Si hay un cineasta prolífico, ese es François Ozon. A punto de cumplir 53 años, el cineasta francés tiene a sus espaldas un total de 19 largometraje y ya con un vigésimo en camino. Versátil en cuanto a géneros, el enfant terrible regresa con 'Verano del 85', un filme que es una vuelta a los orígenes, al romper con el esquema de sus filmes más recientes, como 'El amante doble' o 'Gracias a Dios'. Una locura adolescente que evoca nostalgia y con la que el realizador rinde homenaje a su propia juventud.
Ozon regresa al pasado, ambientando la cinta en 1985, un año no elegido al azar. Aunque inicialmente había pensado en el 84, pero fue la elección de un tema de The Cure, 'In Between Days', lo que hizo que el cineasta trasladase la trama un año. No obstante, eso no impide que el filme sea un tributo a la adolescencia del director o, mejor dicho, a cómo le hubiera gustado vivir su adolescencia, pues Ozon plasma unos 80 idílicos, previos a los años del sida.
Y, la verdad, ese afán de nostalgia lo plasma perfectamente, al rodar el filme en super 16, el mismo formato con el que grabó sus primeros cortometrajes. Con la parte técnica lograda, Ozon traslada plenamente al público a sus años 80, que acaban siendo también un homenaje a su propia filmografía, pues es inevitable ver escenas y temas que evocan el espíritu rebelde de 'Amantes criminales' o 'Gotas de agua sobre piedras calientes'. Es más, hay un guiño muy directo a uno de sus cortos más celebrados, 'Une robe d'été', que aquellos que siguen su filmografía reconocerán.
La celebración de la juventud de un enfant terrible redomado
Pero, ante todo, 'Verano del 85' es la celebración de la juventud y de las revelaciones. Ozon, que también firma el guion, retrata el despertar de la sexualidad transmitiendo esa sensación de la primera vez, con el añadido del descubrimiento de la homosexualidad de los protagonistas, que puede ser también un tributo a aquellos títulos históricos como 'Los juncos salvajes' o 'Primer verano', como también a la propia novela que toma Ozon como referente para la cinta, 'Dance on My Grave', escrita por Aidan Chambers y que se convirtió en todo un referente LGBT para aquellos que fueron jóvenes en los 80, como el propio cineasta.
Y en esa celebración de la adolescencia y del primer amor, Ozon configura dos películas, una es la glorificación de la pasión desmedida y propia de la pubertad y otra es un relato de misterio, cercano al thriller. Ambas partes son complementarias, pues una explica el proceso de la otra. En su primera parte, habrá algunos quienes vean a 'Call Me by Your Name' como principal inspiración, nada más lejos de la realidad, pues el filme de Guadagnino era un alarde de ampulosidad, mientras que Ozon, finalmente, muestra esa mirada ácida y cínica que tan bien le funcionó en sus primeros largos.
Porque ese primer amor es, sobre todo, una idealización de la persona, así se deja en evidencia cuando la burbuja de la pasión estalla y toca ver quién es el otro en realidad y esto, en muchas ocasiones, hace daño, como sucedía en 'Sitcom', 'Bajo la arena', 'Swimming Pool' y '5x2 (Cinco veces dos)'. Y es ese punto el más fuerte de un largometraje que festeja la vida pero también la muerte.
Pasiones adolescentes de verano teñidas de tragedia
En esa mirada, los actores juegan un papel fundamental. Félix Lefebvre es, sin miedo a exagerar, ese Ozon adolescente que descubría su sexualidad. El intérprete sostiene muy bien el peso dramático de la cinta, logrando transmitir esas sensaciones de descubrimiento, despertar y, finalmente, desafección, amargura y renacimiento. Lefebvre sabe representar la ingenuidad pero también otorga una mirada perversa, similar a la de Ernst Umhauer en 'En la casa'.
A su lado, un magnífico Benjamin Voisin, que pasa de principiante -en la serie 'Fiertés' interpretó un papel similar al de Lefebvre- a experto, convirtiéndose en un efebo cuya apariencia de bon vivant y bello tenebroso esconde un alma sufriente que busca evadir la muerte, pese que esta le encuentra. Mención también para dos veteranos de la filmografía de Ozon: Valeria Bruni Tedeschi y Melvil Poupaud. La primera tiene uno de los papeles más dramáticos del filme y la actriz italo-francesa es especialista en plasmar la tragedia con una sonrisa. El segundo se convierte en Fabrice Luchini en la ya citada 'En la casa', como el profesor que se siente atraído por la belleza prohibida y talento innato de su alumno, cuya mirada tiene ese toque de sensualidad que supo Ozon explotar en la hipnótica 'Joven y bonita'.
Al ritmo de Bananarama, Jeanne Mas o Raf (todos con temas que hablan de la ambivalencia del amor y lo efímero de este), Ozon firma un maravilloso regreso a los orígenes, al que no le falta una mirada optimista e ilusionada de los años de la nostalgia, así como también ese toque perverso y canalla propio del enfant terrible redomado que es el cineasta, al que, sin duda, el mirar hacia el pasado le ha sentado muy bien. Un filme que se disfruta con el retorcido placer de las pasiones estivales.
Nota: 8
Lo mejor: La química de Félix Lefebvre y Benjamin Voisin, el rodaje en super 16, con una espléndida fotografía y la idealización de la vida gay en los 80 (que fue más inhóspita de lo que se retrata).
Lo peor: El cambio de amor adolescente de verano a thriller siniestro no termina de funcionar. Los motivos por los que el protagonista debe danzar deberían haber tenido mayor peso.