Entre la multitud de cineastas contemporáneos venerados, uno de los que más pasiones levanta es el franco-argentino Gaspar Noé. Desde que debutó con la brutal 'Solo contra todos', cada nueva propuesta suya ha ido a más en lo referente a la representación de la brutalidad y la violencia, especialmente con la incómoda 'Irreversible' o 'Enter the Void', uno de los títulos principales del New French Extremity. Después de alcanzar la cúspide con 'Clímax', su largometraje más accesible hasta el momento, y mirar de forma subversiva a la propia industria con 'Lux Æterna', el director se atreve a realizar una de sus propuestas más intimistas y personales con 'Vortex'.
Presentada dentro de la categoría Cannes Première del 74 Festival de Cannes y ganadora del premio a la mejor película en la sección Zabaltegi del 69 Festival de San Sebastián, 'Vortex' nace de dos experiencias personales, la primera la vivió en carne propia el cineasta, pues sufrió una hemorragia cerebral en diciembre de 2019 que estuvo a punto de costarle la vida o quedar con secuelas que le hubieran impedido vivir de manera autónoma y la otra fue la muerte de su madre, quien padecía la enfermedad de Alzheimer y falleció en sus propios brazos. Dos realidades que quedan bien marcadas en un largometraje que, a pesar de mirar frontalmente la decrepitud y el ocaso extremo de la senectud, evita situaciones excesivamente gráficas.
El filme comienza con una secuencia idílica, de un matrimonio octogenario, él es un intelectual cinematográfico y ella es una reputada psiquiatra, que toman el aperitivo en su terraza en su acogedor ático en un distrito parisino cercano a la Estación de Stalingrad, para pasar a escucharse el tema 'Mon amie, la rose', de Françoise Hardy, una canción sobre lo efímero de la belleza, el amor y la propia vida, siendo un preludio de lo que Noé está por narrar, al convertirse ese apacible hogar de dos jubilados intelectuales y burgueses en una prisión en la que el cineasta hace un esmerado retrato de la decrepitud y el ocaso de la vida.
Siguiendo los pasos de 'Lux Æterna', la cual fue un ensayo cinematográfico y experimental, Noé divide el plano del filme en dos, una manera muy gráfica el contraste de vivencias de un matrimonio roto por la enfermedad, pues ella padece Alzheimer y él tiene graves problemas cardíacos. Esta técnica permite ver cómo cohabitan dos realidades que han sido separadas por el propio tiempo, lo que le da una mayor amplitud a un largometraje que no tiene reparos a la hora de retratar cómo poco a poco el propio cuerpo va apagándose por el propio ciclo de la vida.
El filme más contenido y el más directo de Gaspar Noé
Formalmente, es el filme más contenido del franco-argentino. Pero, en realidad, es la culminación de un proceso de perfeccionamiento de una mirada cinematográfica que ha ido moldeándose con cada nueva propuesta, siendo capaz de ofrecer la brutalidad y lo excesivo desde un enfoque más implícito, dejando al espectador divagar en lo que se ve. Esto se muestra a la hora de retratar la relación conyugal del matrimonio protagonista, en el que se intuye que la esposa guarda un rencor muy fuerte a su marido, el cual le fue infiel de manera constante a lo largo de su relación, tal y como aparece reflejado en la cinta, cuando este intenta retomar de forma bastante absurda el amantazgo.
Esas sutilezas se combinan muy bien ese remolino vital que resultan los últimos momentos de vida del matrimonio y en cómo Noé convierte ese agradable ático en un laberinto de pasillos y una acción tan sencilla como calentar agua para preparase un té puede ser mortal si se deja abierto el gas de la cocina. A ello se suma otros temas propios del cineasta, como las adicciones a las drogas, pues el vástago del matrimonio es un fiel reflejo de los personajes habituales del cine del franco-argentino. Es más, el poner a un hijo drogadicto como el que debe convertirse en tutor de sus propios progenitores le da una mayor dosis de realismo, recordando la vejez y cuidar de los mayores no distingue de clases sociales u orígenes.
Por supuesto, no puede dejarse escapar a su tándem protagónico. Aunque el propio cineasta le ha querido quitar simbolismo a la elección de su dúo principal, llama la atención que 'Vortex' sea protagonizada por Françoise Lebrun y Dario Argento. La primera es uno de los iconos vivos de la Nouvelle vague, especialmente recordada es su interpretación en 'La mamá y la puta' de Jean Eustache. El segundo nunca había protagonizado un proyecto como actor y mucho menos había enfrentado un largometraje de tal magnitud sin estar él detrás de las cámaras. Precisamente, Argento es uno de los pocos símbolos vivos del giallo italiano. Ambos configuras el cine de dos épocas muy claras, de dos vertientes diferentes y su presencia en el filme le otorga una mayor interpretación artística a una película que ya tiene múltiples referencias por su propia temática.
Aunque no sea visto por cierto sector, 'Vortex' es la heredera de 'Amor' de Michael Haneke y 'El padre' de Florian Zeller, pues tiene la violencia como metáfora visual del filme del cineasta alemán y la habilidad de convertir un hogar familiar en una prisión mental de la obra del afamado dramaturgo galo. Si a ello se le suma un retrato contenido pero directo de la propia decadencia del ser humano, se trata de la propuesta más incómoda y honesta de Noé, especialmente porque fuerza al público a mirarse a sí mismo en el espejo de la vida, a ser consciente de la cercanía de la propia muerte, algo que la sociedad occidental parece querer ocultar bajo falsos pretextos de eternas búsquedas de felicidades.
Nota: 8
Lo mejor: La decisión de fragmentar en dos los planos de la cinta. El que incite a ser consciente de la propia fragilidad del ser humano, al tener presente la muerte en cada momento.
Lo peor: Ciertas escenas pecan de redundancia en la primera parte.