Capítulo 1: El comienzo
Ya que 'El asesino' está plagada de referencias a marcas y a productos de nuestro día a día, empecemos esta crítica usando su mismo estilo. Si entramos en el ranking de FilmAffinity de 'Películas con mejores comienzos', 5 de las 100 de la lista son obra de David Fincher. Muy pronto serán 6.
A juzgar por sus obras, Fincher siempre ha creído en el mantra de que son los primeros minutos de una película los que enganchan al público, el momento en el que hay que poner toda la carne en el asador. El director ha demostrado que el diálogo puede ser una gran vía si hay un buen guion detrás, como en aquella inolvidable conversación de 'La red social' entre Mark Zuckerberg, es decir, Jesse Eisenberg, y su ya exnovia, en la que esta finaliza con un premonitorio "vas a ir por la vida pensando que no gustas a las chicas porque eres un friki, y yo quiero que sepas de todo corazón que eso no será verdad; será porque eres un gilipollas".
Sin embargo, donde Fincher pareció dar con la tecla sobre cómo una 'opening scene' debe atraparnos fue con la técnica usada en 'El club de la lucha': un narrador de nombre desconocido haciendo un profundo speech que logre tenerte dentro desde su primera palabra.
Es innegable la influencia de este inicio en su nueva obra, a pesar de que hayan pasado 24 años entre una y otra. De El Narrador de 'El club de la lucha' pasamos a El Asesino de 'El asesino'. De la mística de Edward Norton pasamos a la de Michael Fassbender. De un garaje, una terapia grupal y una oficina pasamos a un piso semiabandonado de París. La influencia convertida en evolución, porque el comienzo de 'El asesino' supera a cualquier otro visto en una película de Fincher, y eso es mucho decir, pero es que es también entra de lleno en el Olimpo de las mejores escenas de su carrera.
Tiene más mérito todavía al saber que esta escena de la que hablamos dura 15 minutos de reloj (comprobado), un cuarto de hora que nos sirve para conocer la estricta metodología del asesino en serie, el factor fundamental de la música en su rutina y en la película en sí, y cómo la teoría intenta sobreponerse a la práctica, la frialdad al (ligero) sentimiento, el acierto al error, la minoría a la mayoría. Y cómo se fractura su visión de la vida casi robótica cuando, por primera vez, algo no sale como tiene calculado.
Capítulo 2: La introspección de Michael Fassbender
Si toda la película hubiera transcurrido en el apartamento de París únicamente con la compañía del asesino, no nos habríamos quejado lo más mínimo. De hecho casi mejor, como veremos más adelante. En este sentido, un guion y una dirección adecuadas no son suficientes para lograr ese nivel de conexión con un personaje hasta el punto de que no te importe nada más de su alrededor. El actor debe saber plasmarlo hasta el punto de mantenernos adictos a él, aunque sea a través de un fuerte hieratismo y un control de las emociones psicopático.
Fassbender logra, en su regreso al cine tras una etapa centrada en el motor, una de esas actuaciones que no sabemos si le llevarán a las alfombras rojas (aunque podría perfectamente pisarlas al menos como nominado), pero que le generarán alabanzas presentes y futuras, al estilo Ryan Gosling en 'Drive'. Pero en 'El asesino', Fassbender lleva todavía más el peso sobre sus hombros. Toda la película gira en torno a él, apenas hay espacio para que los secundarios brillen. Tampoco lo necesitamos, aunque las aportaciones de Tilda Swinton, Charles Parnell y Kerry O'Malley son destacables.
¿Cómo consigue rellenar 118 minutos con su mera presencia? A través, sobre todo, de sus conversaciones con el espectador, de esa atrayente voz en off que nos recuerda una y otra vez que hay que "seguir el plan" sin dejarse llevar por nada ni por nadie. Que nos muestra con fría calma cómo va a hacerlo, sin dejar de reflexionar sobre la condición humana ni el sistema que nos rodea. Hablar de Amazon, Airbnb, McDonald's, 'Dateline', '¿Quién da más?' mientras prepara un asesinato es una genialidad más que apuntar a la lista de Fincher, tan acostumbrado a intentar sumergirse en la mente de un asesino desde 'Seven', 'Zodiac' o 'Mindhunter' que disfruta con ello y nos hace disfrutar al resto.
Capítulo 3: Una trama de venganza que no está a la altura del inicio
Salgamos del apartamento de París. Tras el incidente y los sucesos que se desencadenan, la película se aleja del cine de Fincher y se acerca más al denominado 'cine de venganza', quizás sobreexplotado en los últimos años por las sagas de 'John Wick', de 'Venganza' o de 'The Equalizer', entre otras.
Al contrario que en estas, en 'El asesino' apenas vemos escenas de acción frenéticas, pues el protagonista intenta tenerlo todo bajo su control y no dejar nada al azar. Se compensan con el monólogo interno constante de Fassbender y con el diálogo con algunos secundarios, pero aun con estas diferencias no se aporta algo suficientemente rompedor como para no incluir a 'El asesino' en el género de la venganza. Algo que, por qué no decirlo, nos saca un poco de la película. En los primeros 15 minutos tenemos la sensación que no hemos visto otra cosa igual. Con el resto, no podemos decir lo mismo.
No ayuda el hecho de que no queden demasiado claras las motivaciones del personaje ni sintamos suyo el motivo de su venganza, sino como algo estándar, guionizado, que simplemente tocaba hacer para que fuera un largometraje y no un corto. Sorprende esto de un guionista como Andrew Kevin Walker, responsable de 'Seven', pero quizás haya que mirar más arriba a la hora de buscar responsables.
Y es que Fincher parece obsesionarse tanto con el cómo en 'El asesino' que no le interesa demasiado el qué ni el porqué, dando pie a una historia un tanto simple que solo sirve como excusa para que el asesino se luzca en su lucha contra sus enemigos externos y sus demonios internos, que curiosamente tienen que ver con dejar un resquicio a una luz interior que niega, a admitir que no es tan de las minoría dominante como pretende autoconvencerse. Y aunque eso es interesante, a Fincher hay que pedirle más a estas alturas, y no dejar el qué y el porqué tan de lado.
Epílogo: Menos de dos horas son válidas para hacer buen cine
'El asesino', basada en la novela gráfica de Alexis Nolent (alias Matz), es una película que instruye al espectador, y de paso a la industria cinematográfica, sobre el aprovechamiento del tiempo. Lo hace demostrando que quince minutos son suficientes para escribir una página dorada más en el cine. También nos lo muestra con el constante control milimétrico de los tiempos del asesino, al que un día le cunde lo mismo que un mes al resto de mortales.
Pero sobre todo nos lo enseña con la duración de la película, de menos de dos horas. En los tiempos que vivimos, donde cualquier cinta supera las dos horas y cuarto, empaquetar un producto reseñable con momentos brillantes por debajo de la barrera de los 120 minutos no es solo digno de alabanza, sino hasta de agradecimiento.
Que dure menos de lo que estamos acostumbrados nos sirve para aplicar las enseñanzas de Fincher y aprovechar el tiempo sobrante para reflexionar sobre ella. Pero si tanta reflexión le puede sentar bien al protagonista dentro de la película, quizás no a la película en sí misma. Porque un pensamiento, o más bien un lamento, se tornará sobre nuestras cabezas de manera irreversible: "Lo que podría haber sido 'El asesino' de haber mantenido el nivel inicial...".