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MAESTROS DE LA TORTURA

'Hellraiser', la oda al sado con la que Clive Barker removió las entrañas del terror en 1987

Recordamos 'Hellraiser', la genuina película de Clive Barker estrenada en 1987.

Por Javier Parra González 11 de Septiembre 2019 | 10:00

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Después de haberse presentado al mundo con sus relatos de horror recopilados en 'Libros de Sangre' y 'El juego de las maldiciones', en 1986 Clive Barker firmaba una de sus historias más famosas hasta el día de hoy: 'The Hellbound Heart', novela corta que el propio autor se encargaría de adaptar al cine tan solo un año después.

Bajo el nombre de 'Hellraiser', y después de haber conseguido financiación para lo que se supondría que iba a ser un película de bajo presupuesto con la que sorprender al público del último tercio de los ochenta, Barker formó equipo junto al productor Christopher Figg, quien consiguió un presupuesto de 900.000 dólares para llevar a cabo lo que en un primer momento se iba a llamar 'Sadomasochists Beyond the Grave', título absolutamente explícito para una producción que, ya desde su proceso de creación, metió el dedo en la llaga del puritanismo más exacerbado.

Hellraiser

Durante décadas, el cine de terror había sido el que había estado aportando a la galería de monstruos toda una serie de figuras y arquetipos icónicos. Tomando sus primeras inspiraciones en los iconos del gótico, a Drácula, el Hombre Lobo y compañía les siguieron en los sesenta y setenta y una serie de figuras que tenían más que ver con una forma de entender el horror mucho más genérica que asociada a un ser individual. Era cuando los muertos vivientes de George A. Romero, los rednecks de Tobe Hooper o los caníbales de Wes Craven venían a ser el brazo ejecutor de un horror contra el american way of life, una de las principales excusas que el cine de terror ha estado presentando al espectador desde hace décadas.

La explosión del slasher gracias a 'La noche de Halloween' y 'Viernes 13' fue la que dio aquellas primeras nuevas figuras del género absolutamente imitadas durante años como Michael Myers y Jason Voorhees, las cuales calarían hondo en el imaginario popular hasta que en 1984 llegaba el que podríamos considerar como uno de los villanos por excelencia del terror ochentero: Freddy Krueger. Con la intención de convertir a sus monstruos en algo que el público llegase a admirar, y absolutamente volcado en la estética de estos, Clive Barker dejó claro en el proceso creativo de su película que necesitaba que sus villanos llamasen la atención por su estética.

Hellraiser

Tal y como había pasado con todas aquellas películas de terror que, de alguna forma u otra, removieron las entrañas del cine de género décadas atrás, 'Hellraiser', el título que desde la propia productora decidieron darle a la ópera prima de Barker, considerándolo más comercial que el original (aunque, siendo honestos, lo de 'Sadomasoquistas Más Allá de la Tumba' sonaba maravillosamente bien), llenó un hueco hasta entonces no ocupado y fue gracias su concepción de un horror cósmico, por lo que se convertiría en objeto de culto casi instantáneo. Mientras que 'La semilla del diablo' en 1968 había sido lo que muchos comprendieron como el título definitivo sobre el terror satánico; y en 1973 'El exorcista' se convertía en la película sobre posesiones más conocida de todos los tiempos; hay que tener en cuenta que pese a vivir una época dorada en los ochenta, el slasher había otorgado muchas piezas de veneración aunque pocas venían con la consistencia de traernos una película que supusiera algún tipo de revolución a nivel conceptual.

John Carpenter le había dado al Hombre del Saco una nueva forma de vida gracias a 'La noche de Halloween', mientras que Sean S. Cunningham convertía el campamento de verano y las leyendas que contar a la luz del fuego en una realidad que se personificaba en la Sra. Voorhees y, posteriormente, en su hijo Jason. Pero sería con 'Pesadilla en Elm Street' cuando una película revolucionaba a su forma los cánones del género, convertida en híbrido entre slasher y terror surrealista cuyo universo propio sería explotado (e imitado hasta la saciedad) en un sinfín de secuelas. Con las grandes sagas ya en marcha, y teniendo en cuenta que en 1987 el terror ya había entrado en un bucle de secuelas que seguían funcionando sin cesar, la llegada de los cenobitas suponía la bocanada de aire fresco que el género estaba ya pidiendo a gritos.

Concebidos como una serie de entidades demoníacas venidas de una dimensión paralela gracias a la Configuración del Lamento, los cenobitas habían sido humanos en un pasado y transformados en seres que suponían la absoluta representación de la depravación como única forma de obtención del placer. Por eso, llegaban una vez eran llamados, dispuestos a otorgar el placer de la carne y hacer traspasar los límites del dolor a quien se había atrevido a resolver el puzle, a cambio de su alma.

Hellraiser

Del mismo modo en el que lo había contado en su novela, la historia nos presentaba a Frank Cotton (Sean Chapman), un hombre que vive al límite una vida puramente hedonista, que un buen día se topa con la Caja de Lemarchand, la cual le otorgará un universo de placer absoluto cuando consiga descifrarla. Con la llegada de esos seres interdimensionales conocidos como los cenobitas, el cuerpo del hombre llegará a un éxtasis inimaginable que jamás hubiese tenido la oportunidad de conocer en el mundo terrenal, quedando su cuerpo desintegrado en el suelo de la buhardilla de su casa. Años después, el hermano de este, Larry (Andrew Robinson), su hija Kirsty (Ashley Laurence) y esposa Julia (Clare Higgins), se instalarán en la antigua casa de Frank, donde pronto se desvelará que Julia y Frank habían sido amantes y que, tras un accidente en el que la sangre de Larry acaba cayendo sobre el suelo en el que su hermano había desaparecido tiempo atrás, este regresará del mundo de los muertos como una entidad viscosa y que precisa de sangre humana para recomponer su cuerpo.

Esa conexión entre el mundo de los vivos y un Más Allá concebido como algo más que el sitio donde habitan las almas de los difuntos, era algo que el cine de terror ya había presentado en varias ocasiones. Tan solo hay que remontarse hasta 1979 para descubrir que Don Coscarelli ya se había atrevido a indagar en aquello de las dimensiones del horror gracias a 'Phantasma', otra de las piedras angulares del cine de terror indie que pasarían a la historia por la reivindicación que tras su estreno se haría de ella.

En aquella, el Hombre Alto interpretado por Angus Scrimm era el ser interdimensional que conectaba el plano terrenal con otro totalmente bizarro, de donde provenían desde esferas metálicas voladoras con las que extraer la sangre de sus víctimas, a aquella horda de enanos monstruosos al servicio de su amo y señor. Por otro lado, el cine de Lucio Fulci o las adaptaciones de Lovecraft en la línea de 'Re-sonator' también habían indagado en esos otros mundos que, como habíamos podido ver gracias a Craven y el mundo onírico en el que Krueger era el rey, se abrían ante nuestros ojos con un sinfín de posibilidades que poder explotar.

Hellraiser

Icónica y revolucionaria

Y como no podía ser de otra forma, esa retahíla de monstruos otorgadores de placer venía liderado por una figura que sería la que pasaba a formar parte de la galería de villanos ya desde su imponente y primera aparición: Pinhead, cuyo nombre no sería conocido hasta la primera de las secuelas de 'Hellrasier' (que tuvo un total de nueve hasta el día de hoy), y que apareció acreditado únicamente como Líder Cenobita, interpretado por un entonces desconocido Doug Bradley. Y es en parte gracias a él por lo que hablamos del film como uno de los que revolucionaron el género en los ochenta.

Además de darle un enfoque totalmente novedoso al terror que se estaba explotando por aquel entonces, el carisma de su principal villano fue una de las claves para comprender el éxito de la película, que no solo lograría en la taquilla estadounidense un total de 14 millones de dólares de recaudación, sino que hacía que aquellos fieles amantes del género que habían encontrado en Krueger a uno de los monstruos más representativos de su época, viesen en ese ser vestido de cuero y con el rostro pálido y repleto de clavos, una novedosa y absolutamente moderna plasmación de los horrores a la que venerar.

Hellraiser

Bradley, a quien se le había dado la opción de interpretar a uno de los personajes secundarios (uno de los dos tipos encargados de la mudanza) o al villano, dudó sobre cuál quería que fuese su primera aparición en una película. A día de hoy, sería casi inimaginable pensar qué hubiera sido del personaje en la piel de otro actor (del mismo modo que cuesta ver a Freddy Krueger sin la interpretación de Robert Englund), ya que la imponente presencia del mismo y la tenebrosa y característica voz con la que impregnó a ese líder de la corte suprema del sadomasoquismo interdimensional, pasó a ser el principal aliciente y elemento a destacar de aquella primera 'Hellraiser'.

Evidentemente, estaba claro que la censura iba a tener algo que decir en una película cuya premisa partía de la base de unos seres que venían a otorgar placer a través del dolor, y en la que el gore y las vísceras iban a estar presentes. Fue por ello por lo que el propio Barker presentó dos versiones diferentes, con el fin de poder tener una de ellas con calificación que no fuese X y que pudiese llegar a los cines. Así fue como en mayo de 1987, 'Hellraiser' se presentaba de forma mundial con un pase en el Festival de Cannes, para después conseguir un estreno en casi todas partes del mundo, convirtiéndose en uno de los títulos que pudieron verse en aquel mismo año en el Festival de Sitges, y a la que la gran mayoría de críticos especializados se rindieron a sus pies, catalogándola como una de aquellas piezas que desde el cine indie venían a remover los pilares del género, como lo habían hecho anteriormente 'Pesadilla en Elm Street' o 'Posesión infernal', y cuyo legado no solo acabó inaugurando una franquicia de títulos que explotaron hasta la saciedad el imaginario creado por Barker, sino que Pinhead y los cenobitas acabaron protagonizando cómics, novelas y llegaron a convertirse en la máxima representación del sadomasoquismo y de aquellos quienes optan por la modificación corporal perforaciones mediante.

Para que luego haya quienes digan que el terror y sus arquetipos son algo que no se debería tener en cuenta.

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