A quienes nos criamos con la saga clásica de 'Star Wars', la irrupción en nuestro rinconcito infantil de conceptos como midiclorianos, bloqueo comercial o federación de comercio nos produjo todo un cortocircuito existencial. Ya no digamos la irrupción de personajes como Jar Jar Binks (no me detengo demasiado en él porque ya ha recibido lo suyo... y aquí aparecerá de nuevo más adelante) o la excesiva simplificación de otros que recordábamos con cariño (¡ese insulso C3PO!). En fin, que en 1999 todos fuimos en masa a ver el 'Episodio I' y muchos nos lo pensamos bastante antes de pasar por taquilla ante el estreno del segundo capítulo tres años después. Pero como dijo alguien una vez, George Lucas ha conseguido que para varias generaciones de espectadores estas películas sean como una droga de la que periódicamente necesitamos nuestra pequeña dosis, aunque conscientemente sepamos que nos pueden hacer daño...
Ante la simpleza de tramas del 'Episodio I', muchos esperábamos (deseábamos) que la cosa se pusiera algo más interesante en 'El ataque de los clones'. Vale, el título ya de por sí sonaba algo raro (¿por qué no 'La guerra de los clones' o 'Las guerras clon', que es como se habían denominado en la trilogía clásica?), pero no había nada fantasma en él y se nos prometía lo que la saga es en su génesis: guerra (y galaxias). También sabíamos que la película reflejaría la unión sentimental entre el joven e inmaduro aprendiz de jedi, Anakin Skywalker (ahora bajo la tutela de Obi-Wan Kenobi), y la ex-reina del planeta Naboo, Padmé Amidala. ¿Ex-reina? Sí, ya hablaremos de eso más adelante; tan sólo decir que Lucas demuestra, una vez más, que o no domina conceptos elementales de la política, o peor aún, sigue en su afán de infantilizar todo lo que toca, a fin de que chicos y grandes entiendan quiénes son los buenos y quiénes los malos. Y si el padawan se pasa media película clamando su madurez, muchos espectadores debimos hacer lo mismo a las puertas del Rancho Skywalker. Pero no lo hicimos, of course...
Tramas separadas
Al comienzo del 'Episodio II', alguien intenta asesinar a Padmé Amidala (Natalie Portman) a su llegada a Coruscant. A dos caballeros jedi de su confianza, Kenobi (Ewan McGregor) y su discípulo Skywalker (Hayden Christensen) se les encomienda la protección de la antigua regente, y, tras frustrar un nuevo atentado contra la joven parlamentaria, se lanzan a la persecución de una cambiante, criatura que ha sido contratada a su vez por otro cazarrecompensas anónimo. Conceptualmente, nos encontramos en uno de los momentos más interesantes de la saga: recorremos, por fin (primero por el aire, luego a pie de calle), la capital de la galaxia, una metrópolis que apenas se mencionaba el la trilogía clásica y que apenas pudimos ver superficialmente en 'La amenaza fantasma'. Sin embargo, visualmente (con tantos neones y luces resaltando en la noche urbanita) es difícil no acordarse de 'Blade Runner'. Al menos, en la escena del bar, los verdaderos fans disfrutarán de los cameos (sin máscara) de Ahmed Best (Jar Jar Binks) y Anthony Daniels (C-3PO).
Como en 'El Imperio contraataca', Lucas decide a partir de aquí dividir la narración en dos tramas paralelas. Por un lado, Kenobi es enviado a seguir la pista del segundo cazarrecompensas (que posteriormente será identificado como Jango Fett), mientras que al padawan se le encomienda la protección de Amidala en su Naboo natal. Hay que decir que la primera, aun con altibajos (ese diseño de aliens que parece ametrallado directamente de 'A.I. Inteligencia Artificial'), funciona: momentos como el descubrimiento del ejército clon o el enfrentamiento entre el jedi y el cazarrecompensas son de lo más eficaces.
Sin embargo, la love story de la segunda lastra por completo el fin, y por ende, la nueva trilogía al completo. Arranca con un diálogo surrealista en la sevillana Plaza de España (que simula ser el puerto de Naboo), donde Anakin habla de las virtudes de Padmé "como reina elegida por su pueblo"(!), y ella le responde que decidió convertirse en senadora (!!) "tras sus dos legislaturas" como monarca (!!!); y termina con la romántica confesión de ella a punto de salir a la arena de Geonosis, después de haberse pasado media película dándole calabazas al joven Skywalker. Nada funciona en esta impostada relación romántica: es comprensible el enamoramiento platónico de él (al fin y al cabo, él es casi un adolescente con las hormonas a tope y obligado a reprimir sus sentimientos por su credo), pero los diálogos no fluyen con naturalidad, los flirteos son artificiosos y no hay feeling entre los actores. Padmé y Anakin acabarán juntos porque el espectador, desde fuera, sabe que así lo dicta la cronología galáctica, pero no porque la pareja transmita química y romanticismo más allá de la pantalla.
Esta falta de emoción verdadera, así como la inclusión (otra vez) de elementos desconcertantes (¿un R2-D2 que vuela? ¿un Yoda espadachín y saltimbanqui?), secuencias con planificación de videojuego (las plataformas móviles en la fábrica de droides) y garrafales fallos de raccord (esa camiseta de Portman que, misteriosamente, va convirtiéndose poco a poco en un top), nos sacan de la fantasía en la que tantas veces habíamos buceado de niños.
Lo malo, lo peor, lo bueno y lo salvable
Ya hemos hablado de Jango Fett (Temuera Morrison), cuya presencia no solo funciona correctamente, sino que sirve para presentarnos al que será un personaje clave en el futuro: su hijo Boba (encarnado aquí por el jovencísimo Daniel Logan). Aparece un nuevo villano, el conde Dooku (Christopher Lee), cuyo nombre supuso más de un chiste por nuestras latitudes y que parece jugar con cartas marcadas (¿está organizando la revuelta separatista contra la República o encargó el famoso ejército clon al servicio de ésta?), siempre al servicio del (¿misterioso?) Darth Sidious. Pero, sin duda, el elemento más peligroso, perturbador y antisistema de toda la película ni oculta su rostro ni maquina complots: es (otra vez, sí, habéis acertado) Jar Jar Binks, que creíamos que su presencia iba a ser meramente testimonial y, sustituyendo a Padmé en el Senado, propone dar plenos poderes al canciller Palpatine (Ian McDiarmid). Dicho de otro modo: el inicio del fin de la República Galáctica y el surgimiento del malvado Imperio nace con la moción política del irritable gungan. Lucas, te has pegado un tiro en el pie. Tusa que vales, chaval.
¿Hay algo que merezca la pena ser rescatado del 'Episodio II'? Sí, lo hay. Aunque no sea mucho.
Ewan McGregor apunta bien como reencarnación joven de Alec Guinness (algo que ya intuimos en 'La amenaza fantasma' y que confirmaría posteriormente en 'La venganza de los sith'); la aportación de Samuel L. Jackson como Mace Windu es más que interesante, y tendrá todavía más trascendencia en el siguiente capítulo; Christensen, que solo funciona a ratos como Anakin, consigue hacer suyas las secuencias en las que encuentra a su moribunda madre y, lleno de ira, ataca a los tusken (la semilla del futuro Lord Vader, aunque fugazmente, se atisba en sus ojos); Lucas aún es capaz de tocar la fibra fan permitiéndonos regresar (aunque según su cronología, es la primera vez que lo visitamos) a escenarios entrañables como la granja de evaporadores de los Lars, futuros tíos de Luke, e introduciendo algunas notas del 'Imperial March' de John Williams ante la visión del ejército clon.
'Star Wars: Episodio II - El ataque de los clones' no llega a ser tan, tan floja como su predecesora, pero continúa resultando demasiado tibia, impostada y artificial, donde los efectos CGI siguen comiéndose la película -hay planos que, directamente, han sido realizados únicamente en el ordenador- y donde las cosas suceden porque tienen que acabar así, no porque de manera orgánica y natural lleven a un desenlace ya conocido por todos. Aún el 'Episodio III' podría remontar la cosa. Pero ese capítulo lo resolveremos en una próxima entrega.