Uno de los muchos retos, todos ellos recompensados, que propone el Festival Internacional de Cine de Cartagena es el de pasar por mil estados de ánimo en cuestión de minutos. A lo largo de esta semana que roza ya su final, la edición número 44 del FICC, nos ha ofrecido la oportunidad de navegar entre experiencias tan dispares como la carcajada, la ternura, el suspense o el ridículo más magistral. Para su penúltima cita antes de la bajada definitiva del telón, el Nuevo Teatro Circo de Cartagena se convirtió en la mezcla más potente y conseguida de cuantas se hayan producido en estos seis días. La butaca entendida como vagón de tren de un viaje con dos paradas, 'La novia' y 'Anomalisa'.
Dos platos fuertes servidos con coherencia y organización calculada. García Lorca antes de Kaufman, claro, pero demostrando que la poesía no siempre nace del verso. Ni de la palabra. Curiosa la contradicción, apasionante la demostración de la misma, de que la primera se apoye en la imagen y la segunda en la conversación. La primera es desgarro en el nudo de la garganta, la segunda contención y melancolía. La primera es estrangular la explosión con las manos, la segunda es acariciar la soledad sin dejar de lado al cerebro. Ambas son cine mayúsculo, arriesgado, distinto, original. Dos películas que se sirven de la tradición para demostrar que aún quedan maneras valientes de contar historias. Y dos autores totales al frente.
'La novia'
En 2011, 'De tu ventana a la mía' nos descubría a Paula Ortiz, directora con experiencia en el cortometraje que daba el salto al largo con una película en la que cada plano constituía un homenaje en toda regla al detalle. Se tiende a confundir la búsqueda del arte en el detalle con frialdad estética, trucos gratuitos obsesionados con embelesar al respetable ofreciéndole imágenes que estén por encima de débiles historias. En definitiva, que importe más lo que se ve que lo que se escucha. Aquel debut se liberaba de estas acusaciones gracias a un guión que estaba a la altura. Todo tenía un sentido, todo lo que enamoraba a la vista encontraba su eco en las conversaciones y en los silencios. Una notable presentación de credenciales que se convierte en confirmación en toda regla en su segundo trabajo.
'La novia', adaptación de la obra 'Bodas de sangre' de Federico García Lorca, se mueve permanentemente entre la libertad absoluta y la fidelidad a un texto del que, al igual que ocurría con el 'Macbeth' que inauguró el festival, no requiere el más mínimo retoque. Ortiz lo sabe y se sirve del mismo para dar forma a una tragedia cuya belleza e intensidad se mide siempre desde la presión. Una cuenta atrás de sentimientos, reproches y locuras que la directora maneja con precisión médica, apostando por lo sensorial a favor del grito gratuito. Al final, como no podía ser de otra manera, todo salta por los aires, pero incluso en ese momento, 'La novia' prefiere escuchar a Cohen antes que a los cuchillos ensangrentados. Un vals en medio del delirio, un cristal roto reflejando una luna llena y un caballo desbocado en silencio. Una dirección que bebe del estilo naturalista de Malick para terminar formulando un discurso artístico personal e identificable. Y, más allá, Inma Cuesta.
Con una interpretación que nace de las entrañas para desembocar en grito, Cuesta es el alma de la película. Figura perdida entre dos hombres, estupendos Asier Etxeandía y Álex García, la entrega de la actriz es total, desnudándose en cuerpo y alma, entregando sus inmensos ojos a un relato en el que el fantasma del pasado, y del futuro, pesan como cadenas. El mejor trabajo de una carrera que, a estas alturas, no deja margen alguno a la duda de estar ante una de las grandes. Ella delante, Ortiz detrás y García Lorca en todas partes. El verso clavado en las venas y la poesía en las imágenes.
Nota: 8
'Anomalisa'
La escena es la siguiente. Un hombre y una mujer charlan tranquilamente en una habitación de hotel. Ella habla, él escucha. No ocurre nada más. Ni nada menos. No tratan temas especialmente interesantes, no profundizan en sus reflexiones, recuerdan canciones de Cindy Lauper, prueban con juegos de palabras algo tontos y beben vino sin prestar atención a las agujas del reloj. Fuera, el sonido del mundo seguirá atronando. Pero en esa estancia nada importa. Lo cotidiano se ha convertido en algo excepcional. La rutina se ha silenciado. Y aquel rostro es diferente al de todos los demás. Es entonces cuando, Charlie Kaufman, esa mente prodigiosa detrás de los guiones de obras maestras como (su cima) '¡Olvídate de mí!', 'Adaptation' o 'Cómo ser John Malkovich', alcanza el cielo.
'Anomalisa', su segundo trabajo como director tras la (muy) reivindicable 'Synechdoche, New York', se sirve de una brillante animación stop motion, tan deslumbrante como justificada a nivel argumental, para trazar su obra más delicada hasta la fecha. Una historia que necesita poco más que dos personajes para dar forma a una de las reflexiones sobre la soledad y el hastío más brillantes y conmovedoras que ha ofrecido el cine de las últimas décadas. No es sencillo ubicarse, con Kaufman nunca lo es, pero una vez te has sumergido en el universo que se plantea, 'Anomalisa' decide ir, paso a paso, mucho más allá. Las explicaciones son mínimas y es el espectador el que debe ir colocando las piezas de un puzzle de espíritu Bergmaniano y sutil corazón filosófico que termina ofreciendo las respuestas que buscamos en su memorable plano final.
Con una animación, insisto, imprescindible para entender al completo la propuesta, 'Anomalisa' es una de esas películas que se apoya en la palabra para alcanzar sus objetivos, para desafiar al espectador, para ofrecernos un desolador relato de la vida humana. La sensación de ver siempre las mismas caras, de escuchar siempre las mismas voces, de repetir día tras día la mecánica de la comunicación con los mismos instrumentos, son las armas que usa Kaufman para construir un guión de oro. La acción está en la conversación, la ilusión y la decepción están en las palabras y el ser humano, sumiso bajo el poder de esas frías mantas que son la soledad y la melancolía, está en los rostros intercambiables que nos rodean cuando el estar aquí y ahora se convierte en algo parecido a una condena. Incluso el pasado se convierte en cansado presente. Todo ello, contado desde la inteligencia y la ternura, con agradecidas dosis de sentido del humor y con una capacidad total para ponernos frente a un espejo. Nos observamos, nos identificamos y nos asustamos. La manía de Kaufman de colocarnos cara a cara con nosotros mismos. Menos mal que siempre nos quedarán 'anomalisas' por el camino para justificarlo. Y películas así.
Nota: 8'5