Con 'Green Zone: distrito protegido' ya son tres las colaboraciones entre el actor Matt Damon y el director Paul Greengrass: tras las dos últimas entregas de la saga Bourne ('El mito de Bourne', 'El ultimátum de Bourne'), el cineasta británico ha consolidado de manera deifinita un estilo propio basado en una cámara perpetuamente al hombro, un estilo hiperrealista y un ritmo incansable y frenético que ha creado escuela, algo fácilmente constatable si uno echa un simple vistazo a títulos como 'The international' o la última entrega del agente 007.
Por su parte, 'Green zone: distrito protegido' es un thriller trepidante que maneja todas sus bazas con el oficio del veterano, tanto en su faceta bélica como en su vertiente conspirativa, amalgamando ambos registros en un producto compacto y pulido. Dicho así, el nuevo trabajo del director de 'Bloody Sunday' bien debería ser un título redondo, pero tras asistir a casi dos horas de acción sin tregua uno se queda con cierto sinsabor, como si Greengrass se hubiera enredado en su propia telaraña.
Quizá el problema recaiga en el hecho de que los filmes de Bourne jugaban bajo los patrones de la ficción verídica propia del cine de espías para obtener esa sensación de realidad, mientras que 'Green zone: distrito protegido' hace justo al contrario, es decir, crea una historia de ficción a partir de un entorno y situación reales. De este modo, 'Green zone: distrito protegido' es un film casi perfecto hablando sobre el papel si lo entendemos como mero entertainment, pero cuya naif individualización de un conflicto global y de común conocimiento hace que el film carezca de esa mínima veracidad necesaria -no hay más que echarle un vistazo a sus tremendamente arquetípicos villanos, por ejemplo- para involucrar al espectador, cosa que, por contra, los filmes de Bourne no requerían.
Y es que no deja de resultar curioso que un servidor encuentre más verosímil la historia de Jason Bourne que, por contra, la de Roy Miller, y sin duda alguna esto es síntoma inequívoco de que algo falla.