Abrimos hoy el club de cine del mes de mayo, en el que repasaremos varias de las películas que en las últimas décadas han sido galardonadas con la Palma de Oro del Festival de Cannes, con motivo de la celebración desde el próximo día 16, de la 65ª edición del más célebre y prestigioso de los festivales de cine.
En 2002 Roman Polanski presentó en Cannes 'El pianista', un proyecto tan ambicioso como personal, pues el cineasta judío sobrevivió siendo solo un niño al Holocausto y aunque en su día había rechazado involucrarse en 'La lista de Schindler' por ser incapaz de revivir los fantasmas de su pasado, encontrar la historia de Wladyslaw Szpilman sí le animó a afrontar un proyecto sobre tan negro episodio histórico. El resultado fue una Palma de Oro a la mejor película para el director de origen polaco y una extraordinaria carrera comercial plagada de alabanzas y premios, entre otros, tres Oscar al mejor guion adaptado, al mejor director y al mejor actor para un hasta entonces semidesconocido Adrien Brody.
'El pianista' fue una producción de capital europeo que devolvió a Roman Polanski a la primera línea del interés cinéfilo, tras casi una década en el dique seco, en la que tan solo había rodado la irregular 'La novena puerta', errática adaptación de la novela 'El club Dumas' de Pérez-Reverte. Pero sería con 'El pianista' con la que Polanski entregaría un trabajo a la altura de sus primeros éxitos como 'La semilla del diablo' o 'Chinatown' que le convirtieron en un cineasta de referencia en los años 70, cuya carrera, no obstante, se vio marcada por una vida personal llena de sucesos escabrosos, como el asesinato de su esposa Sharon Tate a manos de una secta satánica o la acusación años más tarde, de haber abusado de una menor en una fiesta. Esto le convirtió en un prófugo de la justicia norteamericana, que le ha perseguido hasta nuestros días, provocando su arresto domiciliario.
La película abre con imágenes documentales de la Varsovia de finales de los años 30, mientras
Szpilman (un espléndido Adrien Brody) interpreta un célebre nocturno de Chopin en la radio polaca, que se ve interrumpido por una explosión. La ocupación nazi de Polonia y la reclusión de los judíos en el Gueto de Varsovia centra el primer tramo del film, tildado en su día por algunos de excesivamente 'academicista', pero no exento de momentos de impacto y elementos diferenciadores con otros acercamientos al Holocausto como 'La lista de Schindler'.
En efecto, aunque la brutalidad de los oficiales nazis, la humillación judía, las ejecuciones, las brutales palizas y en definitiva toda la barbarie acontecida nos provoque un cierto 'deja vù', Polanski logra ponernos los pelos de punta con escenas como aquella en la que un discapacitado es arrojado por la ventana de su domicilio tras una inspección militar, otra en la que un niño intenta cruzar al otro lado del muro del gueto con consecuencias fatales, o la manera en que Szpilman es salvado de ser enviado en un tren directo a la muerte mientras debe resignarse a ver como su familia se aleja hacia el destino fatal.
También es destacable el reflejo que el film hace en su introducción de los Szpilman, una familia judía de clase media que afronta con incertidumbre su futuro ante la invasión, mientras (y esto es nuevo) critica la pasividad de los judíos 'high-class' norteamericanos que no presionaron suficientemente a su gobierno para una intervención contra Alemania que frenase el exterminio, o la connivencia de la burguesía polaca con el régimen hitleriano y sus atrocidades. La venta del piano, que pudiera parecer anecdótica ante las circunstancias acechantes, se convierte en un momento dramático y no exento de un simbolismo que aflorará durante todo el film.
La música como salvación y redención
Y es que además de una historia sobre los límites de la maldad del ser humano o de la lucha por la supervivencia, lo que diferencia a 'El Pianista' de otros films sobre el Holocausto y otras barbaries genocidas, es que se erige en un emocionante canto a la fuerza del arte, en este caso la música, para resistir sobre la violencia y la brutalidad, como elemento salvador y redentor del ser humano (la balada en sol menor de Chopin, que Szpilman toca ante el oficial alemán que interpreta Thomas Kretschmann en una escena memorable, es el momento álgido de este simbolismo).
De hecho, es su condición de pianista reconocido y respetado la que salva a Szpilman de ser enviado en los trenes a los campos de exterminio, o la que le permite escapar y encontrarse con una pareja de amigos, formada por un actor y una cantante, que le refugian y ocultan en un piso de Varsovia. El film se eleva entonces sobre el tan notable como previsible arranque, para comenzar a erigirse en un poderosísimo documento, no solo histórico, sino cinematográfico.
Resulta sobrecogedora e impactante la manera en que el protagonista se ve obligado a observar el horror desde la ventana de la vivienda donde está recluído sin poder hacer un solo ruido para no ser descubierto y delatado en un piso donde el cruel destino va a querer que haya un piano... y ahí en otro de los momentos más conmovedores del film, el protagonista tocará (solo en su mente) una melodía de esperanza. Es curioso e inquietante darse cuenta de que, vista hoy esta escena, pueda parecer una premonición sobre la detención de Polanski y su arresto domiciliario en Suiza, que le aparta de la profesión cinematográfica...
La película se convierte entonces en la visión de la barbarie por parte de un testigo mudo, casi un cadáver andante que una vez se ve obligado a abandonar su piso-refugio, vaga sin rumbo por las ruinas de Varsovia asoladas de cadáveres y destrucción. Es ahí donde asume riesgos y donde se acerca a lo sublime, como en ese sobrecogedor plano en el que Szpilman camina entre las ruinas de la ciudad mientras la cámara se eleva mostrando un insignificante ser perdido entre montañas de escombros, que es en lo que se ha convertido el entorno donde meses antes vivía en armonía.
Cuando al fin Szpilman encuentra una guarida entre los restos de lo que pudo haber sido una antigua residencia, se produce el célebre encuentro con el oficial nazi, momento cumbre de la película, en el que la música volverá a ser la salvación del personaje y el elemento de reconciliación, el granito de humanidad en medio de la atrocidad. Y ante una Varsovia destruída y nevada en la que es rescatado, Szpilman será devuelto a su estatus anterior, habiendo perdido por el camino a su familia, pero pudiendo al menos recuperar su pasión: la música, el leit motiv que se convierte en lo único que guía al protagonista, tras ser despojado de todo, hacia la supervivencia.
Símbolo de supervivencia
Hay también un conato de justicia poética con el oficial alemán, pero esto no es ficción, no hay lugar a la condescendencia... la vida no siempre es justa y Szpilman no halla el rastro de ese oficial que le salvó la vida, entre los campos de concentración en los que permanecían presos los militares del régimen nazi. La película termina con la estampa de Brody, al que hemos visto en estado cadavérico durante la mayor parte del film, engalanado, interpretando un nuevo tema de Chopin al piano junto a una gran orquesta, lo que compone una imagen reconfortante para un espectador que ve como el personaje al que ha acompañado en su padecimiento durante dos horas y media, vence la adversidad y se convierte en un símbolo de supervivencia (¿es de nuevo un mensaje sobre el propio director, redimido de su tortuosa vida personal gracias a su dedicación al arte cinematográfico?).
Esta obra maestra que es 'El pianista' devuelve, como hemos dicho al inicio, a Roman Polanski a la lista de directores de referencia de la actualidad. Y aunque tras este film rueda una correcta pero un tanto decepcionante adaptación de 'Oliver Twist', estrena más tarde dos obras tan destacables como 'El escritor' y 'Un dios salvaje', que nos hacen desear, más allá de sus cuentas pendientes con la justicia, que como cinéfilos podamos disfrutar del talento de Polanski tras la cámara por mucho tiempo.