El 9 de noviembre arrancó la 60° edición de ZINEBI, el Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao, que dirige por primera vez una mujer (Vanessa Fernández) y que entre su ecléctica programación cuenta con una retrospectiva de Apichatpong Weerasethakul. Pero, sin duda, el plato fuerte es el estreno en España de 'La Flor', dirigida y escrita por el cineasta argentino Mariano Llinás (guionista de 'La cordillera'). Ganadora del BAFICI y estrenada internacionalmente en Locarno, hablamos de una de las películas más esperadas del año para la cinefilia, que tras su paso por el festival bilbaíno recorrerá centros de arte contemporáneo como Tabakalera, salas de cine alternativas y otros festivales de la península.
Hasta aquí todo más o menos normal, dirán, pero hablamos de una producción tremendamente atípica, cuyas particularidades se extienden hasta la proyección misma. El rodaje se alargó prácticamente una década, conforme el guion fue creciendo, reescribiéndose y mutando como si tuviera vida propia, hasta convertirse en nada más y nada menos que el largometraje de ficción más largo de la historia, 14 horas de duración incluyendo intervalos. Peligroso eslogan que nos alejaría de la propuesta, que no solo viene a desterrar todos los prejuicios y tópicos sobre el cine de gran longitud, desde el slow cinema y la contemplación a la vanguardia artística o la cotidianidad documental, sino que se erige como una oda a la narración de historias y al cine mismo, cuya Historia en mayúsculas se atreve a reformular.
En cualquier caso, sorteando la grandilocuencia a la que nos invita, en el fondo se trata de una carta de amor a sus memorables actrices protagonistas (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes, del colectivo Piel de Lava), mujeres bellas y fuertes (como cantarían los también argentinos Él mató a un policía motorizado) que se enfrentan al reto de dar vida a múltiples personajes a lo largo del metraje, intercambiando roles e idiomas con precisión, atreviéndose a explorar emociones desde lugares insospechados, sin miedo a caer en el ridículo. Las cuatro asistieron a la inauguración de ZINEBI, en la que Llinás recibió el Mikeldi de Honor, para a continuación interpretar una performance teatral titulada 'La Flor antes de La Flor,' con la que trataban de compartir su disparatado proceso creativo con tanto sentido del humor como honestidad.
Como si la imaginación de Llinás estuviera envenenada de ficción, más que de una película hablamos de una suma de películas (sin principio o sin final) que en su conjunto dialogan entre sí, abordan múltiples géneros, cuestionan la propia existencia de la película e incluso la historia del cine misma. Compuesta por seis capítulos, aparentemente no relacionados más que por sus actrices y la figura del propio Llinás, que emerge de cuando en cuando como patético demiurgo para situar al espectador en la propuesta, 'La Flor' está ideada para ser vista en tres partes, tres visionados en tres días consecutivos, cada uno de ellos de entre 4 y 5 horas de duración. De este modo, aunque siga requiriendo un ejercicio de atención exigente, no se convierte para el público en un sacrificio físico y mental que probablemente impediría disfrutarla en toda su extensión.
Gran cine con las ruinas de la cultura popular
Lo que hace de 'La Flor' fascinante es algo que ya demostró su director en 'Historias extraordinarias', pero que plasma aquí con mayor fuerza si cabe. Se trata de rendir tributo y transformar los materiales de derribo de la cultura popular, históricamente considerados menores frente al gran cine o la literatura, de la canción ligera a la serie B, pasando por las radionovelas, el cine de género o los tebeos. Aunque con posterioridad su planteamiento formal irá evolucionando en consonancia con el tono y el enfoque de cada episodio, que a su vez retrocederá en la Historia del cine para tratar de reinventarla o imaginarla de nuevo, inicialmente lo plasma por medio de una artesana dirección, repleta de primeros planos sobre el hombro, calculados desenfoques y planos secuencia, que se reflejan en su primera parte, compuesta por dos episodios. El primero, marcado por el misterioso descubrimiento de una momia, toma la forma de una película de terror y aventuras de serie B, algo próximo a un episodio de Tintín para adultos. El segundo, y más brillante, es una suerte de musical en el que uno nunca deja de pensar en Pimpinela, que fabula alrededor del trasfondo que esconde la grabación de una canción de un famoso dúo.
El tercero, el más largo y ambicioso del metraje, que ocupa toda la segunda parte, es una película de espías que haría las delicias de Tarantino por su forma de dilatar la narración al adentrarse mediante extensos flashbacks en el pasado de sus protagonistas, mediante las que resume la política europea durante la segunda mitad del siglo XX. El cuarto, en cambio, presenta un dispositivo metacinematográfico que sigue la línea de 'Las mil y una noches' de Miguel Gomes, en el que las actrices y el director se cuestionan el sentido del rodaje y el rumbo que está tomando la película, cobrando la forma de ensayo-documental alrededor del bloqueo creativo, un sano ejercicio de reflexión dentro del propio largometraje. Superadas sus ataduras, el quinto es un remake libre de 'Una partida de campo' de Jean Renoir, mudo en blanco y negro, mientras que el sexto propone volver al cine de los inicios, desplegando a través de diversos filtros y mecanismos técnicos lo que hubiera sido una película del siglo XIX en la pampa, antes de que incluso el invento de los Lumière y el lenguaje cinematográfico mismo se hubieran desarrollado.
Un broche arriesgadísimo y experimental a un reto titánico, que puede caer en cierto delirio de grandeza al pasar de abordar distintos géneros a la Historia del cine. 'La Flor' abre nuevos caminos narrativos que nadie se atrevería a repetir, cuyo minimalismo estético y capacidad para transmutarse esconde numerosas virtudes de puesta en escena, las de un entretenimiento inabordable que hacen de Mariano Llinás un narrador único, aunque nunca sepa (ni quiera) encontrar un final cerrado para sus historias. Como tampoco deberían tenerlo nuestras criticas ante semejante derroche.