'Exorcismo en Georgia' es la típica producción surgida única y exclusivamente con la intención de intentar rentabilizar de forma desproporcionada un presupuesto mínimo. Jugada previsible que lleva a cabo cualquier estudio cuando una película de terror original tiene una relativa aceptación. Todos conocemos estas tácticas y las respetamos porque sabemos cuáles son los objetivos de cualquier empresa, lo que no se entiende tanto es que ninguna de las partes implicadas en su equipo artístico o técnico, parezca haber hecho nada más que poner el piloto automático y pasar por caja a recibir su cheque.
'Exorcismo en Connecticut' se estrenó en 2009 y aunque su recaudación no fue espectacular, sí que destacó por encima de otras producciones por su rentabilidad. Esto ha provocado que sus responsables se hayan apresurado en lanzar una secuela que, descaradamente, intenta aprovecharse de la estela de aquella. Partamos de la base que 'Exorcismo en Georgia', pese a su título, no muestra ningún caso de posesión demoníaca y se centra en contar una absurda historia de fantasmas, taxidermia, crímenes raciales y hombre del saco.
David Coggeshall firma un guion que, visto su pasado televisivo, bien podría formar parte de una producción de sobremesa. La trama presenta una historia mil veces vista de mujer atormentada por fantasmas del más allá y familia que se muda a una casa en medio de la nada. A partir de ahí, el guion empieza a perderse entre una maraña de sinsentidos y hilos argumentales que no llegan a ninguna parte, hasta llegar a un final que roza en todo momento lo ridículo. Lo más triste es que encima intenten venderla como una película basada en hechos reales para supeditar la credulidad del espectador.
El terror brilla por su ausencia
Tom Elkins, guionista de la película original, debuta en el campo de la dirección con esta secuela consiguiendo un muy pobre resultado. La creación de una atmósfera asfixiante y la planificación de las secuencias es un elemento crucial para que una película de terror tenga el efecto esperado en el espectador. Aunque comience de una manera pasable, Elkins no insufla a sus imágenes de tensión alguna, haciendo que en ningún momento lleguemos a pasar verdadero miedo. Tampoco ayudan los efectos digitales y los maniquís que parecen sacados de una producción del más bajo presupuesto.
Los televisivos Abigail Spencer, Chad Michael Murray y Katee Sackhoff hacen lo que pueden con unos personajes carentes de matices, cumpliendo con su cometido de poner cara de circunstancia. Mención especial merece la pequeña Emily Alyn Lind, que parece ser la única del reparto que verdaderamente se cree algo de lo que están contando.
En defintiva, una película que bien podría ser catalogada de serie B y que ganará mucho si se ve con amigos y no se tome en serio nada de lo que ofrece.