Constantin Costa-Gavras regresa hoy a nuestras pantallas con 'Edén al oeste', una nueva muesca en su habitual discurso de denuncia político-social que se iniciara en 1969 con 'Z.', y que ha mantenido a lo largo de su filmografía con títulos como 'Estado de sitio', 'Missing', 'Amén' o 'Arcadia', dejando ya a un lado su breve periplo hollywodiense.
En esta ocasión, empero, el cineasta griego afincado en Francia recurre a las referencias bíblicas pero en especial a Homero para retratar una irónica metáfora sobre la inmigración, donde no resultan gratuitos ni la elección de Elías como nombre para su protagonista ni el propio título del filme. Así pues, esa suerte de Tadzio helénico interpretado por Riccardo Scamarcio realizará el camino inverso al de Adán y Eva, tratando de entrar en ese paraíso terrenal social y laboral que es Europa. Y, como Ulises, Costa-Gavras hará surcar a su héroe el mar Egeo para desembarcar en París, su Ítaca particular, transformando a Polifemos, Circes y Nausicas en adineradas turistas alemanas, camioneros homosexuales y magos de sobrero de copa y varita mágica.
Como Ulises, Elías conocerá el Edén bajo la forma de resort elitista y realizará su particular descenso al Hades laboral, en una fábula de visionado tan afable como de agorero mensaje, donde el cineasta griego retrata con inocente -o no- sarcasmo la falsa preconcepción de Europa por parte de aquellos emigrantes que deciden arriesgar sus vidas en busca de una quimera, en el fondo, inexistente.
Por desgracia, 'Edén al oeste' no termina de atrapar en casi ningún momento a un espectador que tiene la constante sensación de sentirse ante una broma privada del director, un mensaje apenas insinuado; tampoco ayuda la interpretación de un protagonista que oscila entre la caricatura con dejes de cine mudo y la inexpresvidad más absoluta, en un film que, pese a su irregular resultado general, consigue que el espectador se encuentre ante la incómoda ironía de verse con una constante sonrisa en el rostro a pesar de su desalentador mensaje.