El Festival de Cannes 2012 ya está en marcha y continuamos haciéndole guiños desde este club de cine, en esta ocasión para recordar 'Érase una vez en América', la ambiciosa última película del italiano Sergio Leone, que será homenajeada este viernes en el certamen francés, en el que se proyectará un nuevo montaje con 40 minutos inéditos adicionales a la edición de 229 minutos, que se mostró por primera vez precisamente en Cannes en el año 1984 y que en su versión para cines norteamericanos, quedó incomprensiblemente reducida a un montaje de 139 escuetos minutos.
La película, un sorprendente cambio de género para un cineasta que cultivó durante toda su carrera el western, no fue un éxito en Estados Unidos. Costó unos 30 millones de dólares que no logró recuperar. Recibió críticas desiguales en su día (hoy es todo un clásico de culto) y no recibió ninguna nominación a los Oscar. El montaje norteamericano hacía que las elipsis se comieran gran parte del sentido y la emoción del film, y los que fueran esperando una reedición de 'El Padrino' de Coppola diez años más tarde del estreno de la segunda entrega de la trilogía, pudieron ver frustradas sus expectativas. Y es que 'Érase una vez en América' no es tanto una cinta de gangsters al uso, como las que pudieron rodar Coppola o más tarde Martin Scorsese, como una nostálgica reflexión sobre la amistad, la traición y el implacable paso del tiempo.
Basado en una novela de Harry Grey titulada 'The Hoods', el guion en el que Leone trabajó junto con numerosos colaboradores durante casi una década, giraba entorno a un grupo de jóvenes judíos de Nueva York, nacidos a principios del siglo XX en el lado Oeste de la ciudad (en los alrededores de un simbólico e imponente puente de Brooklyn, que es testigo de uno de los momentos más atroces y recordados del film), que comienzan trapicheando con la mafia en su adolescencia para acabar formando en su juventud, una banda criminal que realiza negocios varios: desde el tráfico con alcohol, hasta ejercer de 'matones' para ambiciosos sindicalistas.
Uno de sus miembros es David 'Noodles' Aaronson (un gran Robert De Niro), que nos es presentado en el film en su vejez, cuando tras recibir un extraño último encargo, comienza a evocar los momentos de su infancia y juventud junto a sus compañeros de 'negocios'. Noodles recordará los pasajes más dolorosos de su tortuosa vida, desde sus primeros actos vandálicos, sus encuentros con su inseparable Max (al que en la edad adulta da vida James Woods) y el resto de la pandilla, su larga y tormentosa historia de amor con Deborah (desde que de niño la espía mientras esta baila en la trastienda del bar de su familia) y todo un violento compendio de muertes, traiciones y pérdidas de las que es testigo y protagonista durante décadas.
Leone contó para esta, su última película, con parte del habitual equipo artístico que trabajó con él en los 'spaghetti western' que le dieron la fama. Así escuchamos una preciosa y elegante banda sonora de Ennio Morricone, y disfrutamos del excepcional trabajo de fotografía de Tonino Delli Colli, con el que había compartido el rodaje de su también célebre 'El bueno el feo y el malo', y de algunos espléndidos decorados de los míticos estudios romanos 'Cinecittà'. Y la película es, en efecto, visualmente maravillosa (la ambientación está cuidada hasta el mínimo detalle y la puesta en escena de Leone regala momentos de pura magia). Sin embargo, sin negarle numerosos instantes de puro genio, puede achacársele al film una cierta irregularidad.
Grandes ambiciones
Y es que 'Érase una vez en América' es una película de descomunal ambición y muy notables resultados. Pero no es redonda. Quizá ni siquiera lo pretenda. Pero hay momentos en los que la alambicada narración y su uso de la elipsis (fruto probablemente de un montaje complejo, puesto que se contaban con muchas horas de material rodado) hacen perder parcialmente la emoción del inicio, con De Niro abatido en su nostálgica vejez, así como con la evocación del inolvidable relato de infancia, que contiene dos momentos particularmente sublimes (la simbólica y preciosa escena en la que el joven Patsy compra y se come un pastel, además de la muerte del pequeño Dominic frente al puente de Brooklyn).
El guion 'juega' con el espectador y sus sentimientos hacia los protagonistas, mostrándonoslos vulnerables y cercanos primero, para acto seguido verlos derrochar violencia y falta de escrúpulos. Y eso le funciona al film, pues aún así, no aleja nunca la atención del espectador en Noodles ni en el resto de personajes, pues en su turbiedad se vuelven incluso más atractivos (qué fantástica es, en este sentido, la escena de la cena de Noodles y Deborah, que comienza de manera romántica para culminar de un modo inesperadamente atroz).
Le perjudica sin embargo a 'Érase una vez en América' el largo y un tanto fatigoso episodio que cuenta los trapos sucios del líder sindical al que interpreta Treat Williams, carente de la fuerza de otros pasajes, y aunque el film recupera mucho fuelle a medida que se acerca al epílogo, lo farragoso de este último, puede resultarle tan fascinante a unos, como molesto y gratuito a otros. Parece más fácil sin embargo, extraer una explicación a lo que acontece (sin desvelar nada) relacionada con que el protagonista esté oculto en un fumadero de opio... que con una sorprendente (y difícilmente explicable) 'reaparición' de algunos personajes. Cabe interpretarlo en todo caso, como una exaltación nostálgica de la amistad y una metáfora del pasado como tormentoso espejo al que la vejez no puede evitar mirarse.
Quedan otros momentos inmensos, como la visita de Noodles al mausoleo, la escena de la estación en la que el tiempo pasa a ritmo de 'Yesterday', la reveladora última conversación con Max y todo un conjunto de grandes escenas que componen un film imperfecto pero indudablemente grande, emocionante y altamente recomendable. Para no perdérselo.