La crisis económica ha permitido dotar a los Académicos del cine español de nuevas vías de escape con las que justificar el estado de la industria de este arte en España. Si durante la última década los males provenían casi exclusivamente de la piratería, los ogros de internet han estado en esta edición diluidos en un mar de calamidades: la subida del IVA que desanima a acudir a las salas, los recortes sociales, la falta de apoyo del Gobierno a la cultura...
La Academia, pobre, parece ser la víctima de un complot de grandes dimensiones mientras la película que salvó al cine español en 2012, la que logra colarse en las nominaciones a los Oscar, la que arrasa entre público y expertos en varios países europeos y de medio mundo, es ninguneada por la propia Academia en la que debería ser la gran fiesta del cine español.
Bromeaban varias actrices durante un sketch de la gala que ellas se votaban a sí mismas, a sus amigos y compañeros de reparto. Pero esa parodia debe tener algo más que eso cuando en la historia de los Goya ningún actor de habla inglesa ha sido reconocido con una estatuilla, mientras su trabajo ha sido premiado y alabado por crítica y público en el extranjero.
Parece, por tanto, que lo que le faltaba a Tom Holland, Naomi Watts o Ewan McGregor no era talento, sino amistades dentro de un selecto club que sólo sabe mirarse al ombligo y echar balones fuera para defender un status quo cada día resulta más insostenible.
Dicen que el deporte nacional en España es la envidia y cuesta encontrar otra justificación que explique por qué no se reconoce abiertamente el éxito de equipos o películas que arrasan entre el público, aunque no formen parte de nuestro club o respondan al canon de lo que unos piensen que debe ser el cine español.
No sólo se ninguneó a las más taquilleras, también se ignoró por completo a aquellas que han intentado poner en cuestión el sistema de distribución actual, preguntarse cuál debe ser el rol de las salas de cines, cómo innovar en una sociedad tan cambiante o potenciar el consumo de cine legal a través de internet.
La Academia de Cine ha vuelto a demostrar que vive y trabaja de espaldas a los espectadores, y sigue sin ser consciente que no son las subveciones, el IVA, o internet los que hunden o salvan a su industria, sino los que deciden acudir o no a apreciar sus creaciones.