Si tuviéramos que decir de quién es mérito -si de Robert Harris o Roman Polanski- el hecho de que 'El escritor' sea una película más que recomendable, sin duda alguna tendríamos que decir que del segundo, quien gracias a sus veteranía tras las cámaras logra sacar a (muy buen) flote un thriller con tintes de conspiranoia más bien ramplón. Y es que, si analizamos con objetividad 'El escritor', apenas podremos hallar en el film novedad alguna en cuanto a género se refiere, quedando reducido todo su atractivo tanto a su opresiva atmósfera como al atrayente misterio que emana cada uno de sus protagonistas, en detrimento de un parco entramado político que, para más inri, finaliza con una suerte de coitus interruptus que bien puede defraudar a más de uno.
A pesar de ello, 'El escritor' deja un buen sabor de boca a un espectador que lentamente se sumerge en las turbias aguas de las mentes de sus protagonistas, todos ellos repletos de aristas y claroscuros que nos dejan con una perpetua incógnita, y que nos remiten de manera contínua a un universo hitchcockiano enfatizado por el opresivo entorno en el que Polanski los ubica, una isla que sirve de elemento aislante a la par que forzoso catalizador de las relaciones humanas, en un recurso que no puede dejar de remitirnos a otros títulos de Polanski como 'La muerte y la doncella' o 'Cul de sac'. De este modo, un solvente Ewan McGregor -rodeado de una excelente cohorte de secundarios tanto o más perfilados que el propio protagonista- se erige en epicentro de una historia que desde buen comienzo le supera, convirtiéndose en un mero títere arrancado de su hábitat que trata de escapar de la ratonera en la que el director lo ha emplazado, y cuyas dudas, temores y descubrimientos se le plantean, manifiestan y desvelan al mismo tiempo que al espectador.
Todo hay que decirlo, 'El escritor' no es una obra maestra, pero sí un ejercicio de estilo de tintes nostálgicos con el que su director demuestra lo mucho que se puede extraer de una premisa más bien limitada, en la que los espacios se convierten en un personaje más de la historia, al igual que la turbulenta banda sonora de Alexandre Desplat.