La magia de las películas de acción o de las comedias románticas consiste en que, a pesar de que ya sabemos cómo van a terminar con solo ver la portada o el tráiler, aun así nos apetezca pasar un rato con ellas. A priori, uno podría entrar a Prime Video y reproducir 'Viaje de fin de curso' pensando en encontrar algo parecido: disfrutar sin pretensiones de una comedia sobre una juerga de adolescentes protagonizada por Yolanda Ramos.
Nada más lejos de la realidad. Ni Yolanda Ramos lleva el peso de la trama ni la película es (solo) una comedia juvenil alocada al estilo 'Supersalidos' o 'Project X'. De esto último no cuesta demasiado darse cuenta: la cinta comienza con un speech de Gala (Berta Castañé) hablando básicamente de la brecha generacional y de cómo se sienten los centennials en un mundo dominado por los boomers y donde los millennials tampoco parecen haberles tendido la mano.
Paco Caballero ya demostró en 'Invisible' una sensibilidad especial a la hora de sumergirse en el sentir de la adolescencia y juventud actual, pero con 'Viaje de fin de curso' el mensaje es todavía más potente y directo: la nueva generación no se siente escuchada ni valorada, y aunque adopten posiciones nihilistas, eso puede llegar a transformarse en rabia en cualquier momento.
¿Cómo es posible incorporar un alegato y un tema tan densos en una película sobre una fiesta? Pues haciendo lo que Marge Simpson en Brasil: alternar baile y preocupación. Tras la introducción inicial, basada en la historia real de unos jóvenes que se vieron obligados a hacer cuarentena en un hotel de Mallorca en 2021 por un brote de coronavirus, los temas intensos (la autoperfección, el futuro incierto, la ausencia de expectativas, la toxicidad, la brutalidad policial, el machismo, el peligro de las redes y por supuesto la brecha generacional) se suceden uno tras otro, colocados entre momentos cómicos o de desmadre como un sándwich de 20 pisos que a veces resulta difícil de digerir.
En 'Viaje de fin de curso' vivimos una montaña rusa constante plagada de subidas y bajadas de emociones. Pero eso no tiene por qué ser positivo per se. Si las montañas rusas duran un minuto de media y no tres es para evitar que su efecto se diluya. Y para el tercer acto de la cinta es imposible no sentir que se está volviendo lo suficientemente repetitiva y dispersa entre tanta denuncia social como para haber dejado de disfrutar de la misma manera que al principio.

Esto provoca, regresando a la comparación inicial con 'Project X' que terminemos sintiendo menos esas ganas descontroladas de vivir una fiesta así que en el ya clásico de Nima Nourizadeh, mucho más sencilla en fondo y forma. No obstante, a fiesteros no nos gana nadie, y 'Viaje de fin de curso' tiene momentos memorables de descontrol, así como un tratamiento valiente de las drogas y el sexo que la alejan de cualquier atisbo de "quiero y no puedo" que pudiéramos pensar de primeras en torno a ella.
Como decíamos, tanto la acción como la comedia sirven de contrapunto de los numerosos puntos reflexivos de la cinta. En lo que respecta al humor, destacan por encima de todos tres personajes diferenciales: Benja (Martí Cordero), Toto (Aiden Botía) y la profesora Ortrud (Yolanda Ramos). La trama de Benja y Toto supone el alivio cómico necesario entre tanto drama e intensidad juvenil, aunque aquí también haya un subfondo: el buscar como sea formar parte del grupo de los populares, aunque eso suponga jugarte tu propia vida... o jugársela a tu otra mitad del bromance.
Por otro lado tenemos a Yolanda Ramos, que aparece en pantalla el tiempo justo y necesario para que su personaje no se nos haga cargante sino icónico, más cercano a lo que vimos en 'Paquita Salas' que en 'Un nuevo amanecer'. No siempre es sencillo encontrar el punto exacto en una actriz con una fuerza tan arrebatadora y peculiar, pero Paco Caballero consigue administrarlo. Seguramente nos quede el regusto de que nos habría gustado verla algo más, pero quizás el hacerlo hubiera tenido un efecto contraproducente.

Todo lo contrario de lo que termina sucediendo con el debate de televisión liderado por María Esteve, donde se pretende exponer a una convención de boomers todólogos criticando a los jóvenes sin pararse a entenderlos. La idea en sí es buena porque es realista con lo que vemos semanalmente en la televisión, pero ocupa demasiado espacio en el filme, y su deliberado uso para convertirlos en los villanos es tan obvio que se torna casi ridículo.
Este es el principal punto negativo de una película que, por lo demás, cumple con el cupo de entretenimiento que podríamos prever, pero que sobre todo logra sorprender por su valentía a la hora de intentar querer ser algo más que un simple producto de usar y tirar. Y eso siempre es de admirar.