Por fin, abrió sus puertas 'La embajada', una de las series españolas más esperadas del año. Con la unión de fuerzas que más alegrías le ha dado al medio en los últimos años, la de Antena 3 y Bambú Producciones, se pretendía ahondar en la corrupción política desde un punto de vista pasional; sin embargo, tras ver el primer episodio, nos hemos quedado algo decepcionados.
Los puntos fuertes
Empecemos por lo bueno. 'La embajada' cuenta con un reparto fantástico que, además, está muy bien aprovechado. En los algo más de 80 minutos que duró el episodio todos tuvieron su pequeño minuto de gloria para lucirse, destacando, como era previsible, el trabajo de Belén Rueda, Abel Folk y Raúl Arévalo, fantástico en el rol de villano, algo alejado a lo que nos tenía acostumbrados recientemente.
Como ya es habitual en las series de Bambú (y en prácticamente todas las españolas), la coralidad y la conversión de múltiples tramas permiten que no sólo los protagonistas brillen, sino que también haya espacio para los secundarios, como Carlos Bardem, quien promete ser un espléndido robaescenas, o Úrsula Corberó, que puede llegar a ser el gran descubrimiento de 'La Embajada' en un papel muy complicado.
También cabe destacar una producción tremenda que permite a Bambú utilizar muchos más exteriores de lo que acostumbra (aunque los cromas fueran demasiado evidentes en algunas secuencias) y la intención de contar algo nuevo, algo distinto y que no se haya visto en España con anterioridad (aunque el resultado no haya sido, en principio, todo lo bueno que esperábamos).
Los puntos débiles
Bambú ha hecho grandes cosas por nuestra televisión con sus series y eso es totalmente innegable; sin embargo, tiene una extraña tendencia a convertir todo lo que hace en un culebrón como si el público no pudiera percibir la vida de una manera que no sea pasión, sexo y gente tóxica destrozando todo a su alrededor. Ya le pasó en 'Bajo sospecha', con las innecesarias tramas románticas de los policías, y es la forma en la que han abordado sus dos grandes dramas, 'Gran Hotel' y 'Velvet', por lo que no es una sorpresa que 'La embajada' sea, de nuevo, de esta forma.
Aún así, esperábamos otra cosa. La creadora de la serie habló en su día de que 'La embajada' permitiría entender la corrupción a su madre y que, entre sus referentes, estaba 'The Affair', la maravilla de Showtime. Pues ni lo uno ni lo otro. La trama de la corrupción se ve ahogada por subtramas recién sacadas de la primera telenovela que se os venga a la cabeza: los primeros treinta minutos del episodio son un pretexto para llegar a esa tórrida escena entre Rueda y Darín que, seamos sinceros, no tiene ni pies ni cabeza. ¿Huirías sola por los barrios más turbios de una ciudad que no conoces? ¿Escaparías con el hombre que te ha salvado? ¿Te acostarías con él? ¿En un hotel? ¿Pagando con una tarjeta a tu nombre?
'La embajada' está plagada de momentos ciertamente inverosímiles (aunque también le sucede lo mismo a 'Vis a vis' y es uno de los grandes éxitos de la televisión actual) que parecen conducir a un fin mayor que, sí, es valiente y arriesgado desde el punto de vista de una ficción dormida como estaba la española, pero, de un tiempo a esta parte, eso ya no es así: la ficción española ha despertado y no se puede permitir el lujo de dar marcha atrás y volver al espectador tonto que sólo entiende de tramas románticas y crímenes pasionales. Si 'La embajada' apuesta más por lo político que por lo sexual, puede que levante el vuelo; si no es capaz de esto, triunfará, como ya hemos visto en las audiencias, pero no será más que otro producto vacío destinado a la señora de Cuenca.