"La revolución me introdujo en el arte, y a su vez, el arte me introdujo en la revolución". Esta frase del físico alemán Albert Einstein podría resumir a la perfección la totalidad de la obra de Ken Loach. El director británico de 83 años, activista y defensor a ultranza de los derechos sociales y laborales, ha basado casi toda su carrera en mostrar el lado más silenciado y maltratado de la sociedad moderna occidental. Una sociedad consumida por el capitalismo y ahogada en la auto-explotación y la desigualdad de clases. 'Sorry We Missed You', última película del cineasta, estrenada en el pasado Festival de Cannes y ganadora del Premio del Público a Mejor Película Europea en el 67 Festival de San Sebastián, es un ejemplo perfecto de este discurso de Loach. Un discurso que utiliza el arte del cine como grito. Como profunda catarsis liberadora.
Loach, que en sus inicios supo hacer balance de esa necesidad de protesta con una voluntad narrativa más discreta y perfilada, se ha mostrado en sus últimos años de carrera directo y sin muchas dobleces. Ha convertido su cine-ojo, su cine observador de la realidad, en un manual tan falto de sutilezas como, claramente, efectivo (aunque también efectista). Es muy complicado acercarse al cine de Loach sin sentirse agradecido por sus motivaciones. Pocos directores hacen un cine de tendencia social tan claro en sus ideas como en sus objetivos. El mensaje de 'Sorry We Missed You', así como el de 'Yo, Daniel Blake', por nombrar su anterior y similar propuesta, llega de manera directa, fácil y abrupta a las butacas del espectador que se acerca a ella. Y he aquí, quizá, el primer problema, o debate interno, que a uno le puede surgir. No cabe duda de que esta claridad, por no decir más duramente explicitud expositiva, es lo que convierte a las películas de Loach en una herramienta tan efectiva y clarividente en sus intenciones, como maniquea y formularia en sus argumentos. Argumentos que, a base de imponer intensidad y humillaciones, bordean el peligro de lo ridículo y lo alarmantemente obvio.
Hablar de obviedades o ridículos en un entorno tan necesario como el de este cine, duele. Duele y molesta. Molesta porque, en el fondo, uno sale indignado y sacudido por lo que sabe que es real y muchas veces desconoce. O no desconoce y, por lo tanto, se encuentra reflejado. Reflejarse en el cine de Loach no debe ser fácil y, sin embargo, todo podemos hacerlo. En un filme como este, donde se habla de la precaridad del sistema laboral de los repartidores, no hace falta ser el protagonista al límite, sencillamente podemos ser aquel que abre la puerta sin vislumbrar que su adverso es una persona real. Un ser humano. Podemos salir molestos por el tortazo de realidad a la que nos acerca el cineasta y, sin embargo, salimos molestos por muchas otras cosas: por la sensación de manipulación, por el fatalismo extremo, por el tosco manuscrito que lo sustenta. Los personajes hablan y hablan. Hablan mucho. Lo hablan todo y lo expresan todo. Y así, por mucho que lo intentemos, no encontramos margen para la reflexión.
Una clara muestra es su inicio. En los primeros segundos, la pantalla se muestra en negro. Junto a los títulos de crédito solo podemos reconocer voces. Voces que hablan y nos empiezan a situar en lo que posteriormente va a ir desarrollando la película. No hace falta una imagen para saber lo que Loach va a plantear. Un hombre ofrece datos sobre sus antiguos trabajos mientras otro va reconociendo en él todo lo que buscan. Hay una clara delimitación entre los argumentos de uno y los argumentos de otro que nos acercan a reconocer, rápidamente, lo que pronto se nos descubre como una entrevista de trabajo. Esa sensación de no necesitar la imagen, de estar ante un teletipo, acompañará al resto de un metraje que Loach empaña de imágenes excesivamente vagas.
Cierto es que el cineasta inglés no acostumbra a incorporar a sus imágenes reflexión alguna, pero cuando lo ha hecho ha conseguido sus mejores obras. Loach es un cineasta de palabra, de discurso y, por qué no decirlo, de panfleto (intentando separarlo de su término más peyorativo). Por ello, siempre ha desnudado la imagen de cualquier característica e incluso autoría, aunque el propio desnudo se haya convertido en marca de la casa. La cámara sigue a sus personajes sin patrón claro, pero pocas veces falla en su mirada a través del objetivo. Sin embargo, la puesta en escena enciende alarmas. Es imposible no plantearse hasta qué punto es necesario una escalada de fatalidades tan extremas. Pongamos como ejemplo ese asalto de unos ladrones en pleno trabajo del protagonista. Sin entrar en más detalles, Ken Loach y el guionista Paul Laverty parecen tratar a sus personajes como marionetas y sacos de boxeo a los que zarandear hasta puntos que rayan lo grotesco. Todo ello para provocar en el espectador una lástima que obviamente funciona, pero no a través de mecanismos del todo limpios o sinceros.
De buenos y malos
Entre tanta autocondescendencia, Loach acaba quedándose en la superficie caricaturesca de un problema que bien merece su espacio, y que el cineasta sin duda se lo ofrece. Por ello es tan difícil hablar de su cine. Por un lado tiene claro lo que quiere contar, son temas necesarios y lo hace con conciencia política. Por otro lado, la profundidad que adquirían personajes como los de 'Mi nombre es Joe' (1998) o 'Felices dieciséis' (2002) han dejado paso a un previsible uso del didactismo que desfallece cualquier intento de compasión por aquello que estamos viendo. Lo que antes eran personas reales, con sus complicaciones y sus vertientes negativas y positivas, han dado paso al fácil recurso de los buenos y los malos.
Y así todo se complica, incluido nuestro balance y postura frente a una película como 'Sorry We Missed You'. Por un lado, sales abatido ante el reconocimiento de una realidad que existe y que un cine como este ayuda a poner en cuestión, a replantear en ideas y a alzar la voz de aquellos que no la tienen. Por otro lado, la sensación de que Loach y Laverty lo hacen a través de trucos que, no solo empeoran el resultado y fuerza la película, si no que bordean el sentimentalismo y el golpe de efecto más barroco y maniqueo, sobrevuela hasta su imagen final, en la que nos confirmamos que el mecanismo de sus creadores probablemente haya funcionado.
Y es que de otro modo, adoptando, por ejemplo, una forma mucho más incisiva frente a lucha de clases como la que tiene 'Parásitos', los objetivos de Loach se verían reducidos. Su cine es como una pancarta en plena manifestación, escrita con rotulador rojo y letras mayúsculas. Quiere que el mensaje llegue alto y claro, sin dificultades, que no haya que rebuscar ni meditar acerca de lo que estamos viendo. Loach nos lo sirve en la mesa cortadito y listo para comer. Y así, es mucho más fácil, tanto para el espectador experimentado como para el que no quiera complicarse la vida. Quizá, en última instancia, eso es lo que esté buscando el cineasta. Probablemente, por ello, y frente a sus profundos problemas, su cine sigue siendo a día de hoy tan profundamente reivindicado.
Nota: 5
Lo mejor: La nobleza de sus ideas. La necesidad de un cine que hable de estos temas con conciencia política y reivindicativa.
Lo peor: Que lo haga de una forma tan tosca y maniquea. Que el discurso sea tan ferozmente obvio que no dé para reflexión.