A pesar de su corta edad, Florence Pugh es una de las actrices más consolidadas de la industria de Hollywood a día de hoy. Atrás quedó esa joven promesa que deslumbró en 'Lady Macbeth'; en la actualidad es una realidad tangible que ha demostrado su talento ya sea en dramas intimistas como 'Mujercitas', locuras experimentales como 'Midsommar' o blockbusters marvelitas como 'Viuda Negra'. En un año en el que estrena 'Oppenheimer' y 'Dune: Parte 2', tiene tiempo para protagonizar junto a Morgan Freeman 'Una buena persona', el nuevo dramón de Zach Braff sobre la culpabilidad, las adicciones y la bondad.
Conocido por todo el mundo como el doctor J.D. en 'Scrubs', Braff lleva tiempo asentado en el mundo de la dirección tras dar el salto con 'Algo en común', una dramedia que con el paso el tiempo se ha convertido en una pequeña joya del cine independiente norteamericano. Tras 'Ojalá estuviera aquí', 'Un golpe con estilo' o dirigir un capítulo de 'Ted Lasso', el cineasta se vio capaz de dirigir a dos mastodontes de la interpretación como son los protagonistas de su última película.
En esta ocasión, Pugh encarna a Allison, una joven prometida que, tras un accidente de tráfico, verá como su vida cambia de repente y para siempre. Freeman interpreta a Daniel, el padre del prometido, y también debe soportar el duelo a su manera. La película entrelaza la historia de ambos personajes situando la tragedia (y, por consiguiente, todo el peso del drama) como denominador común. Alrededor de esto orbitan las vidas de la joven Ryan (Celeste O'Connor), nieta de Daniel, o Diane (Molly Shannon), madre de Allison.
Si la sinopsis suena demasiado dramática, bueno, es porque lo es. Es un dramón de pura cepa, confeccionado únicamente para emocionar gracias a sus bandazos sentimentales y sus puñales por la espalda en forma de diálogos. El problema viene cuando Braff se pasa de frenada y termina por abocar su, a priori, genial guion en un melodrama televisivo, con una sensiblería notable y unas intenciones lacrimógenas que terminan por tirar por tierra una buena premisa.
De adicciones, duelos y perdones
La base de 'Una buena persona' es el personaje de Florence Pugh, y no solo porque la actriz nos regale otra sensacional actuación (y ya van...), sino porque su personaje es la diana de todos los dardos dramáticos, cuya piel los recibe sin posibilidad de escaparse. Allison no puede superar ese momento en el que su vida se fue al traste, por lo que se rinde a los opiáceos, de los que se termina haciendo adicta.
En ese sentido, recuerda mucho a 'Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo', donde un joven sufre de adicciones que le marcan sus acciones y no le permite avanzar, mejorar, superar. Sin tener una dinámica ni una química tan bestial como Timothée Chalamet y Steve Carell, Pugh y Freeman se complementan bien y logran dar vida a personajes que, a pesar de ser muy bienintencionados, se les nota un poco huecos por toda la carga sentimental que atesoran. Carga que el espectador debe tragarse sin ningún acompañamiento.
Braff consigue en 'Una buena persona' un retrato veraz y tremendamente realista sobre la distintas formas y herramientas para superar un duelo, así como el poder del amor y las interacciones sociales para conseguir el perdón y volver a empezar. A pesar de hablar del alcoholismo o la drogadicción, el tono no se torna frívolo en ningún momento, logrando un enfoque quizá, justamente, sobrio en exceso.
Lo que deja el último film de Braff es una portentosa habilidad para contener un tono específico y guiar a grandes actores. Sin embargo, que se recree durante más de dos horas en una tragedia de tal magnitud lo convierte en un sermón plomizo e inabarcable que el propio cineasta emite al público. Quizá algo de guarnición, en forma de comedia, que ayudase a digerir este dramón haría que el resultado final no fuese tan denso y farragoso.
Lo mejor: Lo genial que están siempre tanto Florence Pugh como Morgan Freeman.
Lo peor: La intensidad del melodrama que termina por resultar en exceso fatigosa.