Cuando los cómics eran cosas de frikis solitarios, M. Night Shyamalan dirigió 'El protegido', un drama sobre la soledad enmarcado en viñetas. Después le dio la vuelta a las invasiones extraterrestres, al mito de las nereidas y al cuento de 'Hansel y Gretel'. Cuando Marvel y DC acapararon la taquilla con sus enormes presupuestos, él terminó su trilogía de superhéroes en un psiquiátrico, y mientras Hollywood convierte el cine, ese séptimo arte, en un producto mercantilizado y engrasa la maquinaria de la fórmula perfecta del éxito, Shyamalan cuenta historias, muchas veces la suya propia.
¿Y qué puedes esperar si un cineasta como él nos lleva de vacaciones tras un año perdido, encerrados y encerradas en nuestras casas por la pandemia del COVID? 'Tiempo' es una adaptación libre del cómic 'Castillo de arena' de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy, del que Shyamalan roba la idea de una playa paradisíaca de la que no se puede escapar y en la que cada media hora que pasas en ella se cobra un año de tu vida. Replica también algunos personajes y sucesos, pero no su evolución o consecuencias. El director y guionista tiene muchas cosas personales de las que hablar e igual que la cortina de humo que son los monstruos en 'El bosque', él camufla de thriller, de drama y misterio sus miedos más íntimos, que a sus 50 años es que la vida se nos escape entre los dedos y cada minuto que no atesoramos se pierde para siempre.
Hasta la playa y desde un lujoso resort lleva Shyamalan a un matrimonio en crisis con sus dos hijos; a un cirujano con su madre, su hija y su mujer florero; y a una pareja formada por un enfermero y una psicóloga. Pero además en la cala ya hay alguien esperando: un rapero famoso llamado Mid-Sized Sedan al que no le deja de sangrar la nariz. Esta es, desde 'La joven del agua', la película más coral del director que eligió a un héroe de acción para interpretar a un psicólogo infantil y puso a Mark Wahlberg a hablar con plantas de plástico.
En esta ocasión Shyamalan ha apostado por la diversidad de un elenco multicultural con Gael García Bernal (México), Vicky Krieps (Luxemburgo), Alex Wolff (EE.UU.) y Thomasin Mckenzie (Nueva Zelanda) al frente, a quienes se suman Nikkei Amuka-Bird, Rufus Sewell, Abbey Lee, Ken Leung, Eliza Scanlen y Aaron Pierre. Ellos defienden admirablemente bien una trama extraña y frenética, que nunca da respiro y cuyo ritmo va escalando mientras el pulso se acelera a la misma velocidad que transcurre el tiempo en la playa. A este experimento temporal hay que sumarle el peculiar sentido del humor de su director, tan confuso y chocante que a veces no podíamos tener la certeza de que no fuese involuntario, pero que tras trece películas reconocemos como un alivio entre tanto estrés al que nos somete. Un alivio muy autoconsciente, como lo es su texto cargado de constantes frases reiterativas y cliché sobre el paso del tiempo que no suenan naturales y giran siempre, como las manijas de un reloj, alrededor de la misma idea. Sus diálogos son lo más flojo de la cinta.
Igual que si entrásemos en la isla de 'Los diez negritos', un heterogéneo grupo de desconocidos se ven durante sus vacaciones en la obligación de trabajar en equipo contra un fenómeno incomprensible que va acabando con ellos uno a uno. También como en una novela de detectives, aunque en el fondo se parezca más a un episodio de 'La dimensión desconocida', toda la película está plagada de pistas que el público debe ir recogiendo para resolver el misterio y completar el puzzle antes que los propios personajes. Cambia la narrativa emocional tan característica de su cine y de sus historias de amor por un grupo de personajes que corren perdidos playa arriba y playa abajo sin descanso como puestos de Adderall, persiguiendo algo tan volátil como la vida, sucumbiendo al miedo de intentar combatir su inevitable mortalidad.
Acusado tantas veces de que sus películas no se entienden por un público y critica que se queda en la superficie, si en otras ocasiones Shyamalan ha sido más discreto o más críptico en sus mensajes hasta llegar a sus célebres plot twist, no es el caso de 'Tiempo', en la que expone su premisa en la primera escena y mantiene sus intenciones hasta el final, el más consecuente de su carrera, lo que no es precisamente algo bueno. Pero Shyamalan es mucho más que sus finales, un justo consenso al que algún día llegaremos.
Esta vez, y aunque no llegue exento de cierta sorpresa, el desenlace no propone una nueva lectura de toda la película como hacían 'El sexto sentido' o 'La visita' (por no hablar de 'Múltiple'), sino que pone sobre la mesa debates éticos y morales a los que sí que no no tiene acostumbrados un autor para el que, al menos en su filmografía, la fe mueve montañas. Y la verdad es que no le sale tan bien como él querría, pero al no apoyare enteramente en el girito de turno, esos 20 minutos no pueden definir 'Tiempo'.
"Let's do what nature wants us to do"
De nuevo, como ya hiciese en la infravalorada 'El Incidente', la naturaleza vuelve a ser, al menos en apariencia, el principal enemigo. La naturaleza, el entorno, el mar y el espacio libre, todo lo intangible e incontrolable entraña peligro en manos de Shyamalan, que se ha convertido mediante planos cerrados, encuadres distorsionados y un tremendo manejo del pulso dramático, en el maestro del terror sin callejones oscuros, sin recovecos en los que esconderse y ni siquiera ya fantasmas. Miedo al aire y ahora miedo al reloj, aunque él insiste en que no hace cine de terror.
En ocasiones en la película la cámara se para cuando el tiempo no lo hace y algunas secuencias ocurren fuera de campo o lejos del primer plano mientras la historia avanza furiosamente para todos sus personajes a la vez. Como los años pasan más rápido, también se aceleran las enfermedades y las cicatrices lo que en la despiadada imaginación del director se traduce en algunas de las escenas más difíciles de ver de su carrera, unas por lo explícito de sus imágenes y otras simplemente por la tremenda tensión que provoca el anticipo, algo similar a lo que John Krasinski hacía con aquel clavo en el suelo en 'Un lugar tranquilo'.
En muchos aspectos, 'Tiempo' es la madurez de Shyamalan como padre, como hijo y como cineasta, sea o no su mejor película. "La película va de ver a tus hijos crecer demasiado rápido, era el sentimiento que quería capturar", dice el propio director, que de hecho contó con un de sus hijas, Ishana Night Shyamalan, para dirigir la segunda unidad y con otra, Saleka Shyamalan, para componer el tema final de los créditos. Todo queda en familia. La banda sonora original corre a cargo de Trevor Gureckis, con el que Shyamalan repite tras 'Servant' y que también ha compuesto la música de 'El jilguero', 'Bloodline', 'Voyagers' y poquito más. Desde 'La Visita', Shyamalan rompió su colaboración habitual con James Newton Howard y decidió empezar a contar con compositores más jóvenes, intrépidos y con nuevas ideas. También más baratos ya que él se convirtió en el principal productor de sus películas para ostentar mayor poder creativo. Gureckis ayuda a Shyamalan a crear esa atmósfera asfixiante a plena luz del día y en exterior y una armonía que no para de arrojar toneladas de energía y nervio.
A lo largo de su carrera, Shyamalan ha despertado pasiones y odios, y no precisamente a partes iguales. Quizá llegó demasiado alto demasiado rápido, antes de que el público pudiese asimilar su particular forma de ver y entender el mundo, su perturbador sentido del humor y, por qué no decirlo, su vasto amor propio que le lleva a autoreferenciase constantemente, pero también a reinventarse sin parar, siendo fiel en cada momento a lo que él quiere contar, saltándose todas la convenciones del género y que sea la persona sentada en la butaca la que se adapte a su personal lectura, a su cine, y no al revés.
Su última película es, en términos de ritmo, el contrapunto a 'El bosque', 'El protegido' o 'Señales', que nos llevaban a atravesar miedos, crisis e inseguridades casi en brazos, en un bamboleo de suaves travelings y planos secuencias donde incluso la acción, como en 'Airbender', está al servicio de la belleza. Aunque no en esta playa. 'Tiempo, es intensa, en ocasiones casi salvaje, las vacaciones más inquietantes de tu vida, pero lo más interesante, pasado el subidón de sus 110 minutos, es el poso que dejan sus miedos, quizás su pensamiento crítico (pese a que esto esté apenas desarrollado) y la maestría de su vibrante dirección. In Spain we call it "ansiedad".
Nota: 7
Lo mejor: Como siempre, su mensaje humano y extremadamente personal.
Lo peor: Sus diálogos y es tan trepidante su ritmo que algunos personajes no tienen ningún desarrollo.