Entre los cineasta de la nueva generación, la visión del ruso Kantemir Balagov es una de las más interesantes. Con 'Demasiado cerca', el joven director hizo su carta de presentación con un espeluznante drama familiar en el que quedaban expuestos los lazos de sangre y en el que podía verse un retrato femenino singular. El realizador ha querido seguir explorando la realidad de las féminas, esta vez cambiando el año 1998 por 1945, mostrando las secuelas de la Segunda Guerra Mundial.
A esa situación se acerca con 'Una gran mujer', premio a la mejor dirección en el 72º Festival de Cannes, donde también obtuvo también el premio FIPRESCI de la crítica internacional. Balagov toma de referencia las muchas historias que aparecen en el libro 'La guerra no tiene nombre de mujer', en el que la autora Svetlana Alexiévich, ganadora del premio Nobel de Literatura, daba voz a más de 500 mujeres que hablaron de sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, en la que la Unión Soviética salió victoriosa. Lejos de heroicidades, Alexiévich exponía los traumas de aquellas mujeres que sufrieron en primera línea las consecuencias de la guerra, así como exponía cómo muchas fueron explotadas sexualmente por los aquellos altos cargos que debían protegerlas.
Las heridas de la guerra
En 'Una gran mujer', Balagov, que ha escrito el guion de la cinta junto con Alexander Teréjov, inicia el relato mostrando en primer plano los traumas que vive una de las protagonistas de la cinta, Ilya, interpretada por Viktoria Miroshnichenko, al paralizarse durante un tiempo, debido a las secuelas psíquicas y psicológicas que vivió durante su experiencia en el frente durante la guerra. Con la mirada perdida, temblando, sin pronunciar palabra, en estado catatónico, el cineasta es capaz de mostrar las terribles heridas físicas y mentales que ha dejado el conflicto bélico en la joven; así como el silencio al que se han visto sometidas las mujeres.
Desde ese momento, Balagov narra una historia de dolor, de tristeza, de soledad, del peso de la barbarie, de los abusos sufridos. El director pone en primera línea a las mujeres y su sufrimiento, permitiendo conocer una realidad silenciada, que ha quedado enterrada en una victoria bélica, en embellece la historia, especialmente por haber sido ganada. Pero el cineasta no lo hace de forma melodramática, sino en un ritmo pausado, tremendamente incómodo y áspero, sintiendo la asfixia emocional en la que viven las protagonistas.
Al lado de Ilya está Masha, interpretada por Vasilisa Perligina, mujer que lo perdió todo en la guerra, su marido, su hijo, su pasado, hasta su presente. La relación entre ambas es ambivalente, mostrando una peligrosa dependencia emocional, en la que se forja una círculo vicioso, como clara muestra de desesperación por lo vivido en la guerra, especialmente al comprobarse que la sociedad, aquella que debía ayudarlas, no es que mire hacia otro lado, es que no contempla siquiera que las mujeres hayan vivido tal cantidad de atrocidades en la guerra.
El dolor de las mujeres silenciadas
Ahí también está la elegancia de Balagov, es simplemente retratar las consecuencias de la guerra, evitando mostrar escenas del conflicto bélico. Con lo cual, lo que sienten las protagonistas provoca que sea el público el que sienta la magnitud del horror vivido, puesto que lo que importa en este relato no es tanto la guerra sino los traumas que dejó en esas mujeres, en el que prima denunciar también el machismo histórico del que ellas han sido víctimas, especialmente en situaciones bélicas. Es muy simbólica la escena en la que Masha le tapa la boca a Ilya.
Aunque el relato es pétreo, con unas mujeres con la piel curtida por la guerra, Balagov no pierde el sentido estético, recreando con suma elegancia ese Leningrado que regresa cual espectro del pasado. También toca aplaudir por el detalle y la fotografía, en la que se ve que es un digno pupilo del prestigioso Alexander Sokúrov, al tener colores saturados que hacen un interesante contraste con el que se amplía la sensación de asfixia, como si las miradas de sus protagonistas fuesen paredes que van aprisionando lentamente.
No hay muchos cineastas jóvenes que sean capaces de atrapar como lo hace Balagov, de apenas 28 años, con un relato áspero, crudo que está envuelto en una belleza melancólica y decadente. Digno pupilo no solo de Sokúrov, sino también de Zviánguintsev, al retratar una Rusia inclemente y cruel con sus propios ciudadanos, con sus mujeres, al ser incapaz de comprender y canalizar el dolor vivido en pos de una victoria disfrutada por unos pocos. Fascinante y brutal, cual rosa roja que atrae con su belleza pero que hace sangrar con sus espinas.
Nota: 9
Lo mejor: Su cuidada ambientación, su fotografía, las interpretaciones de sus actrices protagonistas y su retrato sobre la mujer y la guerra.
Lo peor: Su relato es áspero y duro, no está hecho para todo tipo de espectadores.