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CRÍTICA

'Un año, una noche': La farsa de la memoria

Lo nuevo de Isaki Lacuesta adapta la novela 'Paz, amor y Death metal', pero no es el relato del atentado del Bataclán y tampoco de sus supervivientes.

Por Luisa Nicolás 21 de Octubre 2022 | 09:00

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'Un año, una noche': La farsa de la memoria

Tras sobrevivir a los atentados de la sala Bataclán en París del 13 de noviembre de 2015, Ramón González escribió el libro de no ficción 'Paz, amor y Death metal', el testimonio literario de la huella que aquella noche dejó en su vida y su memoria. Con esa base, Isaki Lacuesta escribe (junto a Isa Campo y Fran Araújo) y dirige 'Un año, una noche', abordando el trauma de la violencia desde lo emocional en todas sus formas. Sus protagonistas son Ramón y Céline, Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant, una pareja que fue junta al concierto de 'Eagles of Death Metal' en el que cuatro hombres tirotearon al público hasta acabar con la vida de 89 personas. Los dos salieron de allí como supervivientes, aunque lo lograron por separado; son dos víctimas, pero muy diferentes; vivieron lo mismo, pero no lo recuerdan igual.

'Un año, una noche'

El cerebro es un órgano complejo y la mente traicionera, capaz de recordar basándose en emociones y de archivar en el subconsciente las imágenes que prefiere reprimir. Nos contaba Lacuesta que el autor de la novela y su novia estuvieron juntos en el mismo camerino esperando a ser liberados por la policía y mientras él asegura que estaban completamente a oscuras, ella está convencida de que todas las luces estaban encendidas. Sobre este dimorfismo de "la verdad" se estructura 'Un año, una noche' con una perspectiva doble, dos puntos de vista, la de los dos personajes, que se van entrelazando a medida que ella empieza a conectar con sus emociones. Él, desde el principio, necesita hablar de lo que pasó, recordarlo todo, ella se pone una coraza e intenta que nada penetre, intenta no ser una víctima. El complejo montaje de la película se convierte en un rompecabezas que ni ellos ni el público necesita realmente resolver, solo conectar con él, con ese dolor al que ambos reaccionan tan diferente. Son dos horas de metraje que llega a asfixiar, en el que no siempre puedes distinguir qué ha pasado y qué podría haber pasado.

Lacuesta ha hecho una película de amor, también de culpa, de incomprensión, de incomunicación, de memoria, o de miedo; básicamente de vida, que no de muerte, aunque el detonante sea el terror de un atentado que marcó a un país y su memoria colectiva. Por eso ha decidido dejar fuera toda violencia explícita y priorizar el latir sus consecuencias. No aparece gente tiroteada, no se ve a los terroristas, ni los impactos de bala, prácticamente no hay siquiera sangre, y qué acierto tan grande. Así, el guion se centra en la angustia de sus dos personajes y respeta la experiencia de quienes sobrevivieron al atentado y a la familia y los seres queridos de quienes no. Esta sensibilidad se acentúa también con el delicado trabajo de imagen y sonido, donde la cámara se cuela en la vida de esta pareja como un voyeur que intenta intervenir lo menos posible, solo ver y recoger. Las pesadillas de Ramón las entendemos desde fuera, con el movimiento de sus pupilas en sus ojos cerrados y los espasmos de las venas de su pie. Detalles que la convierten en una de las mejores películas del año, y de las más respetuosas y valientes.

'Un año, una noche'

Pelear contra la culpa y el miedo para poder avanzar

Otros temas que con más destreza trata la película y que permiten a Lacuesta introducir crítica social son la culpa, el miedo y el racismo, estando los tres en una colisión constante. Nos enfrentamos a la culpa por haber sobrevivido mientras otros no, la culpa de haber luchado por preservar la propia vida antes que cuidar la de los demás y la culpa por aquello en lo que el miedo te puede convertir: en un racista, en una persona que odia, mismo sentimiento que permitió a los terroristas cometer aquellos atentados. El cineasta y su equipo introducen en la historia un centro de menores donde trabaja el personaje de Céline. Esos adolescentes ya vivían prácticamente excluidos de la sociedad y entonces, por culpa de otros que no son ellos, pero se les parecen, el racismo que anida en nuestra sociedad se ve todavía más validado para estigmatizarles. Y ahora viene lo más complicado, ¿cómo se combate la xenofobia cuando es a la vez irracional y estructural? Quim Gutiérrez, que interpreta a uno de los amigos de Ramón y Céline que los acompañó al concierto, tiene una escena en la que, poco después de los atentados y borracho, confiesa que él no es racista, que no quiere serlo, pero que ya no puede ir en metro sin sentir pavor cuando ve a un árabe en el vagón. Es inconsciente, es casi físico, y hay que luchar contra ello cada día. Pero se puede y se debe hacer para avanzar.

Con tan pocos personajes, 'Un año, una noche' no podría sostenerse en pie si Merlant y Pérez Biscayart no fuesen dos de los mejores intérpretes del cine actual. A ella la hemos visto en 'Retrato de una mujer en llamas', 'París, distrito 13' y próximamente en 'L'innocent' y 'Tár'; a él en 'El profesor de persa', '120 pulsaciones por minuto' o 'Todos están muertos'. Sus actuaciones son vulnerables y sutiles hasta que estallan dentro de toda lógica. Tenían mucho que transmitir con sus ojos y sus cuerpos y lo han conseguido. Les acompañan en papeles más pequeños Gutiérrez y Alba Guilera, y aparecen también Enric Auquer, Natalia de Molina y C. Tangana en su debut cinematográfico.

Mostrar una escena de horror tan violenta como un tiroteo en aquella ratonera humana que fue la sala Bataclán esa noche sin caer en el morbo era muy difícil, pero Lacuesta consigue rodar una secuencia más fuerte que la de cualquier película de terror con aprensión y deferencia. 'Un año, una noche' es una historia de amor sorprendentemente cálida a la vez que claustrofóbica, la historia de un amor machacado por el trauma, que lucha por resistir. A pesar de que la apuesta por acabar como una paradoja del gato de Schrödinger tras un montaje fragmentado, reiterativo y caótico puede ser frustrante, así es dolor y así funcionan los recuerdos, que no siempre responden a una lógica, aunque intentemos imponerla.

Nota: 8

Lo mejor: Que no elija una única historia, ni una única verdad, ni una víctima perfecta.

Lo peor: Mantener un nivel de intensidad así dos horas agota hasta que se hace demasiado larga.