El biopic es uno de los géneros cinematográficos más explotados cada año. Nos pirra una historia real. Pero cada vez cuesta más encontrarse uno que consiga sorprender porque suelen estar cortados por un patrón muy similar. Son personajes que merecen el biopic porque han hecho cosas importantes, son héroes y heroínas, o han sido vitales para el devenir de la historia. Pero por fin hemos descubierto que hay otras vidas que también dan para película: las vidas de mierda.
'Yo, Tonya' se centra en la patinadora artística Tonya Harding, y podría haber sido un biopic deportivo al uso sobre una mujer que ganó medallas, superó las barreras del género y pasó a la historia por ello, pero no. Porque la vida de Tonya Harding es una vida de mierda. ¿Por qué alguien querría hacer una película de una vida de mierda? Porque hay historias tan increíbles que merece la pena que sean contadas, aunque no sean ninguna heroicidad. ¿Morbo? Quizás. Pero también se pueden sacar importantes lecciones de una historia así. O, al menos, darnos cuenta de que la persona a la que probablemente hemos criticado hasta la saciedad es, en el fondo, una persona.
Yo era demasiado pequeño para conocer la historia de Tonya Harding. Una chica de Portland, Oregon, una redneck (una paleta), con un talento casi innato para el patinaje. Su madre quiso aprovecharlo y la metió desde los tres años a patinaje artístico, siendo ella la más joven con diferencia. A lo mejor si su madre no fuera tan (lo siento, pero no se puede describir de otra manera) despreciable, o no se hubiera juntado con un hombre calzonazos que encima le pegaba, entre otras malas decisiones de su vida, ahora no estaríamos hablando de ella. Pero aquí estamos. Y con historias como la de Tonya Harding se abre la veda a nuevas maneras de contar biopics. Craig Gillespie ('Lars y una chica de verdad') ha elegido dejar que los personajes cuenten su propia versión de los hechos, inspirándose en entrevistas reales grabadas a Harding y a los demás sujetos en el ascenso y caída de su carrera deportiva.
Aunque esto de las entrevistas no es nada novedoso, Gillespie y el guionista Steven Rogers ('Posdata: Te quiero') lo aprovechan para volver una historia de por sí casi increíble de creer mucho más alucinante. A veces los personajes se contradicen, a veces llegan incluso a romper la cuarta pared para intentar convencer al espectador que su versión es lo que ocurrió de verdad. Pero la película nos deja claro en todo momento que la única voz que importa enteramente es la de Tonya Harding. Y vaya si llegamos a conectar con ella. No solo por una magnífica interpretación de Margot Robbie, que deja claro que las mujeres de personalidad fuerte van a ser su especialidad, y que no conectaríamos tanto con el personaje de no tener el talento que tiene su actriz, sino por la propia historia de la patinadora. Maltratada desde pequeña, primero por una madre que "apoya" su carrera en el deporte a su manera (agresiva, tiránica), más tarde por un padre que le abandona, luego por el cobarde de su novio/marido, y siempre por un deporte que la vio como una intrusa entre niñas bien peinadas y vestidas que representaban un sueño americano al que Tonya quería aspirar, pero sin renunciar a quien es. Tonya sabe que es buena, pero no está dispuesta a pasar por el aro o cambiar por un jurado que, cree, es injusto con ella por ser una simple paleta de Oregon.
Pero la película nos va mostrando que, por mucho que Tonya quisiera algo (fue la primera patinadora de Estados Unidos en conseguir el salto triple axel, difícil y peligroso), todo su alrededor fue quebrando desde pequeña esa seguridad, la volvió hostil e insegura. No se entiende el personaje de Robbie sin los de Allison Janney y Sebastian Stan. El segundo sorprende con esa mezcla de bobalicón con la mano demasiado larga, pero la roba escenas es Janney, una máquina de soltar pullas más afiladas que las cuchillas de los patines, inolvidable en las entrevistas con su pájaro, su "quinto marido". Normal que sea la favorita para el Oscar, es de esos personajes secundarios que marcan a fuego una historia. Ellos son los principales causantes de las desgracias de Tonya, pero ella también tiene bastante culpa de lo que le pasa. Es una mujer maltratada que crea esa dependencia de sus maltratadores que hace que vuelva con su marido más de una vez después de decidir que le abandona, y que no deja de buscar la aprobación de su madre. Y nadie está dispuesto a ayudarla a salir de este agujero.
El clavo en el ataúd de su carrera profesional, el verdadero núcleo de la película, lo pone su marido y el mejor amigo de este (y "guardaespaldas" de Tonya) Shawn (Paul Walter Hauser), que deciden amenazar a la principal competencia de Harding, Nancy Kerrigan (Caitlin Carver), para que no le robe el puesto en la delegación Olímpica en los Juegos de Invierno del 94, y que acabó con las rodillas partidas de Kerrigan y un escándalo que dio la vuelta al mundo. Hasta ese momento Gillespie había conseguido un biopic muy cañero, aprovechándose de las fuertes personalidades del trío protagonista, de mucha complicidad con el espectador y de una banda sonora llena de éxitos que alzan el ritmo de la cinta como 'Barracuda' o 'The Chain', además de escenas de patinaje que son una preciosidad. Pero faltaba la traca final. La historia se vuelve frenética, el corazón se nos parte entre el "¿es que no le va a salir nada bien a Tonya?" y el "se merece todo lo que le pase", y la cara de WTF no se nos quita en ningún momento hasta el final. Es esa sensación de "no puede ser" lo que nos agarra y no nos suelta hasta el final de la película, ese gusto por el morbo de un relato tan desgraciado y alucinante, que no deja de recordarnos que al público nos gusta tener a alguien a quien querer, pero también a alguien a quien odiar, como dice la propia Harding. Las desgracias de Tonya Harding han dado como resultado una película increíble, un biopic que es rock & roll, que resulta fresco en un género que suele oler bastante a naftalina. Ya solo con personajes como el de Shawn es totalmente justificado que exista esta película, y ojalá nos grabaran la cara reaccionando a según qué escenas.
La persona detrás del escándalo
Mi generación no vivió el escándalo en directo, pero en dos horas nos da tiempo a recrear en nuestra cabeza las conversaciones que hubiéramos tenido con nuestros amigos y conocidos después de escuchar la historia, habríamos tomado posición creyendo que ella no tuvo nada que ver con el asalto o echándola a los leones (y seamos francos, casi todos habríamos elegido lo segundo), como si hubiéramos estado ahí en el momento del ataque. Este tipo de sucesos despiertan el lado más carroñero en nosotros, pero lo que consigue 'Yo, Tonya' es bien curioso: no dejamos de estar disfrutando (riendo a carcajadas en muchas partes) de una pobre mujer a la que la suerte casi nunca llegó a sonreír (y muchas otras veces es como si corriera en dirección contraria a la suerte), y a la vez se nos está mostrando que siempre hay más, mucho más en las noticias de este tipo, y que solemos ser muy dados a soltar nuestra opinión categórica sin saber ni la mitad de lo que hay detrás y, sobre todo, a abandonar al juguete en cuanto lo hemos roto del todo. Porque 'Yo, Tonya' también nos quiere mostrar a la persona detrás del escándalo, una pobre diabla que solo quería triunfar en el patinaje. Ojalá se hagan más biopics como 'Yo, Tonya', que sepan mezclar tan bien una historia que deja con los ojos como platos, que rompe con la narrativa convencional y se permite licencias como hablar directamente al público o jugar con la imaginación del espectador morboso, para luego dejarle con una patada en el estómago. Porque películas de héroes tenemos muchas, pero también podemos aprender algo de historias de mierda como la de Tonya Harding.
PD: No os levantéis en los créditos finales.
Nota: 8
Lo mejor: Más biopics cañeros, por favor. Margot Robbie y, sobre todo, Allyson Janney.
Lo peor: Es una montaña rusa, en el buen sentido y en el malo.