Si hay algo que provoca auténticas sensaciones encontradas es estar ante una obra maestra que, además, es una ópera prima. Más de una vez, estar ante un primer ejercicio magistral provoca que al autor de la cinta se le ponga en el apuro de que siguiente trabajo tiene que estar, como mínimo, a la altura. Sucedió hace unos años con Lukas Dhont, Carla Simón o Jayro Bustamante, quienes tras un sólido debut, supieron realizas segundos trabajos que lograron mostrar que se estaba ante cineastas con nervio e identidad propia. Y es lo que se desea que suceda también con el boliviano Alejandro Loayza Grisi, quien estrena 'Utama', una auténtica joya costumbrista y rural.
'Utama' llega a salas comerciales con varios avales, como el Premio del Jurado a la Mejor Película en la categoría World Cinema en el Festival de Sundance; los galardones a la Mejor Película Iberoamericana, Mejor Dirección y Mejor Banda sonora del 25 Festival de Málaga, y el haber sido elegida por Bolivia para representar al país en la categoría de Mejor Film Internacional en los 95 Premios Oscar, a los cuales tienen opciones de, al menos, pasar la famosa shortlist. No es de extrañar tantos halagos para un largometraje que huye de cualquier imagen bucólica o idealizada del campo. Es más, Loayza realiza una cruda denuncia de la situación de abandono de los pueblos andinos, a los que se los condena al exterminio con algo tan simple como el no ayudar a que llegue agua corriente a esas zonas.
Loayza, quien también firma el guion, realiza también una advertencia de cómo el cambio climático es un problema global y afecta más, precisamente, a las zonas más deprimidas. Los protagonistas son un anciano matrimonio, formado por Virginio y Sisa - dos espléndidos José Calcina y Luisa Quispe-, que viven en una casa en el altiplano boliviano, donde tienen sus cultivos y crían a sus llamas, a las que Virginio pastorea. Esa rutina, hecha durante decenios, se ve perturbada por la llegada de una terrible sequía que ha convertido el campo en un territorio yermo. Loyaza plantea el dilema de si abandonar la región e irse a zonas más cosmopolitas en las que hay más recursos, como han hecho varias familias, o si aguantar y no dejar una tierra que ha sido todo para ellos y donde han vivido varios de sus ancestros.
Una delicia visual que narra la extinción de un pueblo que quiere dejarse morir
La realidad rural de los países andinos siempre ha vivido una situación de abandono por parte de las instituciones gubernamentales, siendo comunidades que han tenido que aprender a sobrevivir por sí solas, algo que ocurre en otros países como Perú o Ecuador (más inhóspita es la realidad de los indígenas que viven la selva de Brasil, donde son víctimas de pillaje y crímenes). Loayza expone esta realidad de forma frontal, sin melindres y con un retrato es resulta bello pero tremendamente desolador. Su mensaje ecologista es transversal y es una crítica a la dejación de funciones del propio de gobierno, ese que se dice que apoya a su propio pueblo.
A ello se suma que una fuerte divergencia entre la vida rural y urbana, mucho más confrontada que en otras regiones. Esto se refleja en la llegada del nieto del matrimonio, el cual no habla quechua, una de las dos lenguas maternas de sus ancestros; además de haber sido criado con un rechazo directo a todo lo que sus abuelos representan. Por otro lado, la llegada del hijo del vástago de la pareja sirve también para ofrecer algo de esperanza aunque, más que de cambio, de consciencia sobre lo ocurre.
Un largometraje con el que Loayza hace un auténtico derroche visual (maravillosa fotografía de Bárbara Álvarez), con un largometraje increíblemente hermoso y simbólico, al irrumpir constantemente un cóndor, el cual reposo en las montañas y cuya vida tiene ciertos paralelismos con el destino del protagonista. 'Utama', palabra quechua que significa "nuestro hogar" y en aymara "lugar de encuentro", es el canto desgarrado de un modo de vida que reivindica su posición, que no quiere dejarse matar. Una ópera prima exquisita, realizada con sumo mimo y delicadeza y que bien podría codearse con el estilo de melancólico de Chloé Zhao. Sin duda, uno de los largometrajes esenciales de este año dentro de la industria iberoamericana y que, sin duda, dará batalla en la temporada de premios.
Nota: 9
Lo mejor: Su exquisita fotografía, sus bellos paisajes y que sea un sentido canto de amor a las raíces y el espíritu rural.
Lo peor: Cuando llega el nieto, la trama se estanca un poco, aunque vuelve a encauzarse.