En 2001 el cineasta francés Jean Pierre Jeunet estrenaba una de las películas francesas más populares de todos los tiempos. Con más de una década de perspectiva, podemos ya confirmar que 'Amelie', por su relevancia y su influencia, se ha convertido sin duda en un clásico moderno, aunque a algún insensible prosaico le pese que aquel delicioso cuento romántico parisino conquistara los corazones de medio mundo, erigiéndose en uno de los más queridos films europeos del nuevo siglo.
Y quizá a quienes más les pesaba el desorbitante éxito de Amelie -que en algunos círculos como el Festival de Cannes tuvo una tibia acogida en su día- era a los seguidores del Jeunet previo, aquel que a cuatro manos junto con Marc Caro, había creado dos celebradas fantasías oscuras como 'Delicatessen' y 'La ciudad de los niños perdidos' en la primera mitad de los años 90. En versión oscura o colorida, lo que Jeunet demostró en estos tres films (dejando al margen el intermedio hollywoodiense de 'Alien Resurrección'), fue un privilegiado don para crear universos propios a través de un expresionismo barroco que traspasaba a poderosas imágenes las emociones de los personajes de su cine.
Entendemos que no es fácil reinventarse tras colocar una obra tan impactante e influyente como 'Amelie', pero el camino que tomó Jeunet tras el éxito de la misma quizá no fue el esperado por sus defensores. Su último trabajo 'El extraordinario viaje de T. S. Spivet' apuesta -como en su día la desigual 'Largo domingo de noviazgo'- por reducir la imaginería visual de Jeunet a lo ornamental, creando un frustrante efecto boomerang, pues pretendiendo dar una sensación de contención al reducir su estilo a un puñado de apuntes visuales que no impregnan el alma de la historia, lo que en realidad logra es que sus trucos de prestidigitador molesten más que en otras ocasiones, por accesorios o directamente prescindibles.
Adaptación literaria
'El extraordinario viaje de T. S. Spivet' es su segunda colaboración con el guionista Guillaume Laurent tras la desapercibida 'Micmacs: un gran follón' que, aunque pasada de vueltas, al menos albergaba un sello Jeunet más auténtico en su delirante comicidad. En esta ocasión adaptan una popular novela juvenil norteamericana de Reif Larsen, que cuenta la historia de un niño prodigio de Montana (interpretado por Kyle Catlett) con problemas familiares y de adaptación, que pone rumbo en solitario a Washington D.C. para recibir un premio científico del Smithsonian Institute por uno de sus inventos.
El desarrollo de la historia, que adquiere pronto hechuras de una clásica road movie norteamericana, está punteado por flashbacks oníricos que Jeunet aprovecha para colar su magia visual, que se disfruta en momentos puntuales aunque no llegue a empapar la historia que se nos narra. La juguetona caligrafía visual del cineasta, colisiona sin remedio con lo calculado de esta historia de aprendizaje y crecimiento a través de los traumas de su atípico protagonista, resultando una aventura excesivamente fría, que reserva erróneamente para el desenlace una catarata de revelaciones, reencuentros y redención, que llegan demasiado tarde para lograr conmover a la audiencia que ha asistido durante hora y media a un espectáculo moderadamente entretenido pero en exceso frío y mecánico.
No son pocos sin embargo los puntos a favor de este irregular film. Sin ir más lejos la solidez de un reparto que tiene hueco para la siempre estimable Helena Bonham Carter o para el veterano Dominique Pinon, uno de los actores fetiche de Jeunet, así como la excelente fotografía de Thomas Hardmeier. Pero lo más interesante sin duda es su esbozada exploración (no culminada en un guion mal rematado) del territorio fronterizo. No es casual que el rancho del protagonista se llame 'Divide', pues la historia se ocupa de marcar las fronteras entre la infancia y la madurez, entre los sueños y lo real, entre lo rural y lo urbano... mundos enfrentados destinados a una batalla con un solo superviviente, como los dos hermanos antagónicos de este fallido pero interesante viaje fílmico.