En 'Un año, una noche', que llega a los cines españoles el 21 de octubre, Isaki Lacuesta adapta la novela 'Paz, amor y Death metal' de Ramón González, pero no para contar una historia sobre los atentados del Bataclán de París o el terrorismo, sino para hablar de amor, de heridas colectivas que hay que sanar individualmente, del miedo, la culpa y la memoria. La película la cargan casi por completo por Noémie Merlant ('Retrato de una mujer en llamas') y Nahuel Pérez Biscayart ('120 pulsaciones por minuto'), apoyados por Alba Guilera, Quim Gutiérrez, C. Tangana, Natalia de Molina y Enric Auquer. Con su máximo protagonista, Biscayart, nos sentamos a hablar antes de su estreno sobre ella, y sobre todo lo que la sobrevuela aunque no se vea.
"Cada vez tengo menos capacidad de análisis sobre lo que hago", nos cuenta, "Lo que parece más simple es lo que luego más me conmueve, pero me cuesta que me conmuevan películas en las que yo actúo, principalmente porque no me interesa mucho verme, pero eso también me libera, porque me da la pauta de que lo que hago lo hago para el otro. En este caso ese "otro" es un público general, pero también pueden ser una de las víctimas que sobrevivieron del atentado que relata, que ocurrió hace menos de 7 años: "El que vaya a ver la película supongo que también tiene una necesidad de revisitar todo esto y volver a hacerse preguntas o a encontrarse con otros, a vivir el duelo, a procesar, a revivir en un sentido" .
En 'Un año, una noche', su personaje, Ramón, está obsesionado con recordar cada detalle de aquella noche en la que, en medio de un concierto, al menos cuatro hombres entraron armados y dispararon al público hasta terminar con la vida de 80 personas. Su pareja, Céline, también sobrevivió, pero no le cuenta a nadie que estuvo allí, no quiere hablarlo ni recordar, no quiere ser una víctima. Dos procesos muy diferentes ante un mismo trauma. Para Biscayart, la película es "como un acto de memoria sano, que es bueno que ocurra, aunque uno puede participar más o menos. Vengo de Argentina", explica el actor, aunque la mayoría de su cine lo rueda en Europa, "allí el ejercicio de la memoria es un ejercicio nacional, no concebimos la vida sin pensar en el pasado reciente, precisamente para poder construir mejor, superándonos. Eso no quiere decir que haya que estar constantemente en una energía del pasado o del remordimiento o del sufrimiento o del duelo eterno, pero sí me parece muy sano atravesar los hechos traumáticos del pasado para no volver a repetirlos, para crecer mejores. Y si uno eso lo hace con otres, me parece que es el proceso más sano, fácil e incluso vital o luminoso en el mejor de los casos".
En España, todo el tema de la memoria histórica es todavía una cuestión complicada y contra la ley creada bajo el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero todavía se oponen grupos como PP y VOX, que este verano prometía derogarla «en su primer día en el Gobierno». "Así está en auge, así vuelve", reflexiona Biscayart sobre la extrema derecha, "Cuando no hay una decisión social determinante de colocar determinadas cosas del lado del odio, del terrorismo y de la violencia, eso no cuenta como libertad de expresión, eso juega como deseo de aniquilar al otro y eso no es posible, si queremos vivir en sociedad, aniquilar al otro es un límite básico y cuando ese límite empieza a ser disfrazado de libertad de expresión y los discursos de odio empiezan a surgir, es escalofriante, porque la escalada es muy rápida, porque el ser humano es violento y somos expertos en guerras. Hay que estar todo el tiempo culturalmente adiestrando un poco a la bestia y cuando esa puerta se abre, muy rápido terminas con un Hitler en el poder sin entender bien cómo. Hay que estar todo el tiempo con la guardia muy en alto, somos muy cobardes".
Aunque en ningún momento de la película vemos a los terroristas, y mucho menos importa su etnia, raza o nacionalidad, Lacuesta no puede ignorar el racismo que se vio reafirmado, casi justificado para algunos, después de los atentados, y en el que tanto aterrorizó caer a muchos supervivientes. Así lo describe Biscayart: "El miedo, el prejuicio, la estigmatización del otro. Hay muchas escenas de la película que hablan de eso, de esa especie de racismo que vive en la sociedad occidental, o en todas probablemente, pero yo hablo desde este lado. En Argentina le decimos «el enano fascista» que tenemos dentro, «el enano facha» que se despierta y está ahí. «Pero si yo no soy facha», piensas, pero vivimos en un sistema. Yo no soy católico, pero me crié en una cultura católica y inevitablemente las nociones de culpa, pecado y el cuerpo asociado al pecado están muy presentes en el día a día. La xenofobia, el racismo, la intolerancia, tenemos mucho, mucho, mucho que que trabajar constantemente y cuando te relajas y te olvidas te derogan la ley de aborto en Estados Unidos, así tal cual, y no te diste cuenta. Es como el juego de la Oca, avanzas siete casillas y de golpe retrocedes. Es muy fácil destruir y muy difícil construir. Yo he visto avances que en un instante se destruyen del todo".
La colectivización y el amor como única salida
Hasta hace muy poquito los telediario se llenaban de noticias sobre la invasión rusa a Ucrania, como si fuese el único enfrentamiento activo en el mundo. En 2022 sigue habiendo conflictos en Afganistán, Irán, Etiopía, Yemen e Israel y Palestina, por ejemplo: "La guerra es el negocio más grande del mundo. El sistema económico quiere guerra constantemente. La industria estadounidense más importante son las armas y después el narcotráfico, por eso no se legaliza, o el tráfico humano de personas. Esos son los elementos que realmente mueven el dinero del mundo, no la industria automotriz. Así que si no generas fracturas, sino generas enemistad, si no generas odio hacía los otros, sino abonas a todo ese territorio, se te acaba el negocio. Quieren guerras largas, cuanto más puedas destruir más podrás reconstruir, más de tus industrias podrás llevar a ese país, más lejos podrás llegar con tus banderas", discurre el actor, "Básicamente se llama capitalismo y como no tiene límite, el final es la destrucción, es la sobredepredación, la sobreproducción, el sobreconsumo. El sistema en sí no tiene equilibrio. Si no lo intervenimos y le ponemos freno, vamos sí o sí a la destrucción final, que es probablemente lo que logremos en el planeta. Tenemos la inteligencia de verlo, no sé si todos, porque hay negacionistas y etcétera, pero a pesar de esa de esa inteligencia de verlo, no hay un comportamiento humano fuerte que nos haga cambiar el rumbo. Es el deseo de muerte. En la destrucción nos salvaremos".
A pesar de que no estamos enfocando bien dónde colocar la lucha colectiva, Biscayart cree que si hay un atisbo de esperanza, si hay una posibilidad de mejorar, la película también lo refleja: "Tenemos muy poca conciencia holística del gran organismo del cual somos parte, nos sentimos visitantes. Al menos 'Un año, una noche' es propositiva, procesa todo esto con amor. Quiero creer que podemos sobrevivir, pero es con los otros. Estamos juntos, si no es con los otros desaparecemos". 'Un año, una noche' se estrena en cines el 21 de octubre.