La crisis económica ha obligado a muchas personas a realizar ajustes en su vida, a muchos incluso a hacer las cosas de una manera completamente contraria. A Álex de la Iglesia y José Mota les ha llevado a dar un giro de 180 grados y meterse de lleno en un género al que no nos tienen muy acostumbrados: el drama.
'La chispa de la vida' sorprenderá dentro de la filmografía del cineasta en muchos aspectos. Ya sea por el tono, por el tema o por la sobriedad de la imagen, que igualmente es sublime. También porque puede tratarse de la obra más realista del bilbaíno. Alguien que explicó las dos Españas de la Guerra Civil a través de payasos de circo nos ofrece un retrato de la sociedad actual que parece más bien una fotografía.
A través de un publicista en paro iniciamos un camino hacia la desesperación que acabará con nuestra cabeza atravesada por un hierro en un teatro romano en Cartagena. El escenario no está escogido sin razón, toda la película podría ser trasladada a las tablas, y consigue que el público parezca un mirón más de la desgracia ajena.
Cuando el protagonista ve el revuelo que está causando, como buen experto en lo que busca la gente decide sacar tajada vendiendo una entrevista en exclusiva a un programa de televisión, muy similar a los que nos ofrece Telecinco en cada momento. El personaje de Antonio Garrido lo resume muy bien: "Nadie debería cobrar un dineral por aparecer en la tele", pero lo hacen, y la desigualdad es un factor más de la crisis.
Varias características de cualquier hijo de vecino se van sucediendo en el largometraje, mientras José Mota sigue debatiéndose entre la vida y la muerte. Nosotros estaremos mal, pero nos encanta ver a alguien en peor situación. Y si además podemos lucrarnos, mejor para todos. El circo mediático está montado, de nuevo muy relacionado con la estructura en la que se desarrolla la acción.
Son muchas de las lacras que afectan a la población de nuestro país, y de verse reflejados muchos mirarán a la pantalla con recelo. Podrán ignorarlo todo lo que quieran, pero Álex de la Iglesia ha podido plasmar lo peor de nosotros en gran parte de los personajes, ya desde la mayoría de periodistas y público del suceso hasta la codicia extrema del personaje Fernando Tejero o la ineptitud política del alcalde de Cartagena, interpretado por Juan Luis Galiardo.
Salma Hayek, el halo de esperanza
La tensión se mantiene a lo largo de la cinta, no sólo por la expectativa de la muerte del protagonista, sino también por un entramado de personajes que, con sus reacciones, hacen crecer la historia. Precisamente en algunos, como el de Eduardo Casanova o el de Salma Hayek, que realiza uno de los papeles de su carrera, son los que ponen el punto de esperanza recordándonos que no se puede generalizar y que no todos se venderían con mucha facilidad.
Ni siquiera podríamos decir que el personaje de José Mota sea un ser indigno, de hecho sacrifica su dignidad para proteger el futuro de su familia, algo que pocos estarían dispuestos a hacer. Una pena que la intensidad de la película nos haga olvidar ese punto de positivismo en un el fango del morbo.
Mota se estrena en la gran pantalla y no defrauda, mostrando otra de sus millones de caras. Igualmente, no llega al nivel de Hayek, y no consigue que nos olvidemos que el que está tumbado en el suelo puede convertirse en Blasa en cualquier momento. Lo que sí cabe destacar no sólo es su trabajo sólo con la cara, estando el resto de su cuerpo "inmovilizado", sino también la humildad que infunde en el protagonista.
El resto de actores conforma un abanico de pequeños personajes que funcionan perfectamente alrededor de la familia, pero de nuevo sin grandes excesos, sin trampa ni cartón. Remarca otra vez la idea de una obra de teatro y a la vez que nos encontramos ante uno de los trabajos más realistas del director.
No sólo 'La chispa de la vida' viene en el momento oportuno, es uno de los mejores espejos de la actualidad que podemos encontrar. Simplemente basta con darse uno cuenta que Álex de la Iglesia es capaz de que pasemos un par de horas en una sala sin dejar de mirar cómo un hombre agoniza delante de nosotros.