el papel protagónico para él. En cierta forma, el actor de 'Bird Box: Barcelona' se ve reflejado en él. Óscar es también un ídolo adolescente y sex symbol, siendo este uno de esos papeles que puede enmarcar su carrera hacia otro tipo de personajes y producciones.
Aunque tiene buen empaque, el problema que lastra el resultado final de 'Mi soledad tiene alas' es su historia. Se nota que hay una discusión interna en lo que quiere ser, si una cinta de acción comercial o una propuesta más de crítica social. El no saber realmente qué se quiere hacer con la trama provoca que se opte por diálogos y situaciones demasiado vistos. Es justo el guion, su parte más fundamental, donde Casas parece mostrarse menos atrevido.
A pesar de ello, 'Mi soledad tiene alas' es un más que correcto debut. El coruñés ha demostrado tener buena mano para la dirección. Queda por ver cómo será en proyectos futuros como guionista, dado que termina arriesgando demasiado poco en esta historia. No obstante, gracias a su buen empaque técnico y sus actores, el resultado final puede tildarse de ilusionante.