En un momento de 'Las vicisitudes de intentar mear deprimida', séptimo episodio de la primera temporada de 'Euphoria', Rue (Zendaya), con el objetivo de resolver los misterios derivados del encuentro entre Nate (Jacob Elordi) y Jules (Hunter Schafer), comenzaba a imaginarse como un inspector de policía, versión femenina, que parecía sacado de un procedimental de décadas atrás -"soy el puto Morgan Freeman, empieza el tercer acto" afirmaba en una clara referencia a 'Seven', de David Fincher-. Más allá del homenaje, la decisión tomada por Sam Levinson poco tenía que ver con la realidad del personaje, ya que durante las horas previas nunca se había sugerido que la joven sintiera interés por este tipo de productos audiovisuales.
Es ese el territorio en el que se mueve 'Desmontando a Lucía', segundo largometraje de ficción de Alberto Utrera, que llega a las salas, de la mano de Tripictures, el 29 de noviembre. Para ello, el responsable de 'Smoking Club: 129 normas' se mira en el espejo del cine negro. En primer lugar, toma su arquetipo estrella, la femme fatale, aquí reflejado en la figura que da nombre a la pieza, Lucía (Susana Abaitua). A ella trata de otorgarle el enigma, la sensualidad y el círculo vicioso al que arrastra a quienes le rodean.
Visitar y no tocar
Lo primero es capaz de generarse a través del comportamiento de la joven -¿por qué oculta cosas a su abogado, por qué olvida, por qué se acuerda de lo que quiere, por qué a veces no es consciente de sus actos?-. Lo tercero se ve claramente en Simón (Hugo Silva), perito que poco a poco va introduciéndose en situaciones más turbias y criminales tras conocer a la chica. Y aquí el primer problema de la película: mirar al pasado y no prestar mayor interés en proponer relectura alguna del modelo en el que se basa -buen ejemplo de ello es la transposición que proponía Isabel Coixet en 'Mapa de los sonidos de Tokio', donde presentaba al célebre prototipo del género por excelencia de los años 40 y 50 a través del erotismo y misterio de Ryu (Rinko Kikuchi), pera terminar colocando sobre David (Sergi López) lo relativo al destino trágico de sus allegados-.
Sea cual sea la razón, sigue siendo la fémina quien presenta conductas maniacas -cruza los pasos de peatones saltando entre las rayas blancas o anda en línea recta- y es mirada mediante la male gaze. Aquí los únicos planos subjetivos que denotan deseo son desde el punto de vista de Simón, con él en el coche mientras Lucía se marcha dándole la espalda, nunca de ella. Además, vuelve a ser el amor de un hombre el encargado de salvar aparentemente a la protagonista. Todo ello acompañado por una aura romántico, también en lo cinematográfico, en el que los personajes comienzan a pensarse como peones sacados de un clásico noir. El director lo hace explícito a través de la inclusión de secuencias en blanco y negro en las que estos se presentan, por lo menos en cuanto a vestuario, más elegantes, como si se quisiera remarcar el carácter irreal de dichos pasajes.
Presente atenuado
Por su parte, la ficción será la encargada de ayudar a Lucía y Simón a evadirse de una realidad que, tal y como se empeña en dejar claro la obra, se lo pone difícil. Y ahí el segundo problema: la mirada idealista. Sobre todo porque el guion, también firmado por el director, enuncia varios problemas sociales contemporáneos que el largometraje parece tomarse a la ligera, bien como excusa argumental o gag puntual. De coartada que rodea a la narración y justifica los actos de sus criaturas tenemos la violencia machista y la pederastia. Mientras, para hacer reír, se tira reiteradamente, por tanto termina resultando más cargante que hilarante, de las dificultades para firmar un contrato laboral. Probablemente el director considere relevantes estas cuestiones, pero la citada forma en la que se integran peca de irresponsable.
'Desmontando a Lucía' también cae en la contradicción. Los homenajes al cine de ayer se cruzan con instantes en los que parece que el objetivo verdadero del filme pasa por proponer algo parecido a una deconstrucción del género, o incluso parodiarlo, como cuando los protagonistas se disponen a quemar un coche a plena luz del sol con la excusa de que, en palabras de Simón, "por la noche se va a ver más". Es decir, como muestra su imaginación, se piensa en la estela de Philip Marlowe, Samuel Spade o Dixon Steele, Bogart en definitiva, pero por su forma de actuar poco cuidadosa, independientemente del resultado, demuestra, como ya mencionábamos líneas arriba con Levinson y Rue, que pocas películas ha visto en realidad de Howard Hawks, John Huston o Nicholas Ray. Podría comprarse si Utrera jugara todas sus cartas a la desmitificación, pero sin embargo es la única secuencia que verdaderamente induce a pensarlo. En definitiva, un título preso de amor hacia lo ya muerto que también termina hiriéndose a sí mismo cuando trata de jugar mínimamente con su espejo.
No vamos a negar que la presencia de Silva, en un papel cuya concepción es similar al que encarnó en 'El Ministerio del Tiempo' -un hombre corriente obsesionado con parecerse a un extraordinario personaje de ficción, en aquel caso el Al Pacino detective de los 70-, aporta algo de carisma y hace que el asunto pueda ser ínfimamente tolerable, que no hastíe del todo a pesar de sus numerosos problemas.