Siete años ha habido que esperar para que el cineasta Alexander Payne estrenase su nuevo proyecto tras la magnífica 'Entre copas'. Director y guionista de corta pero muy interesante filmografía, que incluye la notable road movie 'A propósito de Schmidt' y la ácida comedia juvenil 'Election', Payne estrena ahora 'Los descendientes' melodrama familiar basado en una novela de Kaui Hart Hemmings, que adapta para la gran pantalla junto a los guionistas Nat Faxon y Jim Rash.
'Los descendientes' obtuvo el pasado fin de semana los Globos de Oro a la mejor película dramática y al mejor actor protagonista, un George Clooney que realiza un trabajo digno de elogio. Clooney, despojado de su aura glamurosa, baja al espacio terrenal de los conflictos cotidianos, interpretando a un padre desubicado que se ve forzado a hacerse cargo de unas obligaciones familiares de las que solía huir, tras sufrir su esposa un accidente que la deja en coma. Estamos ante un hombre común enfrentado a una situación desesperada, que desencadena una potente historia sobre la familia, la redención, los sentimientos de pertenencia y la aceptación de la pérdida.
El film comienza con un plano de la esposa de Clooney (silencioso personaje, que sin embargo desencadena el grueso de la acción del film, además de presenciar en estado inconsciente, varios desahogos emocionales de los personajes) montando una moto acuática, seguida de un fundido a otra imagen de la misma, ya ingresada en un hospital tras haber estado a punto de ahogarse y quedar en un coma que pronto se volverá irrevocable. El protagonista tendrá que lidiar con una hija adolescente y otra de diez años a las que nunca ha prestado demasiada atención y trasladar la noticia de la inminente muerte a familiares y amigos de su esposa, además de gestionar los trámites de una venta de terrenos pertenecientes a su familia desde varias generaciones atrás y por si fuera poco, encajar una revelación que pone en duda la fidelidad de su mujer.
La acción se desarrolla en Hawaii, y una de las grandes virtudes del film (que comparte con los trabajos anteriores de Payne) es lo bien que integra el entorno y el paisaje en la historia. Las emociones en constante evolución dramática de los personajes se apoyan en la llamativa fotografía naturalista de Phedon Papamichael, que logra captar la cambiante luminosidad de las playas hawaianas, en numerosas escenas que reflejan en cierta penumbra los atardeceres en las islas, incidiendo en el contraste entre una trama que aborda la muerte y el paraje paradisiaco en el que tiene lugar.
Payne dirige el film con un cierto desaliño formal que, no obstante, parece utlizado como un rasgo de estilo, permitiéndose licencias como el uso de una voz en off inicial a modo de presentación que no volverá a aparecer en todo el film, la utilización puntual del zoom, la aislada aparición de una cortinilla en el paso de un plano a otro, la mencionada fotografía en busca de la luz natural, o una atípica banda sonora plagada de canciones hawaianas, que le dan a la película un buscado toque "de andar por casa" que remarca la idea de cotidianeidad y la desmitificación de un entorno aparentemente paradisiaco, que no logra escapar a los dramas y conflictos personales.
Uno de los puntos fuertes es la compleja evolución emocional de los protagonistas y una larga galería de personajes dotados de importantes matices. Payne y sus coguionistas, introducen hábilmente con un par de trazos a sus personajes, para a lo largo del metraje dotarlos paulatinamente de una dimensión mayor, que llega a explicar sus motivaciones y, de manera piadosa, acaba casi siempre justificando parcialmente sus miserias. Especialmente interesante es el desarrollo de la relación entre Clooney y su hija adolescente (una excelente Shailene Woodley), que interpretan su creciente complicidad (desde la revelación del padre en la piscina, a la visita conjunta al agente inmobiliario, dos de las escenas cumbre del film) haciendo gala de una química actoral sorprendente.
Humor negro y diálogos envenenados
La película fluye más que por acumulación de sucesos, a través de muy inspirados diálogos (los encontronazos con el suegro y el agente inmobiliario son ejemplos magníficos) con un ritmo pertinentemente pausado y reflexivo, que permite que el espectador vaya asimilando la marcada evolución emocional de los personajes. Se suceden situaciones que los presentan cerca de lo grotesco, incluso rozando el patetismo en algunos momentos en los que entra en juego un afilado humor negro, que aunque quizá no llegue a cualquier espectador, sirve como excelente arma para aligerar los momentos más dramáticos de una trama que, sin el ajustado tono logrado por director y guionistas, corría el riesgo de derivar hacia el mero culebrón (la visita final del personaje de Judy Greer al hospital, es un claro ejemplo).
En definitiva 'Los descendientes' es una película que parte de unas premisas y situaciones conocidas y arraigadas en el melodrama familiar norteamericano, para trascender sus límites a través de un logrado tono reflexivo entre lo nostálgico, lo desmitificador y lo piadoso, aderezado con fogonazos de agradecible humor negro. Podría verse como la versión madura y dramatizada de 'Pequeña miss sunshine', con la que comparte el atípico retrato familiar, y de la que difiere en un tono más intimista, más arriesgado y menos complaciente, quizá no tan divertido pero sin duda de alcance y complejidad emocional mayor.
Obra de aparente sencillez, que puede ser fácilmente confundida con un trabajo menor si uno no atiende a las sutilezas y preciosos detalles que lo dotan de una capacidad de emocionar sin estridencias y de una humanidad tal en los personajes y situaciones, que hará que el espectador al que la sensibilidad de la película atrape, salga del cine con la reconfortante sensación de que, como escribieron Billy Wilder e I.A.L. Diamond, "nadie es perfecto". Ni siquiera George Clooney.