Que Julio Médem es uno de los cineastas más particulares de nuestro país, nadie lo pone en duda: títulos como 'La ardilla roja', 'Vacas', 'Tierra', 'Los amantes del círculo polar' o 'Lucía y el sexo' son claros ejemplos de un filmografía nada asequible para el gran público, en la que las historias concéntricas, el sexo sin pudor y, en definitiva, lo que podríamos llamar cine sensorial, conforman un universo simplemente irrepetible.
Desgraciadamente, tanto con 'Lucía y el sexo' como con, sobretodo, 'Caótica Ana', pudimos ver en la filmografía del cineasta vasco ciertos flirteos con la vertiente más manierista de lo que, para bien o para mal, conocemos y etiquetamos como cine de auteur, y 'Habitación en Roma' no hace si no corroborar dicha sensación. La película, como suele ser habitual en Médem, se construye en base a círculos concéntricos que se repiten una y otra vez, permutándose hasta dejarnos, de manera aparente, en el mismo punto que al comienzo del film, si bien habiendo constituido por el camino un punto de no retorno para unas protagonistas cuya vida jamés volverá a ser igual.
De esta perspectiva, 'Habitación en Roma' funciona a la pefección, sumergiéndonos en una vorágine de pulsiones sensoriares y verdades y mentiras, las cuales deben ser cribadas tanto por el espectador como por sus protagonistas.
Por desgracia, el nuevo film de Médem peca de un pretendido exceso de lirismo que supedita de manera fatal la forma al fondo, erigiéndose como supuesta abanderada del imperio de los sentidos, de ese inexplicable hechizo de Eros que, como es lógico, Médem o bien no quiere o bien no sabe plasmar, cosa que, de un modo uotr sí han logrado cineastas como Wong Kar Wai, Oshima o Bertolucci.
Con ello nos encontramos ante un film que oscila en demasía de la sensibilidad a la cursilería, de la risa a la lágrima, del erotismo al tedio, confeccionando una experiencia sensorial que, al menos en apariencia, únicamente resulta accesible para el propio Médem.