Los premios Oscar tienen la sana costumbre de reservar la categoría de mejor película de habla no inglesa a las producciones más relevantes del año, superando normalmente el nivel de la categoría reina. Pero como ocurre en las mejores familias, suele haber algún título que rebaja la calidad general del quinteto. En la última edición de esos galardones fue Asghar Farhadi quien se llevó la estatuilla a casa, aunque no fuera a recogerla, en una dura competición con la excelente 'Toni Erdmann'. Junto a ellas se encontraba 'Un hombre llamado Ove', un drama sueco que, por su planteamiento, apuntaba más maneras para estar nominada con el resto de producciones estadounidenses, ya que no tenía el toque distintivo de esas compañeras de cine foráneo.
Ese hombre llamado Ove es un anciano que ha perdido la motivación para vivir, y por lo tanto decide suicidarse. Desgraciada o afortunadamente, el ajetreo de su urbanización y dificultades logísticas irán posponiendo el fatídico instante de su muerte. Como suele suceder en este tipo de películas protagonizadas por ancianos huraños, es la aparición de vecinos llenos de vida lo que altera la deprimente mentalidad del protagonista, el elemento que aviva su fuego interno. En el caso de Ove la irrupción de sus nuevos vecinos y las vitales apariciones de tantos otros motivan el despertar de la melancolía y la nostalgia, combinando varios flashbacks con el tiempo presente. De esa manera se gestiona la información al gusto del realizador, de forma similar a los brillantes flashazos dramáticos del pasado que Kenneth Lonergan expuso en 'Manchester frente al mar'.
El punto de partida de la cinta es su despido de la fábrica en la que llevaba tanto tiempo trabajando, la gota que hace estallar un vaso en constante tensión. Con los flashbacks va desvelando el origen de las heridas que no han terminado de cicatrizar, lo cual ha provocado un resentimiento consigo mismo que manifiesta con una implacable y casi inaccesible personalidad, que se ablanda poco a poco a lo largo del metraje. El constante vínculo entre el presente y el pasado es el gran fuerte de la película, aunque a la hora de entrelazarse no despierten el mismo interés ambas líneas cronológicas. La tragedia envuelve al personaje, pero eso no impide al director Hannes Holm encontrar el sentido del humor en tal situación, convirtiendo intentos de suicidio en causas de amargas carcajadas.
El tacto de la soga
'Un hombre llamado Ove' habla de cómo el amor se transforma en amargura, cómo el recuerdo de un ser querido y perdido es una losa casi insalvable, si no se tiene fuerzas para superarlo. Aun así, Holm saca a relucir rayos de esperanza, sin indagar en el drama hasta las últimas consecuencias, ya que se anhela demasiado un desenlace que haga justicia poética al protagonista. Un planteamiento realmente convencional, que esconde denuncias a la corrupción moral de las administraciones públicas y a la mercantilización de la tercera edad, pero que no incide demasiado en esos interesantes temas para favorecer la previsible evolución del arco dramático de Ove.
Cabe destacar la magnífica interpretación de Rolf Lassgard como el personaje titular, que rompe con los estereotipos de la vejez con su ejemplo de inclusión y de aceptación de la diversidad sexual y racial. No es arisco con sus vecinos porque sean homosexuales o porque tengan una tez más oscura que la típica de Suecia, sino que las úlceras del pasado son las que le mantienen en una tensión insostenible. 'Un hombre llamado Ove' ofrece un entretenimiento con sustancia, pero pierde la oportunidad de salirse de lo establecido con un personaje que prometía luchar contra las normas más estúpidas.
Nota: 6,5
Lo mejor: La impagable emotividad que se alcanza cuando se profundiza en el personaje protagonista.
Lo peor: Lo convencional de la propuesta, que ofrece un planteamiento de esquema previsible.