La relación yerno-suegro ofrece una inmensa cantidad de posibilidades a un guionista de comedia. Si en la vida real ya pueden saltar chispas dependiendo de la familia política que le toque a cada uno, en el cine los gags que emergen de esas situaciones llevadas al extremo tienen un potencial humorístico extraordinario. '¿Tenía que ser él?' recurre a ese sencillo planteamiento, con una estructura perfectamente conocida y con unos personajes que chocan frontalmente y a toda velocidad desde el primer momento. Esas tensiones son el carburante de la nueva película de John Hamburg, que depende en su totalidad de sus dos (grandes) actores protagonistas.
James Franco y Bryan Cranston son yerno y suegro. Franco interpreta a Laird, un extravagante gurú tecnológico que vive en una moderna mansión en California. Mientras que Cranston encarna a Ned, que junto a su mujer y su hijo pasará las fiestas navideñas en casa del recién conocido novio de su ojito derecho, su hija Stephanie (Zoey Deutch). Cada personaje se presenta en su propio ambiente, a Laird le conocemos tal cómo es en su megalómano hogar y Ned aparece por vez primera junto a sus compañeros de trabajo su familia. La verdadera comedia comienza cuando ambos protagonistas se ven enfrentados en el entorno de Laird, natural para su dueño, y hostil a todas miras para Ned. A lo cual hay que añadir la liberada actitud del yerno, que se comunica con una palabrota, más o menos, en cada frase y no tiene ningún tipo de vergüenza a la hora de flirtear con su suegra o de introducir a su adolescente cuñado en el mundo de la perversión lingüística.
La mayor parte de la cinta se desarrolla en esa mansión, tomando prestado ese recurso de las screwball comedies del espacio amplio por el que sus personajes se van encontrando en diferentes puntos. De esa manera, se aprovechan los diferentes núcleos cómicos que alberga la residencia, al mismo tiempo que se separa a los personajes convenientemente dependiendo del momento. Temáticamente, 'Los padres de ella' viene rápidamente a la memoria a la hora de comparar con '¿Tenía que ser él?'. Mientras que la primera era más recatada (y probablemente refinada) a la hora del encuentro entre suegro y yerno, la segunda no se corta en ningún momento. Así pierde la tensión con la que contaba la cinta protagonizada por Ben Stiller y Robert De Niro, sumiéndose en un humor más basado en lo sexual y la bien medida inmadurez de Laird.
Entre cobayas y rock
Lógicamente lo mejor de la película son Bryan Cranston y James Franco, que demuestran que se debieron tomar el rodaje como un entretenimiento personal. Quizá hasta se lo pasaron mejor ellos que el espectador. Otro personaje destacado es el mayordomo interpretado por Keegan-Michael Key, que a veces tiene una presencia injustificada, pero cuya química con Laird es de lo más natural y cómico del film.
Presencia especial tienen las obras de arte creadas por el propio James Franco, como el cuadro de las cobayas fornicando en el dormitorio del matrimonio Fleming. Son algunos detalles que dotan de cierta personalidad a la película, aunque en ese sentido se le van restando puntos a medida que se deja llevar por los caminos más previsibles. Desde el mismo comienzo es obvio cómo finalizará ese choque sentimental y generacional entre ambos, ya que cada uno representa un enfoque diferente con respecto a la invasión tecnológica en la industria. Aunque sorprende el comportamiento de Stephanie, que evita la sumisión a la que estamos acostumbrados en este tipo de películas en las que son los hombres los que cuentan con mayor uso de la palabra, demostrando mayor personalidad incluso que ellos.
'¿Tenía que ser él?' no es una comedia atrevida, pero es tan evidente la buena relación establecida entre Cranston -que recupera algún momento propio de Hal- y Franco que ambos justifican el visionado de esta producción, que por lo demás no aporta gran cosa al género, aparte de alguna risa y un cameo sorprendente.
Nota: 5
Lo mejor: La química entre James Franco y Bryan Cranston, a los que veríamos sin dudarlo en una sitcom.
Lo peor: La escasez de chistes hechos a medida, ya que nada suena realmente a nuevo.