Diane, la nueva temporada de 'Twin Peaks' no te va a dejar indiferente. David Lynch ha asaltado de nuevo la pequeña pantalla con un estreno sin precedentes, en el que ha desatado sus inquietudes más oscuras y se ha olvidado de cualquier tipo de convención narrativa. El trasvase de ABC a Showtime, es decir, de abierto a pago, ha permitido a los creadores de la serie imponer un imprevisible ritmo que nada tiene que ver con las luminosas y lineales peripecias del agente Cooper en su llegada original a Twin Peaks.
El espacio y el tiempo son conceptos obsoletos para Lynch, que juega a placer con sus personajes en los primeros episodios de este regreso. Su estilo pausado, elegante, simbólico e hipnótico se mantiene intacto, ofreciendo una atractiva estética pictórica, muy cercana a la obra como pintor del cineasta: minimalista y tenebrosa. Si estabas esperando ver una continuación al uso de 'Twin Peaks', quítate ya esa idea de la cabeza. Es notorio el gusto de Lynch por la experimentación narrativa y la dosificación de la información, lo cual dilata la expectación y genera más interrogantes que respuestas, pero puede ser un goce absoluto para quien sea capaz de sumergirse en las diversas y fantásticas tramas sin exasperarse.
En esta ocasión Twin Peaks comparte protagonismo con la urbe neoyorkina y otras localizaciones, restándole presencia a los personajes originales de la serie, que se reencuentran con el espectador en escenas aparentemente inconexas, casi viñetas del estado de la ciudad un cuarto de siglo más tarde. Los hipsters han invadido el Roadhouse y la tecnología tiene unas dimensiones desproporcionadas. Los tiempos han cambiado. Pero lo más interesante sucede en la otra dimensión, en la inexorable Black Lodge. Entre telas rojas y patrones inmersivos regresamos al escenario más icónico de la serie, en el que sigue encerrado el agente Cooper de corazón puro, mientras que su doppelgänger maligno campa por el mundo real con la violencia por bandera.
Entre la mezcolanza de nuevos personajes la única certeza es que tendremos ración doble de Kyle MacLachlan. El protagonista original se mantiene como hilo conductor, alternando las dos facetas opuestas de su personaje, ahora representación desdoblada del bien y del mal. En cuanto a las incorporaciones, Ben Rosenfield ('Boardwalk Empire'), Madeline Zima ('Californication') y Matthew Lillard ('Scooby-Doo') son los nuevos rostros que más llaman la atención en el arranque de la temporada, aunque todo apunta a que no debemos encariñarnos en exceso de ninguno de los personajes. El ambiente viciado, que compagina humor con gore siniestro, nos mantiene alerta en todo momento ante una amenaza de origen incierto y de naturaleza que trasciende a lo humano.
Experiencia sensorial
El objetivo principal de Lynch y Mark Frost es empujarnos a experimentar una dimensión desconocida de la popular serie. Por eso los nuevos episodios no buscan ser un revival de lugares comunes, sino una críptica deconstrucción del espíritu más sombrío de la ficción. De ahí que la comprensión absoluta de lo que está sucediendo quede relegada a un plano secundario, porque no nos engañemos, el cine de Lynch no se puede entender a niveles superficiales, sino que exige al espectador que se abstraiga de su zona de confort para entrar de lleno en el terreno de los sentidos. En otras palabras, hay que dejarse llevar por el ritmo de Angelo Badalamenti y no buscarle una explicación concreta a cada suceso. Al menos en primera instancia.
Todavía queda mucho camino por recorrer, pero estas dos primeras horas proponen un fascinante juego al espectador, con el que Lynch se ha liberado de ataduras para consagrarse como funambulista del absurdo sobrenatural. El director de 'Carretera perdida' ha vuelto a lo grande con lo nuevo de 'Twin Peaks'.
Nota: 9
Lo mejor y lo peor: La locura lynchiana en su máximo exponente.