Las propuestas superheróicas han alcanzado unas dimensiones que no se pueden ignorar. De ahí que 'Venom: Habrá matanza' tenga que juzgarse desde los pormenores de la propia secuela, pero también teniendo en mente la primera entrega y contextualizando en un universo comiquero cada día más intrincado dentro de la gran (y pequeña) pantalla.
En sí misma esta segunda película en la que Tom Hardy repite en el papel de Eddie Brock, compañero ideal del simbionte conocido como Venom, plantea un viaje con cierto regusto a historieta muy llamativo. La trama, nacida de la labor al guion de Kelly Marcel (que repite) y el propio Hardy, es tremendamente concreta, no solo porque no se anda por las ramas con esos 97 minutos de duración que tanto indignan a los espectadores que optan por elegir sus películas "al peso", sino porque su arco argumental no se preocupa por profundizar demasiado en la psique de nadie, solo plantea un enfrentamiento entre simbiontes bastante anclado en cierta versión del enésimo romance turbulento.
Vaya, que la sensación se acerca tremendamente a lo que es comprarse el tomo 585 de una colección de tebeos. Este es el principal motivo por el que ya se está sintiendo una recepción positiva entre los fans (de la mano de su más que exitoso estreno en Estados Unidos), algo que ocurriese con una cinta original a la que le pasaba un poco esto. También es cierto que las historias de origen suelen estar revestidas de un planteamiento más marcadamente independiente, de ahí que la sensación con 'Habrá matanza' sea peculiar.
Más allá de ese halo tan cercano al papel que podría explicar el gusto radicalmente dispar entre audiencia y crítica especializada, que en este caso parecen acercar posturas ligeramente, otros elementos de la película sí resultan habituales en el género. El mejor ejemplo es la apuesta por más. El propio Christopher Nolan, cineasta reconocido por crítica y público, muy dado a sentar cátedra, dice que siempre queremos las secuelas "más grandes, no más pequeñas", y en este caso dicho principio se aplica (como suele pasar) a las escenas de acción y al antagonista de turno.
Matanza es super excesivo. Funciona bastante bien dicha elección tanto estilística como narrativa, pero no se puede negar la exageración. Woody Harrelson se luce construyendo un personaje digno de plantar cara al estupendo puntal que es Hardy, y disfruta especialmente en la piel de Cletus Kasady. Es precisamente en esos momentos en los que Harrelson no lleva puesto el traje de simbionte, cuando más aporta su personaje. Ese toque de luz en la oscuridad cuando Shriek (Naomie Harris) pasa por su mente, esa mirada de malvado absolutamente perdido, de contenedor sin alma, ese toque travieso tan radical como contenido (enfoque general de la adaptación de Venom a la pantalla)... Todo se transforma en un goce absoluto para el espectador.
A su lado Harris no hace mal trabajo, pero el caso del interés romántico de Kasady es el de personaje más esbozado que desarrollado. La pobre no tiene ni chicha ni cancha, tanto es así que la ambigüedad de su mutante, villana enamorada, se plantea con un trazo tan fino que hace echar de menos a aquella Tia Dalma de 'Piratas del Caribe', y mira que qué tendrá que ver una cosa con la otra. Quizá la conexión se establece por la similitud de base: ambos personajes son secundarios pero por sus características muy atractivos, el caso es que mientras Tía Dalma daba en el clavo con sus pinceladas, Shriek no tiene ni la oportunidad porque está dibujada como mero instrumento para dotar de profundidad a Cletus y hacer avanzar su trama.
En cuanto a esa contención en la radicalidad: Cletus es un asesino en serie descafeinado exactamente igual que Venom fuese ya más antihéroe que villano en la primera entrega. Eso sí, cuando se reviste de Matanza, la amenaza del personaje de Harrelson crece considerablemente y se beneficia mucho del Venom domesticado que se ofrece para contrastar. Ahí lo mismo se les ha ido la mano con el "blanqueamiento". Venom pasa de mostrar serias dificultades para no comerse a todo el mundo, a tener vocación de Capitán América en un abrir y cerrar de ojos, algo que puede chirriar tanto como ciertos puntos humorísticos que terminan de limar la agresividad del simbionte de Brock.
A pesar de esto, es cierto que la comedia se siente libre y resulta muy útil en las escenas de 'convivencia' encabezadas por Eddie y Venom. Es muy interesante ver cómo el 'final feliz' de la cinta original se transforma en el día a día de una relación con sus dificultades, riñas domésticas y momentos de comer de todo menos perdices.
Andy Serkis, director de esta 'Venom 2', hace un trabajo bastante en la línea del ofrecido por Ruben Fleischer en la uno, reproduciendo ese ritmo vivo tan esencial en las películas de entretenimiento. La mayor diferencia sería su fuente de inspiración y esa mirada tan romántica y nostálgica como libre de pretensiones en cierta forma. Su manera de narrar muestra admiración a un cine más inocente que grandilocuente, un homenaje a los amores góticos, algo que beneficia enormemente al mencionado exceso.
Dicha visión aporta mucho estéticamente a una película que mejora en lo relativo al CGI (imágenes generadas por ordenador). Desde el punto de vista del desarrollo visual de los simbiontes, la cosa no cambia mucho, pero todo se sostiene maravillosamente bien dentro de la línea elegida, con una definición marcadamente superior a la mostrada en la película original. Aquí no hay cromas desastrosos como en su contemporánea 'Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos', algo que, visto desastres recientes, es digno de mención.
Echando en falta las conexiones
Comparando la clave se percibe sin problemas: el éxito del Universo Cinematográfico Marvel radica enormemente en su cuidada apuesta por entretejer historias. Que está claro que ese pasito se va a dar como tarde en la próxima entrega (si nos fiamos de lo insinuado en la escena post-créditos), pero en 'Venom: Habrá matanza' se echa de menos. Las dos primeras películas han subsistido sin recurrir a dicho truco, pero eso ha bajado bastante su nivel argumental. Porque no nos engañemos, el 'Spider-Man' de Tom Holland sin tomar prestado a Robert Downey Jr. en su primera entrega, y sin toda esa locura de los Skrull en la segunda, habría perdido mucho empaque.
En 'Venom: Habrá matanza' se mascan las palomitas y se goza con la esencia de un antihéroe que ha abrazado y potenciado su sello, creciéndose en eso de chapotear muy gustoso en un charco con tintes de Serie B. Pero tanto el compromiso de Hardy con el personaje, como su solidez, piden a gritos que Venom interactúe con otros personajes marvelitas y alcance la cima de ese potencial tan único que late en su particular tono tontaco, muy refrescante frente a cierto toque de 'solemnidad' que ha empezado a acompañar al UCM.
Nota: 6
Lo mejor: Las escenas de matrimonio con Eddie y Venom, y cómo potencia dicha esencia lanzada en la original.
Lo peor: Que se la juzgue por algo que no es. Sus objetivos los cumple, permanece fiel a sí misma, y da a los fans lo que esperan y merecen.