Entrevistar a Ricardo Darín el día que el Festival de San Sebastián le hacía entrega del Premio Donostia a su trayectoria era un reto semejante al de alcanzar una cima. O una cordillera en este caso. Porque créanme, si existe el purgatorio, será muy parecido a la intercambiable habitación de hotel en la que aguarda la prensa antes de entrar a un junket. Ese lugar donde todo siempre está cuidado al detalle y con amabilidad para que no falte de nada, en el que los periodistas parecen estar reunidos, como si se tratara de un ejercicio de cinefilia, para brindar un homenaje al camarote de los hermanos Marx. Todos apiñados, deseando en silencio ser los siguiente en salir de estos veinte metros cuadrados, olvidando por un momento que cuando toque irse será para seguir esperando en el siguiente junket.
Y en esa espera uno tiene tiempo hasta para compadecerse del entrevistado, que ya hizo su trabajo y ahora pasa horas viendo un desfile de periodistas que en tan breve espacio de tiempo apenas tendrán la oportunidad de lanzarle tres o cuatro preguntas inconexas, con suerte interesantes, probablemente las mismas. Normalmente uno cuenta con entre 5 o 10 minutos para extenderse, que según la película incluso pueden llegar a ser demasiados. No es el caso. Pero cosas de ser tan querido como Ricardo Darín, en una mañana en la que, en cierto modo, no solo el Festival de San Sebastián sino el mundo del cine español le hacía saber su afecto, allí éramos tantos que el retraso amenazaba con cobrar forma propia y hasta tomarse un croissant en la habitación, por lo que solo pudimos tener tres minutos a solas con Ricardo Darín. Tres preguntas para sonsacarle algo nuevo sobre su última película y aspirar a conocer otra faceta de su personalidad. Pero inevitablemente también para quedar encandilado ante su persona.
Es entrar a la habitación y al instante el genio se humaniza. La imagen que conservaré de ese actor que siempre parecía estar mirando al lugar idóneo con el gesto preciso será la suya devorando en apenas segundos una bandeja con frutas y otros aperitivos que le habían servido en la habitación. No hay mejor manera de ganarte su confianza que de este modo, se te pasa por la cabeza. Son más de las dos de la tarde y el apetito aprieta, solo se te ocurre desear que le aproveche, pero en el fondo le aplaudirías por su facilidad para romper las formas con tanta cercanía. En ese instante aproveché para empezar a preguntarle y así ahorrar tiempo, a lo que giró el cuello y asintió encantado, con la boca aún llena pero con una sonrisa de oreja a oreja. No exageremos, no tan grande como al recoger el Premio Donostia, pero sí repleta de curiosidad por saber lo que está deparando tu cabeza.
La primera pregunta era tan obligada como malévola. No deja de ser irónico que el año que el protagonista de 'El hijo de la novia', 'Nueve reinas' o 'El secreto de sus ojos' recibe el Premio Donostia a su trayectoria, presente la que probablemente sea una de las películas más arriesgadas de su carrera. Hablamos de 'La cordillera', thriller psicológico con la geopolítica Sudamericana como telón de fondo en el que interpreta a un Presidente argentino que nos devuelve una imagen de sí mismo más convulsa de lo habitual.
Y Ricardo Darín, ahora ya sentado y listo para desenfundar, no puede estar más de acuerdo: "Es verdad, es riesgosa. Es una de esas pelis riesgosas, no es complaciente con el espectador. Le propone que piense con su cabeza y eso no es siempre de la comodidad de la mayoría. A veces nos gustan otro tipo de pelis que son más cocinaditas o simplemente que son más entretenidas. Hay muchas posibilidades de cine, pero hay que mover el tablero para que las fichas se vuelvan a acomodar donde deban ir y que nosotros colaboremos con nuestra cabeza".
El poder de un actor
La película, dirigida por el desafiante cineasta argentino Santiago Mitre, nos invita a pensar que su protagonista tiene otra cara, un lado oscuro. ¿Sospechará el público lo mismo de Darín a partir de ahora? ¿Cómo sabe un actor dónde está su auténtico rostro? "Es muy difícil desembarazarte de todas las capas que vamos adquiriendo desde que nacemos. Cuando las queremos sacar, pelando una cebolla, es muy difícil llegar al centro. El trabajo es tratar de ser lo más descebollado posible, pero no siempre se consigue", nos responde. Él o una de sus pieles.
Por último, aunque podríamos estar hablando horas, toca reflexionar sobre el poder, el gran tema de fondo de 'La cordillera'. Y también por supuesto sobre el poder que un actor de su éxito tiene entre el público, algo ante lo que se muestra precavido: "No sé si agradecerte lo que acabas de decir porque en realidad no sé si es exactamente así, tampoco quiero tomarlo con naturalidad y aceptarlo, yo soy de los que creen en las historias. Quiero creer que el verdadero poder lo tienen las historias. Más que las historias, las ideas de las historias. Para mí la verdadera estrella es la historia. No creo para nada en las estrellas, en su poder magnético, porque en definitiva todos pasamos por la misma, ingresamos por una puerta, vemos una historia y cuando salimos decimos lo que nos parece. Y yo me noto más en esa".
Y esta historia habría acabado con un apretón de manos más, de no ser por su parte, que con un leve arqueo de la muñeca pasó de uno cordial a otro tan afectuoso, como el que se da tras conocer un nuevo amigo. Algo así fueron estos tres minutos con Ricardo Darín. Que pase el siguiente.
'La cordillera' se estrena el viernes 29 de septiembre en España.
Las películas imprescindibles de Ricardo Darín
'Nueve reinas'
La película con la que descubrimos a Ricardo Darín. Solamente por eso, deberíamos estar eternamente agradecidos a 'Nueve reinas' pero es que, además, nos encontramos con un trabajo esencial por méritos propios. Una cinta marcada por un ritmo incesante en el que los giros de guión te mantienen siempre alerta, construyendo una historia en la que las mentiras y las máscaras son tan importantes como los golpes de efecto. Por su parte, la química y el carisma de sus protagonistas, maravillosos Darín y Gastón Pauls, terminan por redondear una jugada maestra en la que, claro, nada es lo que parece. Ahora bien, si te crees tan listo, intenta descifrar todas las sorpresas. Perderás.
'Un cuento chino'
Llegamos a una película que está contada con la misma sensibilidad que desprenden los ojos de su protagonista. Ellos son el centro vital de 'Un cuento chino', los logros que consigue la película toca apuntárselos a su cuenta. La soledad y hastío que rodea al protagonista de un humilde y encantador cuento están interpretados y representados por la abrumadora presencia de Darín, que se enfrenta con una sencillez maravillosa a un personaje que, pese a lo previsible de su evolución, consigue ganarse el cariño de cualquiera. Una película pequeña, sencilla y honesta. Un trío de virtudes que debemos celebrar.
'El mismo amor, la misma lluvia'
'El hijo de la novia' y 'El secreto de sus ojos' son, para la inmensa mayoría de espectadores y críticos, las cimas esenciales de la dupla formada por Darín y el guionista y director Juan José Campanella. Sin embargo, conviene rescatar con insistencia y rotundidad 'El mismo amor, la misma lluvia' como otro de sus trabajos esenciales. Una historia de amor a lo largo del tiempo, con sus pérdidas, encuentros y reencuentros, manejada y estructurada con sumo talento gracias a un guión repleto de diálogos brillantes y con un dúo protagonista, de nuevo Darín y la maravillosa, en mayúsculas, Soledad Villamil, cuya química nace para quedarse en nuestra memoria. Más que una joya imprescindible, una de las grandes películas argentinas de los últimos años.
'Relatos salvajes'
El último gran éxito (mundial) de Ricardo Darín, 'Relatos salvajes', es una de esas películas que te propone un juego muy claro. Si decides participar, fiesta. Si decides quedarte fuera, terminarás reflexionando igualmente sobre la condición humana. Pero con menos carcajadas. Un trabajo que, pese a su estructura de episodios independientes, mantiene un hilo conductor tan evidente como interesante que consiste en contar, de la manera más cruda y explosiva posible, las resoluciones más violentas, dramáticas y excesivas que podríamos dar a las situaciones más comunes y rutinarias. En definitiva, mostrar lo que solamente el cine puede permitirse, conseguir que aparezca la sonrisa maliciosa frente a tramas terribles con las que, de una manera u otra, nos hemos acostumbrado a convivir. El pan de cada día, es decir, corrupción, mentiras, trampas, sensacionalismo, infidelidades, locura colectiva (re)convertida en marca de la casa. Damián Szifrón, director y guionista, nos suelta escupitajos, tortazos y sangre desde todos los puntos de vista, nos recuerda que somos capaz de convertir a un asesino en héroe y a un héroe en asesino, que se pueden comprar culpables, que el destino siempre llega pero el castigo no. Le ayuda un reparto inspiradísimo, con un Ricardo Darín pletórico en su papel de explosivo justiciero. ¿Juegas?
'El aura'
El riesgo, asumido y respetable, es otro de los factores que convierten a Ricardo Darín en uno de los actores imprescindibles. Un sello de identidad, marca de la casa, que hace que cada uno de sus trabajos tenga algo especial, diferente, característico y único. Dentro de su filmografía, si tenemos que quedarnos con una película que lo ejemplifique, 'El aura' sería la principal candidata. Una obra en la que la atmósfera y el contexto visual, juegan un papel casi protagonista dentro de una historia marcada por el silencio, la soledad y el miedo, interior y exterior. Darín se camufla en un personaje alejado de todas sus interpretaciones previas, demostrando un control y poder total desde la contención más absoluta. Una película tan compleja como apasionante.
'Truman'
La gran triunfadora de la última edición de los Goya, 'Truman', premio para Darín incluido, es un prodigio. Una película que desprende la esencia presente en toda la carrera de su director y guionista, Cesc Gay sirviéndose, más que nunca, de una delicadeza ejemplar, apoyado en un punto de vista alejado de la demagogia y el exhibicionismo, demostrando que se puede llegar al corazón del espectador desde muchos otros caminos que no implican el artificio ni el subrayado. Un trabajo sencillo que encuentra en su reparto la mejor de sus virtudes. Dos actores, Javier Cámara y Darín, sencillamente perfectos, ofreciendo recitales de control y contención, sabiduría y talento, haciendo de lo pequeño algo gigante.
Ellos son el alma y el corazón de 'Truman', su pieza esencial, su mayor logro. Y es un auténtico placer escuchar sus conversaciones, intentar descifrar sus secretos, acompañarles en un viaje de ida en las que ellos, y nosotros, intentamos no pensar demasiado. Porque es entonces, cuando 'Truman' se enfrenta a los temas más sensibles, cuando la película alcanza un nivel de profundidad que puede con cualquier escudo, que te encuentra con el nudo en la garganta y el corazón apretado en el pecho. Son pequeños momentos, pequeños instantes como el protagonizado por un abrazo que sientes como propio, los que convierten a 'Truman' en la gran película que es. No se observa más ambición que la de contar una historia dura, durísima, de la manera más natural posible. 'Nada de discursos de despedida'. Tan solo aviones que van y vienen.
'El secreto de sus ojos'
Se nos olvida muchas veces, demasiadas, mencionar a Juan José Campanella y Ricardo Darín como una de las parejas cinematográficas más potentes de los últimos años. Un dúo que nos asegura, al menos, una buena película, cuando no una obra maestra. Y aquí es el caso. El tiempo ha pasado y ha dictado una sentencia que parecía evidente de su estreno: 'El secreto de sus ojos', que ya era una obra maestra, es todo un clásico contemporáneo. Llena de emoción tan desbordante como controlada y de momentos de cine puro y duro como el asombroso plano secuencia futbolero, esa máquina de escribir vieja y rota que encuentra su tecla en el momento justo, la tensión de un ascensor o su magistral desenlace, la última conexión entre director y actor se saldó con un éxito en el que crítica y público coincidió sin reservar. Decir inolvidable, a veces, se queda corto.
'El hijo de la novia'
El monólogo del inmenso Héctor Alterio sentado en una vida disfrazada de restaurante. La declaración de amor bajo la lluvia menos tópica posible. Todos y cada uno de sus secundarios, especialmente el inolvidable personaje de Eduardo Blanco. Las lágrimas de una boda. El reencuentro entre una madre y un hijo. El discurso de agradecimiento de una hija. La interpretación de Ricardo Darín. Todos y cada uno de los elementos que componen 'El hijo de la novia' son un prodigio de sensibilidad y delicadeza, una demostración apabullante por parte de Campanella para construir uno de esos puzzles que justifican la existencia del término dramedia. Imposible no enamorarse de cada uno de los personajes que recorren una historia maravillosa en la que las sonrisas y las lágrimas se encuentran tras cada esquina, turnándose a la hora de llegar a un espectador que termina profundamente conmovido. Hay películas que te reconcilian con la vida, con el amor y con el cine. Y aquí tenemos una de ellas.