Nunca conocimos tan bien una nuca, o nunca deberíamos haberla conocido mejor. 'La clase de esgrima', quinto largometraje del finlandés Klaus Härö nos presenta la historia basada en hechos reales de Ender Nelis, un prestigioso esgrimista que al final de la Segunda Guerra Mundial tuvo que regresar al pueblo de su Estonia natal perseguido por la policía secreta. Me atrevo a decir que nunca antes nos habían presentado un personaje a través de tantos planos seguidos de espaldas, andando con un rumbo definido, pero perdido completamente ante el futuro, casi tan incierto como convulso.
Así conocemos a Märt Avandi, el actor que se atreve a dar vida a este héroe. Y digo que nunca deberíamos haber conocido mejor una nuca, porque ésta encerraba un pasado, y también, por suerte, un futuro que sigue presente hoy en día traspasando las fronteras de una célebre escuela de esgrima que fue testigo del poder que tienen los ideales. Rescatando una frase de 'V de Vendetta', "he visto con mis propios ojos el poder de los ideales. He visto a gente matar por ellos y morir por defenderlos", nos podemos hacer una idea, aunque muy lejana, de lo que supone seguir unas convicciones (a veces aterradoras).
Sin embargo, si Ender Nelis jamás hubiese seguido firme a su creencia, ya sea en el poder curativo del deporte, en las personas o en él mismo, no podríamos disfrutar de esta pequeña joya nominada a los Globos de Oro a Mejor película de habla no inglesa. Y es que su realizador, ha sabido plasmar mediante coreografías ensayadas con florín en mano, el sentimiento del miedo. El que no hay que convertir en coraza, porque sí, duele el mundo, y duele la vida. Muchas veces. Es así. Y en el fondo, es una suerte, porque solo si duele importa, porque si nos importa, duele. Solo tenemos que aprender a sobrellevarlo, a superarnos. A sabernos nuestras nucas como la de Nelis. Porque el miedo no tiene que paralizarnos, y también debe servirnos de esperanza, como ocurre aquí.
La fotografía, la música y toda la puesta en escena acompaña a la multitud de niños aglomerados entre las cuatro paredes del colegio y la cruda realidad que hay fuera de ellas. Algunos sin padre, otros que hacen de padre y madre de sus hermanos pequeños, pero que se unen bajo el ritmo de un deporte, inicialmente pensado para una clase con un estatus superior al del proletariado, tal y como el director de la escuela encarnado a las mil maravillas y de forma odiosa por Hendrik Toompere, repite una y otra vez, pero que en su fondo, rompe con estas (absurdas) fronteras.
Adultos y niños
No sé si todos deberíamos ser Ender, o si todos debiéramos ser Marta (Liisa Koppel). Una niña que quiere practicar ballet, y no puede. Una niña a la que se le iluminan los ojos al descubrir la esgrima y se olvida de las dolorosas puntas, el tutú... que es feliz siendo suplente en una competición estatal celebrada en Leningrado, siempre y cuando esté acompañada de su profesor. Porque en la cinta, son mucho más importantes las relaciones entre adultos y pequeños, incluso que el contexto político, convirtiéndose en una película apta (y recomendable) para todos los públicos. Amantes de la historia. Amantes del deporte. Y amantes.
Y sí, hay algún que otro fallo de raccord, y sí, a veces se vuelve previsible. Pero pasamos poco más de una hora y media como si fuesen diez minutos. Diez minutos descubriendo a través de los ojos de Marta que la vida, si duele, importa. Y lo hacemos rodeados de un elenco a la altura de las expectativas capaces de transportarnos a la dura Estonia de los años 50. Con ese miedo que no paraliza.
Nota: 7/10
Lo mejor: La relación entre adultos, jóvenes y deporte.
Lo peor: La previsibilidad de algunas historias secundarias.