Damien Chazelle no ha llegado a los 40 años y ya es, sin lugar a dudas, historia del cine. Y es que, gracias a la inconmensurable 'La ciudad de las estrellas: La La Land', se convirtió en el cineasta más joven de la historia en alzarse con un Oscar a Mejor director, certificando de esta manera un estatus que ya había comenzado a labrarse con la magistral 'Whiplash'. Aquel momento, eclipsado por el esperpento de sobres y equívocos que terminaron con 'Moonlight' ganando Mejor película, dejó claro que Chazelle había llegado para quedarse.
Pese a la brevedad de su trayectoria, equiparada por una intensidad a prueba de bombas, Chazelle ha logrado firmar cuatro trabajos a los que no se les puede señalar ningún error de auténtico peso. Son películas que fluyen con un encanto especial, que enamoran desde la melodía romántica, el nervio creativo, el golpe inesperado en la boca del estómago y los sueños rotos por un imposible. Además, son historias que esconden en su interior una dosis de veneno incandescente que termina arrasando con todo, engrandeciendo desde la complejidad y provocando lágrimas desoladoras en lugares que parecían destinados al final feliz.
Uno puede quedarse con la extraordinaria forma que unifica a estos cuatro largometrajes, pero sería anclar la mirada en la superficie más evidente. No hay más que rascar en este conjunto de joyas cinematográficas para descubrir las obsesiones y nostalgias de un Chazelle que mueve la cámara como los ángeles y termina siempre pisando un terreno muy similar al infierno. Un director único, especial y esencial dentro de la última década. Y lo que queda por venir.
Damien Chazelle de peor a mejor
'Guy and Madeline on a Park Bench'
Visto con la perspectiva que da el tiempo, el debut de Damien Chazelle funciona a la perfección como boceto en el cual se pueden identificar la práctica totalidad de claves que han terminado construyendo la inmensa mayoría de sus propuestas creativas. Especialmente, es evidente que aquí está el germen de 'La ciudad de las estrellas: La La Land', partiendo de una historia de amor marcada por la melancolía, la música y los sacrificios que acompañan a los sueños y llegando a una banda sonora firmada por el gran Justin Hurwitz que evoca algunos de los pasajes más inolvidables de la obra maestra protagonizada por Ryan Gosling y Emma Stone.
Sin embargo, estamos ante un trabajo claramente inferior del cineasta en comparación con lo que serían sus siguientes propuestas, auténticas joyas con las que esta 'Guy and Madeline on a Park Bench' no puede medirse. En cualquier caso, un estreno que invitaba al entusiasmo desde el baile, las miradas enamoradas y los resquicios que habitan en las decepciones.
'First Man - El primer hombre'
El oscarizado director de 'La ciudad de las estrellas: La La Land', Damien Chazelle. Ryan Gosling como protagonista. La historia real del astronauta Neil Armstrong, una de las figuras esenciales de la historia estadounidense. 'First Man - El primer hombre', desde el mismo instante en el que se anunció su puesta en marcha, se convirtió en una de las cintas más esperadas de 2018 de forma tan automática como inevitable. Lo que pocos podíamos esperar es que, finalmente, terminara siendo una de las películas más infravaloradas de los últimos años.
Alejada de cualquier tipo de expectativa previa, Chazelle decide apostar casi todo a la casilla del drama humano, el dolor y el trauma, el paso del tiempo y la obsesión, las heridas y las cicatrices. Es decir, deja en (muy) segundo plano cualquier elemento parecido a la épica y el espectáculo. Y funciona. Si entras en su juego y aceptas sus reglas, claras desde el principio, 'First Man - El primer hombre' puede terminar llevándote del desconcierto a la lágrima con una hermosísima poesía visual, especialmente en un tramo final maravilloso, y un control narrativo realmente deslumbrante. Es una película distinta a todo lo que nos podríamos haber imaginado. Y mejor.
'Whiplash'
Desde el primer golpe de batería hasta su soberbio clímax, 'Whiplash' te atrapa sin ceder ni un solo segundo de descanso, planteando cuestiones morales y éticas sobre la dureza como método de enseñanza efectivo para sacar el genio que uno lleve dentro, siempre que exista, mientras convierte su mecanismo dramático en una trepidante historia de superación, frustración y dolor. Sensaciones que se muestran en la pantalla con una contundencia que se clava en los huesos, que estruja los músculos, que nos mantiene al borde de la taquicardia. Vivimos, comprendemos y desarrollamos la personalidad de su protagonista, Andrew Neiman, interpretado con cautivadora entrega por Miles Teller, mientras se enfrenta a un profesor implacable, Terence Fletcher. Y conviene hacer un paréntesis aquí para recalcar el trabajo de J.K. Simmons. Cada vez que aparece en pantalla se hace el silencio, se palpa la tensión, se puede cortar esa mezcla de miedo y respeto, esa autoridad mezclada con algo de locura. Son sus gestos, sus miradas, sus gritos y sus movimientos los que dan forma a una interpretación inolvidable, una creación que quita la respiración.
No podemos olvidar tampoco al gran culpable de este logro, un Damien Chazelle que, pese a entregar un guion al que le sobran algunas subtramas, suple cualquier tipo de bache a base de ritmo frenético, dirección brillante y, especialmente, un montaje que roza la perfección. En definitiva, 'Whiplash' se corona como una de las grandes películas musicales de los últimos años, una propuesta que lleva al exceso del genio todos sus matices, que convierte su punto de partida en una mecha en constante explosión. Una apisonadora que te pasa por encima y te deja tumbado sobre la lona, exhausto, temblando de pura emoción. Es más que un buen trabajo. Es toda una experiencia. Y merece la pena coger las baquetas ensangrentadas y sentirla intensamente. Aunque duela.
'La ciudad de las estrellas: La La Land'
La manera en la que millones de espectadores conectaron con 'La ciudad de las estrellas: La La Land', especialmente antes de que se convirtiera en todo un fenómeno que fue mucho más allá de lo puramente cinematográfico, nos hace ver que no estamos ante un simple vehículo de escape para olvidarnos del ruido y la furia que nos rodea, que también, sino ante una película que arrolla sin caer nunca en los fuegos artificiales más gratuitos. Todo es precioso de ver, mérito de un director, Damien Chazelle, en permanente estado de inspiración, pero el fondo tiene tanto poder, o más, que la forma. Sí, nos han contado esta historia mil veces, pero no nos la han contado así; y ese efecto final que nos deja, ese poso inexplicable y agridulce, nos hace querer regresar a ella y volver a sentirla una y mil veces más. Porque el ser humano, por naturaleza, siempre ha necesitado su dosis de melancolía, su desahogo en forma de lágrimas furtivas, su amor a primera vista y su pérdida en la última jugada.
Por su parte, la industria aplaude la nostalgia que desprende esta obra maestra, sus múltiples guiños a un tipo de cine que ya no se hace y que no deja de tener un inevitable toque narcisista, pero somos los espectadores los que, por encima de premios y reconocimientos, la seguimos guardando en nuestra memoria como ese rincón en el que siempre suena nuestra canción favorita, inmaculada, perfecta en su melancolía, capaz de hacernos reír y llorar. Una obra maestra absoluta. La cima, siempre por superar, de Damien Chazelle.