En 1990 se estrenaba 'Eduardo Manostijeras', solo un año después del enorme éxito que el cineasta Tim Burton había cosechado con su adaptación al cine de 'Batman'. Tras ese megalómano proyecto de estudio, que le habían encargado después de rodar dos largos de corte cómico-excéntrico ('La gran aventura de Pee Wee' y 'Beetlejuice'), Burton volvía a un universo más personal y apartado de la acción y los grandes presupuestos, donde sin duda se siente más cómodo para desarrollar su extravagante creatividad.
'Eduardo Manostijeras', además de una preciosa fábula sobre la aceptación de la diferencia, supone el primer encuentro entre Burton y su intérprete fetiche: Johnny Depp. El actor, por aquel entonces un ilustre desconocido, asume el reto de interpretar a un personaje parco en palabras, y lo hace con una genial (in)expresividad que lo convierte en entrañable a los pocos minutos del visionado. Enseguida Burton posiciona al espectador del lado del 'monstruo', una criatura con apariencia humana, salvo por su afiladas manos, inacabada por la repentina muerte de su creador: un inventor (impagable homenaje que Tim Burton le regala a un Vincent Price reconvertido en un Doctor Frankenstein) que habita en un castillo en la cima de una colina, en el estado de Alabama.
De sobra es conocida por los cinéfilos la historia de esta película, convertida merecidamente en clásico instantáneo. Una vendedora de Avon (Dianne Wiest), descubrirá a Edward solo en su castillo y lo acogerá entre su familia, que vive en un colorista (y muy excéntrico) barrio residencial sureño. Burton juega con el concepto de 'normalidad' y subraya estéticamente el contraste entre el pálido universo apacible del monstruo y los colores pastel de un 'mundo real' histérico e intolerante, sugiriendo que este último provoca bastante más pavor (una paradoja similar a la mostrada con el mundo de los muertos frente al de los vivos en 'La novia cadáver').
Edward, de espíritu bondadoso e inocente (por algo su creador le regaló ¡un corazón de galleta!), descubrirá los peligros y la hipocresía del 'mundo real', que primero lo acogerá con curiosidad, para pasar poco después a un recelo poco fundado que terminará convertido en rechazo. Es por tanto el film, una parábola sobra las dificultades de un ser "diferente" para encajar en un mundo repleto de valores discutibles, comunmente aceptados, y construído sobre una doble moral ominipresente, que excluye sin remedio a cualquiera que se salga de sus parámetros. Y no es extraño que esta historia (escrita por Caroline Thompson, también guionista de 'Pesadilla antes de Navidad') nos la narre una personalidad tan peculiar como la de Tim Burton, que más de una vez habrá podido sentir algo similar entre la maquinaria de Hollywood...
Poder visual y emocional
'Eduardo Manostijeras' cautiva por su humor excéntrico, por su aire naïf y su romanticismo (Winona Ryder, que repetía con Burton, está más encantadora que nunca), pero sobre todo por su evidente alma de cuento; de hecho el film arranca como un relato narrado por Dianne Wiest a su nieta a luz del fuego. La película está además adornada por una dirección artística primorosa, que recrea esas célebres figuras de hielo y los enormes setos con forma de animales, con los que el protagonista expresa sus sentimientos, o toda la imaginativa maquinaria del castillo en el inicio.
No nos olvidamos de una banda sonora extraordinaria de Danny Elfman, un músico que tras las partituras de 'Batman' y 'Beetlejuice', se consolidaba como uno de los compositores de referencia en Hollywood (el 'Ice Dance' que suena en esa mágica escena en la que Winona Ryder baila bajo la nieve, se ha quedado grabado en el memoria cinéfila de no pocos espectadores).
Todos estos elementos, hilados en esta ocasión con mano maestra por Burton (que otras veces descuida un tanto el contenido en favor del envoltorio), convierten la película en una obra de extraordinario poder visual y emocional. Una emotiva historia con un magnífico acabado visual, que alcanza un extraordinario poder de conmoción en un fantástico y agridulce final que enlaza sagazmente pasado y presente, realidad y fantasía ("a veces aún bailo bajo la nieve"). Sin duda, aún hoy, una de las mejores películas de Tim Burton. Pura magia... Puro cine.