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'El Padrino. Parte III', todo se hizo por el bienestar de la familia

La tercera entrega de la saga recoge el legado de las dos anteriores con un Michael Corleone intentando limpiar su nombre y purificar sus pecados.

Por Hugo Rosales 27 de Marzo 2012 | 09:14

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Finalizamos el repaso a una de las grandes sagas de la historia del cine con su último capítulo, 'El Padrino. Parte III'. Una entrega que no goza del mismo reconocimiento que sus dos predecesoras y que, sin embargo, es cuanto menos laudable. Una tercera parte que funciona a modo de epílogo y homenaje a los hechos narrados en dos de las mejores películas de la historia del cine.

La historia se sitúa a finales de los años 70, Michael Corleone continúa al frente de los negocios de la Familia, pero en una situación bien distinta a la que presentaba la organización en décadas anteriores. El personaje encarnado por Al Pacino pretende legitimizar su imperio con sus donaciones a la Iglesia Católica.

La familia Corleone

Con la venia del Papa, todo es más fácil

'El Padrino. Parte III' se inicia con un acto conmemorativo a la figura de Michael Corleone por sus colaboraciones con la Iglesia, una celebración que cuenta con la aprobación de algunas de las más altas instancias de la institución religiosa. Nuestro protagonista, ya separado de Kay Adams, pretende ganarse el cariño de sus hijos reformando el organigrama de la Familia, aunque todo resulte más bien una cortina de humo.

Kay sigue reprochándole a Michael su pasado criminal, y solo acude al acto con la intención de convencerlo para que permita a su hijo Anthony dedicarse al campo de la interpretación, un consentimiento que llega tras una tensa discusión entre ambos llena de reproches. Su ex esposa es consciente de que su reformamiento es una tapadera para expiar culpas e iniciar turbias colaboraciones con el mismísimo Papa.

El Papa metido en negocios con la mafia

El argumento de esta tercera entrega es completamente inédito, no aparece en la novela de Mario Puzo, y se basa en hechos reales como el asesinato de Juan Pablo I o el escándalo del Banco Vaticano. Michael Corleone ha vendido todos sus casinos y muestra su interés en la gran compañía internacional Immobiliare en un encuentro con el Arzobispo Gilday, un acuerdo que se topa con las reticencias de miembros relevantes en la cúpula de la Iglesia, y a su vez, con la intromisión de las distintas familias mafiosas que pretenden sacar tajada de su negocio con el Vaticano. Michael fija un encuentro con sus homólogos en que les entrega parte de los beneficios que generaron los casinos, a fin de que su acuerdo quede limpio de cualquier atisbo de criminalidad.

Vincent Mancini, el nuevo Padrino

En esta última entrega también se produce el intercambio de poderes entre Michael y su sobrino Vincent Mancini (renombrado como Vincent Corleone e interpretado por Andy Garcia), hijo bastardo de su hermano Sonny y su amante Lucy, un joven que guarda similitudes con los rasgos distintivos de la Familia, tanto de su abuelo Vito como del conjunto de todos sus hijos. Vincent guarda una tensa relación con Joey Zasa, que inicialmente había recibido los poderes de los negocios de la Familia Corleone tras su trasvase a la legalidad. Sin embargo, Zasa pretende entrar en el acuerdo con el Vaticano y sacar tajada, con lo que organiza una emboscada al conjunto de las familias mafiosas.

Tras caer Michael enfermo, su posterior sucesor organizará una venganza sin su consentimiento, que tras ser completada, y ante la falta de salud de éste, acabará por aportarle las dotes de Don. El único impedimento es su secreta relación Mary Corleone, en una recordada y desgraciada interpretación de Sofia Coppola, y así el trasvase de poderes dependerá del fin de esta peligrosa y tumultuosa relación con la hija de Michael.

La familia ante todo

La familia es lo primero

'El Padrino. Parte III' incide en los conceptos de familia, con un Michael Corleone que sigue justificando sus reprobables actos como una medida de protección hacia los suyos y ansía conseguir la purificación (termina confesando sus pecados con el que será el futuro Papa) pero que ante las circunstancias tendrá que pecar una vez más, solo una vez más. El clímax en plena ópera (que recuerda al impactante desenlace de la primera entrega) tendrá consecuencias funestas e inesperadas para su personaje, pero también el desencadenamiento de los hechos parece inevitable.

La película funciona muy bien como homenaje, probablemente sea más disfrutable por los grandes seguidores de la saga siempre que no muestren repulsión hacia un producto inferior, pero que al margen de la comparación es un film de notable calidad. En ella, ya son patentes los errores: como algunas discutibles interpretaciones, incomprensibles ausencias como la del consigliere Tom Hagen o una clara sensación de autoplagio por parte de Francis Ford Coppola. Sin embargo, insisto, una película de valores más que apreciables que cuenta con el marrón de cargar con dos obras maestras del cine a sus espaldas.

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