'Trainspotting' es la película de una generación perdida, una puerta abierta a un mundo de drogas, irresponsabilidad y adrenalina al que nunca tendrás acceso. A través de la música y la heroína, Danny Boyle nos llevó hace más de veinte años a un viaje psicotrópico de antihéroes aferrados a la eterna juventud. Aquella película consiguió resistir el paso del tiempo y trascender la pantalla hasta convertirse en un icono del cine. "Elige la vida, elige una carrera, elige una familia", miles de adolescentes en el mundo que se negaban a seguir los pasos de sus padres y elegir una vida monótona y predecible, colgaron en sus paredes aquel poster blanco y naranja cuyo discurso (aunque ahora haya sido actualizado), está tan vigente como nunca. Mark Renton, Sick Boy, Supud, Begbie fueron un alivio para aquellos que no querían identificarse con protagonistas de inalcanzables vidas perfectas. Además, el tratamiento de las drogas fue toda una revolución, sin paternalismos ni condescendencia, no necesita posicionarse ni justificar a sus personajes porque la droga es, simplemente, lo que ellos han elegido, con todas sus consecuencias.
Con mayor o menor acierto, Danny Boyle siempre ha intentado ser un revolucionario de lo digital y embarcarse en los proyectos más dispares, de 'La playa' a 'Slumdog millionaire' o 'Steve Jobs'. Entonces, ¿qué le hace volver a sus personajes después de tanto tiempo? Pues simplemente el hecho de que esta historia no podía ser contada de otra forma. 'T2: Trainspotting' es una de las pocas secuelas en aprovechar realmente todas las posibilidades que el tener unos personajes y un background ya definidos ofrece. Esta película, como analogía del paso del tiempo, tiene sentido ahora, cuando los personajes han envejecido tanto como los actores, y el mundo y las adicciones ha cambiado con ellos. Boyle retrató una generación y ahora ha llegado el momento de preguntarse dónde está.
En 1996 dejamos a Mark Renton (Ewan McGregor) traicionando a sus amigos y huyendo con 12.000 de las libras del botín. Renton se marcha a Amsterdam a rehacer su vida y dejar atrás las drogas. Eligió la vida, pero 20 años después tendrá que enfrentarse al hecho de que, quizá, la vida no le haya elegido a él. Por eso decidirá volver, por primera vez en todo este tiempo, a su ciudad natal, al único sitio donde siente que ha sido libre y donde están sus amigos de verdad, aquellos que, conociendo lo peor de él, le aceptaban como un igual, donde no se juzgaban sus vicios. Pero el tiempo no ha sido indulgente con todos, Begbie (Robert Carlyle) lleva 20 años encerrado en prisión cultivando su odio, Spud (Ewen Bremner) no ha conseguido romper la cadena de las adicciones y Sick Boy (Jonny Lee Miller) se mueve entre el proxenetismo y regentar un nostálgico bar de mala muerte.
El paso del tiempo y la madurez son el eje central de la película en torno al que giran unos personajes que no solo son una decepción para la sociedad, sino para ellos mismos. Como ninguno se ve capacitado para ser un buen padre, o siquiera un adulto, los cuatro protagonistas se aferran a la nostalgia de una época en la que no existían las responsabilidad ni la culpa, y dedicaban su vida al hedonismo y las drogas. Al fin y al cabo cualquier tiempo pasado fue mejor. Hoy Renton se ha convertido en víctima de la sociedad y el capitalismo, y sólo volviendo a recaer junto a Simon en la vida criminal se sentirá él mismo, joven y vivo otra vez.
Merece la pena destacar las interpretaciones de Brenen y Carlile, que cobran mucho más protagonismo en esta entrega. Si en la primera parte Mark era el narrador y detonante de la historia, ahora tendrá que compartir su lugar con Spud, el personaje que más evolucionará a lo largo de todo el filme y el que más impacto tendrá sobre el resto de personajes. Por otro lado, Begbie escapa de la cárcel como una inestable bomba de relojería que terminará de explotar en la esperada escena del reencuentro de los cuatro, escena que por cierto se pospone muy astutamente hasta bien avanzada trama.
La sombra de un mito
Boyle decide no ignorar la película original, pero tampoco cae en el fácil error de repetir la fórmula que ya le había funcionado. Se apropia de las imágenes más recordadas de 'Trainspotting', las inserta en la secuela, las recrea y las repite, pero con un valor mucho más narrativo que nostálgico, utiliza el viejo metraje para darle un nuevo sentido al paso del tiempo. Crea un juego visual donde el pasado siempre vuelve y los personajes están condenados a cometer una y otra vez los mismos errores.
Al contrario que con el montaje, la música sí se usa como un apoyo nostálgico. Si la primera parte de 'Trainspotting' no se puede entender si su banda sonora, la de 'T2' nos recuerda que los personajes están atrapados y estancados en una etapa de su vida que no han logrado superar. Esta relación de los personajes con la música está especialmente bien definida en la escena del tocadiscos, cuando Mark duda varias veces si poner o no aquella canción, que le obligará a enfrentarse a la persona que era hace 20 años, y a esa parte de su vida que claramente ha tratado de apagar.
Nota: 8
Lo mejor: el uso de las imágenes y el recuerdo de 'Trainspotting' para construir algo nuevo.
Lo peor: que intente darle el mismo peso dramático a todos los personajes cuando no todos son igual de interesantes.