El pasado vuelve. O nunca se va. Más si está marcado por el enfrentamiento armado, siempre dispuesto, con iniciativa, a la hora de dejar rastro. Sin vencedores ni vencidos, la confrontación traspasa esferas y fronteras hasta tornarse al mismo tiempo tan personal como internacional. Lo que antes acontecía en Alepo y alrededores, ahora se traslada a Francia y Alemania. El debut en el largometraje del documentalista especializado en zonas de conflicto Jonathan Millet,'La red fantasma', gira en torno al afán humano por acabar, o al menos reducir, aquello que duele.
Porque para un destino, dos caminos abiertos: justicia o venganza. En torno a estas disquisiciones parece querer moverse el título que diera el pistoletazo de salida a la Semana de la Crítica del último Festival de Cannes y que, gracias a LAZONA Pictures, llega a las salas españolas el próximo 7 de febrero tras su paso por certámenes internacionales como SEMINCI -sección Punto de Encuentro- o Chicago -Nuevos Directores- y cosechar nominación al Cesar a la mejor ópera prima y al mejor actor revelación.

Sin embargo, vaya por delante, el ejercicio no logra transmitir la complejidad de lo que verdaderamente está en juego, explotar su dilema ético y moral -¿es legítimo que uno mismo decida el futuro de otro ser humano cuando el estamento procesal no se preocupa por sentar en el banquillo a criminales de guerra?-, ni del posicionamiento final de su protagonista, Hamid (Adam Bessa), exiliado sirio que, después de años de cautiverio y sometimiento progresivo a las torturas del régimen de al-Ásad, consigue llegar a Europa, donde centra sus esfuerzos en dar caza a quienes le hicieron daño -no existe tensión porque el espectador nunca llega a considerar el asesinato como una opción realista para el personaje-.
La inanidad se mantiene, incluso aumenta, al desviar el asunto de la fiebre que mejor le sienta, cuando Yara (Hala Rajab), otra expatriada con la que Hamid establece vínculo de afinidad, entra en la ecuación. Es la forma en la que el guion, firmado a cuatro manos por el director y Florence Rochat, trata de otorgar una dimensión más humana al individuo central y el consecuente impacto emotivo cuando este se ve arrastrado a la renuncia a cambio de una nueva vida -no podrá volver a relacionarse con aquellas personas con la que trató durante su misión-.
En este sentido, se antoja más óptima la línea argumental que, a través de conferencias por Skype, le permite mantener contacto con su madre, ubicada en un campo de refugiados en Beirut, Líbano. Aunque la cinta tampoco anda interesada en abordar la evolución de unos lazos familiares condicionados por la distancia física -es imposible realizar dicha lectura al no darse nociones concretas de los primeras comunicaciones de Hamid con su progenitora desde el viejo continente-, ofrece algún pasaje que contribuye a aumentar la conexión emocional con el que está al otro lado -el viaje en el que deja medicamentos para su dolor de cadera-.
Suspense efectivo
Es en el terreno del thriller policiaco donde 'La red fantasma' encuentra el principal asidero al que agarrarse. Con una trama habitual, que pasa por resolver la identidad de Harfaz (Tawfeek Barhom), también vehículo para recordar unas heridas que pugnan por cicatrizar -es decir, desvelar quién se esconde verdaderamente bajo un rostro mientras nuestro hombre recuerda todo lo que quedó atrás y el trauma de haber perdido a sus seres queridos sin ni siquiera la oportunidad de despedirse-, y los mecanismos de puesta en escena típicos del género -predominancia de planos subjetivos, las alternancias en el volumen de la banda de sonido para aumentar o enfatizar la tensión según el momento en el que se encuentre el relato-, probablemente porque evita caer en el efectismo, el filme se las apaña para mantener la atención del personal mientras pone la mano en el fuego por el juego del gato y el ratón.