'Una vida en tres días' es una historia de amor, como tantas y tantas películas que se estrenan semana tras semana. Sin embargo, el amor que muestra lo nuevo de Jason Reitman significa salvación, dolor y salvación para una mujer que no estaba muerta, pero se había olvidado de que estaba viva.
La cinta es adaptación de la novela de Joyce Maynard, nos sitúa en el puente del trabajo, que en Estados Unidos tiene lugar el primer lunes de septiembre. Estamos en 1987 en algún lugar del estado de New Hampshire (Estados Unidos).
Adele (Kate Winslet) es una mujer ni demasiado joven ni tampoco madura que ha perdido la ilusión por vivir. Abandonada por su marido, que se ha ido con su secretaria y ha formado una nueva familia con ella, está prácticamente recluida con su hijo Henry (Gattlin Griffith), un adolescente de 13 años que se esfuerza en hacer que su madre consiga recuperarse.
Las cuatro paredes de su casa son una cárcel en la que Adele parece estar a gusto, y solo abandona su aislamiento voluntario de vez en cuando para ir a hacer la compra en compañía de su vástago. Un día, como otro cualquiera, madre e hijo cogen el coche y van al pueblo para comprar provisiones. Sin embargo, todo cambia para siempre cuando hace su aparición Frank (Josh Brolin), un prófugo huido de la Justicia que se empeña en que le ayuden y le lleven a su casa.
Así comienza un drama al que hay que unir el apellido de romántico gracias a la relación que surge entre secuestrador y secuestrada, que manifiesta un síndrome de Estocolmo que si no recuerdo mal, hacía tiempo que no se veía en el cine. Pese a tener cuentas con la Justicia, Frank es el hombre perfecto, y el antídoto que necesitaba Adele, que vuelve a vivir.
Un buen sabor de boca
Los actores están correctos, sobre todo Kate Winslet, que vuelve a explotar su buen hacer con personajes atormentados como tan bien hizo en 'El lector', (salvando las distancias entre las películas). Aunque a veces la película deja de entretener, ella consigue iluminar la pantalla y acercar al espectador nuevamente. Josh Brolin hace bien su trabajo y consigue lo que se espera de él, al igual que el joven Gattlin Griffith, que sabe cómo sacar partido a su personaje.
En cuanto a la película en sí, se presenta como un producto tremendamente irregular. El inicio muestra un plano secuencia de la zona en la que viven los protagonistas, un error que se hace demasiado largo, con la mitad de tiempo hubiera bastado para hacerse una idea de la zona en la que residen Adele y Henry.
Su historia familiar tiene interés, y también todo lo relativo a la trama con Frank, sin embargo en ocasiones no pasa nada, y no se puede evitar caer en el aburrimiento. Por suerte, de repente ocurre algo que consigue recuperar al espectador. Asimismo, aunque los flashbacks son necesarios para explicar el presente, su uso es abusivo y utilizado con torpeza en la mayor parte de las situaciones.
Bien hecha a nivel técnico y con una bonita banda sonora, Jason Reitman ha creado una película que pese a haber pasado prácticamente desapercibida en la temporada de premios es un proyecto muy correcto, que pese a que no consigue mantener la atención en todo momento, deja un buen sabor de boca.